La campaña #tecnoafecciones, derivada del proyecto, tuvo una duración de 5 semanas y se plantea como un recorrido por cada una de las dimensiones que hemos decidido abordar en el proceso de producción y consumo de tecnologías: extractivismo, trabajo, infraestructura, uso y desecho.
Puesto que buscamos una relación con las personas y sus experiencias situadas conversamos con grupos relacionados con la defensa del territorio, los procesos migratorios en la frontera sur y frontera norte de México, albergues migrantes, trabajadoras de maquilas tecnológicas, juventudes, personas cuyo quehacer está vinculado a la espiritualidad y los procesos de sanación, recuperación y reciclaje de dispositivos, tecnólogues e investigadores.
En un contexto donde el conocimiento, la reflexión tecnológica y la propia tecnología han sido pensadas y construidas desde marcos racionalistas, occidentales, masculinos y blancos es urgente revincularnos con las tecnologías desde los afectos, los cuidados y los valores que sostienen para crear otros futuros posibles, futuros que sean dignos y tecnodiversos.
Tecnoafecciones es un proyecto que implica repensar la tecnología en clave feminista, descolonial, situada, que nos permita desarrollar y generar pensamiento-acción en torno a nuestra relación con la tecnología a través de una propuesta teórica y el desarrollo de contenidos que presenten las visiones de las comunidades afectadas, junto a propuestas metodológicas de talleres y una campaña digital dirigida a públicos amplios.
El proyecto está dirigido a personas que tengan oportunidad de repensar su relación afectiva con las tecnologías: los modos de hacer, los vínculos que habilitan o inhabilitan, los impactos cercanos y lejanos. Buscamos activar nuestra capacidad de creación colectiva, nuestras posibilidades de articularnos políticamente, de rescatar nuestras maneras colectivas de hacer juntas desde la revinculación> y el afecto, nuestra voluntad de reconocernos como comunidad y posibilidad, nuestro compromiso de responsabilizarnos como acción colectiva. Queremos hacer explícita nuestra voluntad de generar impactos deseados y nuestra potencia transformadora de mundos. Nuestra ilusión por construir futuros dignos y justos para todas.
¿CÓMO ESTÁ HECHO TU CELULAR?
Cada día se utilizan más y más aparatos tecnológicos; por ejemplo, ya en 2016 se vendieron 1.500 millones de teléfonos inteligentes en el mundo (según cifras del FMI), un 5% más que el año anterior.
Puede que hayamos reflexionado acerca del final de la vida útil de los aparatos y hasta incluso en su cadena de producción (más allá de las condiciones laborales de las personas, cuya gran mayoría en China, India y demás países del sureste asiático). Sin embargo, suele invisibilizarse el inicio de la vida de los dispositivos.
La fabricación de smartphones es de los productos que más recursos consume en todo el mundo. Cada teléfono está compuesto por más de 200 minerales, 80 elementos químicos, y más de 300 aleaciones y variedades de plástico, lo que necesariamente implica la extracción de todos esos materiales en mayor medida en territorios del mundo mayoritario. Para que éste y otros productos tecnológicos puedan fabricarse se explotan bienes naturales como litio, cobre, estaño, cobalto, níquel, coltán, oro y plata, lo cual significa un impacto enorme. De este modo, la consolidación de este modelo extractivista y la llamada transición energética, derivaron en un boom del litio en toda Latinoamérica. Por cada tonelada de litio extraída de manera industrial, se evaporan cerca de dos millones de litros de agua.
Es frecuente encontrarnos con noticias sobre el extractivismo de datos inherente al modelo de negocios de las grandes plataformas digitales. Pero poco sabemos sobre los “otros” extractivismos que transitan a lo largo de toda su cadena de producción. Desde su diseño, estas tecnologías están pensadas para ser construidas en un mundo de recursos infinitos. El mundo en el que vivimos tiene recursos finitos.
Una de las figuras principales de este modelo (neo)extractivista es el Estado, que según el uruguayo Eduardo Gudynas “juega un papel más activo, y logra una mayor legitimación por medio de la redistribución de algunos de los excedentes por medio de políticas sociales”. El neoextractivismo refiere más que a una actividad concreta a una forma de extracción: todas aquellas actividades que remueven grandes volúmenes de bienes naturales y (casi) sin mediar proceso son trasladados lejos de la zona de origen. Minería, petróleo, gas, represas, monocultivos (de cereales o forestales), agroindustria, ganadería o pesca intensiva, información, etc. entran dentro de esta categoría. De entre ellas la minería es la que puede acabar con la mayor cantidad de recursos no renovables en menor tiempo.
Esta política extractiva no tiene en cuenta a las comunidades y ecosistemas locales, lo que provoca la devastación del ambiente, deforestación, contaminación, violencia y el despojo de tierras las personas que las habitan.
MODELO EXTRACTIVISTA EN LA TECNOLOGÍA
Los minerales forman parte de nuestra cotidianidad, sin ellos la vida tal y como la conocemos no sería posible. Sin embargo, su explotación bajo el modelo extractivista del sistema capitalista actual se produce a gran escala y tiene implicaciones que lo hacen insostenible. La minería es hoy el megaproyecto de mayor impacto tanto para el ambiente como para las personas y es por eso que no puede ser ‘sustentable’, ‘verde’ o ‘responsable’.
En todos los casos, los modelos extractivistas no generan procesos económicos locales, sino utilización de escasa mano de obra, en condiciones laborales precarizadas, que hacen el ‘trabajo duro’ mientras las ganancias más abultadas las obtienen (no siempre de forma transparente) las corporaciones transnacionales que implementan los proyectos. En ese sentido se caracterizan por legalizar el despojo territorial y patrimonial de los lugares donde se asientan; propiciar desarticulación de los tejidos comunitarios y locales; contaminar aguas, tierra y aire que a la vez producen desde enfermedades en la piel y ojos hasta enfermedades crónicas más graves. Las violaciones a los derechos humanos son constantes y sistemáticas.
Estamos ya en un momento en el cual ninguna propuesta que no ponga en el centro el sostenimiento de la reproducción de la vida es incompatible con una idea de ‘futuro’. Y el sistema de consumo en el que vivimos no hace más que externalizar pasivos (ambientales, humanos, culturales) mientras habla con buenas prosas sobre cómo enfrentarán una crisis civilizatoria sin cambiar un ápice sus formas de producción, transporte y consumo a costa de la explotación.
En esos discursos se enmarcan también los grandes corporativos tecnológicos que fundamentan su modelo de negocios (de los más rentables del mundo en la actualidad) en la falta de transparencia sobre sus usos y derroche de materias primas, por ejemplo.
Las conversaciones alrededor del clima tienen una deuda enorme con las sociedades al centrarse en discutir en torno a lo que grupos defensores del ambiente llaman falsas soluciones al cambio climático. Acciones que proponen pequeños cambios para no cambiar nada de fondo. Ese es el tren en el que se suben las tecnológicas con sus discursos verdes y sus emisiones cero carbono: el pago por servicios ambientales, por ejemplo, podría resumirse en seguir consumiendo al ritmo actual mientras quienes históricamente han acumulado capital pagan a otras personas y grupos en lugares alejados de los centros de poder para que ellas y ellos limpien la basura que no dejarán de emitir.
Debido a todas estas características en cada lugar donde se establece un proyecto extractivista, los procesos de resistencia se levantan con fuerza.
RESISTENCIAS Y DEFENSA DEL TERRITORIO
Al observar la economía de los materiales nos encontramos con un sistema lineal. Se habla de explotación de materias primas, transformación, transporte, ensamblajes, más transporte, consumo, de nuevo más transporte, desechos. La variable de las “personas” en cada uno de esos estadios no se contempla en las ecuaciones.
A corto plazo, uno de los grandes problemas de la actividad minera son las rocas de desechos. Para llegar al lugar donde hay una “concentración rentable” de los metales que se desean extraer hay que deshacerse de lo que está arriba. Toda esa roca que antes veíamos en forma de montañas y “no sirve”, ahora se transformarán en montañas de basura que liberarán los metales pesados almacenados en ellas al aire, agua y suelos. Estos desechos provocan drenaje ácido, una contaminación que puede llegar a durar, sin exagerar, miles de años. La mina Iron Mountain en California cerró en 1963 pero seguirá contaminando el río Sacramento con drenaje ácido por otros 3mil años más.
Este modelo afecta los modos de vida de muchas poblaciones y atenta contra la naturaleza. Organizaciones, colectivos, comunidades y regiones enteras tienen al territorio como el principal eje articulador para organizarse en resistencia y se levantan contra los proyectos del mal llamado “progreso” y “desarrollo», apelan a que «la defensa del territorio es la defensa de la vida; que defender el territorio ancestral es también resguardar la cultura y, por lo tanto, significa nuestra permanencia como pueblos.» (México, 2017)
Sin embargo, vivimos en un mundo con recursos finitos, de ciclos y no de sistemas lineales, donde las personas transitan en cada pequeño detalle de esas cadenas de producción. Además, en estos sistemas algunas personas son más escuchadas que otras mientras el entramado de políticas públicas y diplomacia económica beneficia a las corporaciones por sobre las poblaciones locales.
Por eso las personas que participan de las resistencias a estos megaproyectos realizan diversas acciones para visibilizar las problemáticas que enfrentan y defender sus formas de vida digna. Participan en encuentros locales y regionales para compartir enseñanzas y experiencias; realizan estudios de impacto e informes y denuncias jurídicas; recorren zonas afectadas por la minería y denuncian lugares de explotación; crean comunicados para la opinión pública, acciones directas, materiales para la defensa del territorio y concienciar del agravio social, cultural y medioambiental.
También resisten contra la criminalización y represión por parte de grupos policiacos, paramilitares y el Ejército, que responden cada vez más a los intereses de los poderes empresariales.
¿QUIÉNES HACEN POSIBLE LA TECNOLOGÍA?
Las llamadas cadenas de suministro para el desarrollo de tecnologías son en realidad una red compleja de procesos y medios entrelazados para concretar la producción y distribución de los dispositivos y materiales que hacen posible la conectividad.
Las cadenas de suministro comúnmente constan de tres componentes: el suministro, la fabricación y la distribución. En el suministro, se consideran todos los elementos necesarios para la producción tecnológica, como la extracción de materias primas. Luego, está la transformación de las materias primas, fabricación de componentes y su ensamblaje para producir los productos que usamos. Por último, está la distribución que nos permite acceder a esos productos. Las cadenas de suministro involucran redes globales de producción, transporte y almacenamiento porque ningún producto tecnológico puede producirse en un solo país.
Hay otros procesos que operan cuando las tecnologías digitales están ya en marcha como el desarrollo de software o el mantenimiento de servidores. Y existe todo un universo de «trabajo fantasma» en las economías de plataformas que pocas veces reconocemos y que va desde la moderación de contenidos hasta los trabajos para alimentar la industria de la inteligencia artificial, como el etiquetado de datos que luego se utilizan para entrenar los modelos de aprendizaje automático. Y hay muchos, muchos grupos intermediarios.
Todos esos procesos son posibles gracias al trabajo de personas concretas. Parece obvio. Lo que no lo es tanto es que ninguna compañía garantiza una cadena de suministro con prácticas laborales justas mientras mantienen la mayoría de su producción tecnológica en condiciones de explotación laboral principalmente en países del Sur Global.
En contraposición, la industria se encarga de construir narrativas que nos presentan productos tecnológicos avanzados y deseables ocultando las bases materiales y humanas sobre las que se producen. Por ello, mientras más conozcamos acerca de las diversas cadenas de suministro de la producción tecnológica y de la economía de los datos, mejor podremos identificar nuestra capacidad de acción y proponer alternativas justas.
TRABAJAR EN LAS ENTRAÑAS DE LA TECNOLOGÍA
De acuerdo con las características del trabajo en el sector tecnológico, las personas que los realizan pueden padecer diversas afectaciones. La extracción de minerales y metales causa enfermedades respiratorias crónicas, neumoconiosis y cáncer de pulmón. Los cuatro minerales básicos para el desarrollo de tecnología: coltán, un gran conductor de la electricidad; estaño, usado para soldar los circuitos; wolframio, que permite que el móvil vibre; y oro, utilizado para cubrir el cableado, son los llamados ‘minerales de sangre’ porque a menudo se extraen en zonas de conflicto en el Sur Global.
Además de traumas en manos o muñecas, en las maquilas también se exponen a intoxicaciones químicas e irritación bronquial provocadas por el humo de soldaduras a base de plomo y estaño. Las empresas maquiladoras suelen contratar usualmente mujeres jóvenes de entre 15 y 25 años, con el propósito de reducir costes salariales. Son trabajos que requieren la habilidad fina de las mujeres, para realizar tareas con precisión, repetitivas y con mayor agilidad. Sin embargo, pasados algunos años, la mujeres pierden la capacidad de visión, presentan dolores en las articulaciones y la espalda, por trabajar largas jornadas de pie, muchas veces durante las noches y las madrugadas, sin descanso e incluso con restricciones para ir al baño.
En la moderación de contenidos las afectaciones más comunes están vinculadas al estrés postraumático, la reducción de la actividad neuronal y pérdida de vínculos sociales y familiares. En 2020, Facebook aceptó pagar 52 millones de dólares a los moderadores de contenido con base en Estados Unidos que sufrieron estrés postraumático. ¿Cuál es su accionar con les trabajadores en Filipinas que desarrollan las mismas labores?
Estas condiciones de trabajo precarias profundizan las inequidades estructurales. Las personas trabajadoras no pueden acceder a una vida digna, mientras que las empresas acumulan enormes ganancias.
La brecha de riqueza es parte del modelo de desarrollo tecnológico hegemónico. Se sabe que el margen de ganancia de Apple es de al menos el 64%. Hay 94 líneas de producción en la fábrica y se requieren aproximadamente 400 pasos para ensamblar el iPhone, incluidos los tornillos de pulido, soldadura, perforación y ajuste. Una instalación puede producir 500,000 teléfonos por día, aproximadamente 350 por minuto. En las fábricas proveedoras de Asia algunas de estas actividades han sido desarrolladas con jornadas de hasta 11 horas de trabajo estudiantil ilegal.
Respecto a la brecha salarial, ya en 2014 un ejecutivo de una compañía tecnológica ganaba en promedio 16,200 dólares mensuales, mientras los excavadores del Congo pueden ganar entre $10 y $50 por semana. Se calcula que alrededor de 40.000 niños trabajan en las minas de ese país y necesitarían 700 mil años para ganar lo que Jeff Bezos ganaba en un día.
Por otro lado, un estudio del Project Management Institute (PMI) demuestra que las cifras en cuanto a las brechas de género se incrementan. Los hombres gerentes de proyecto superan en número a las mujeres por una diferencia del 58%. Además, a nivel mundial, las mujeres ganan alrededor de un 20% menos que los hombres por trabajos de igual valor.
RESISTENCIAS Y ACCIONES POR TRABAJOS DIGNOS
Puesto que la producción tecnológica es transnacional y muchas empresas operan extraterritorialmente, el problema del trabajo digno se plasma en distintas escalas e involucra actores locales y globales. Uno de los principales ejes de la resistencia son las iniciativas que impulsan formas de organización política con el propósito de habilitar, por un lado, el acceso a derechos laborales para garantizar condiciones dignas y justas de trabajo en el sector, y por otro, modelos económicos alternativos al del mercado. Así, hay esfuerzos para constituir sindicatos que defendan los derechos de las personas trabajadoras o cooperativas, como un modelo económico alternativo. Además, también hay propuestas para impulsar leyes que exijan a las compañías cumplir sus compromisos laborales. Lo que es un hecho, es que todos los lugares podemos encontrar procesos de organización social que se establecen con fuerza.
La Coalición de Extrabajadores(as) y Trabajadores(as) de la Industria Electrónica Nacional (CETIEN) está conformada por personas en Jalisco, México y de la frontera norte del país. Además de luchar por «un trabajo digno y estable» durante años han denunciado las afectaciones de la industria tecnológica en la salud y en el ambiente. Se organizan para conocer, promover y defender sus derechos humanos a través de procesos de capacitación que incluyen cuidado de la salud. Algo que la propia industria les niega. La organización impulsa la articulación con organizaciones comunitarias de defensa del territorio.
La Federación Argentina de Cooperativas de Trabajo de Tecnología, Innovación y Conocimiento (FACTTIC) está conformada por 28 cooperativas tecnológicas del país trabajando juntas por el cooperativismo tecnológico con el objetivo de fortalecer a sus miembros y difundir esta forma de entender el trabajo y las tecnologías. Nombran este entendimiento de una forma amplia a través de la construcción de vínculos y ayuda mutua que atraviesan aspectos organizativos y económicos y también la resolución de conflictos. Además, para FACTTIC «las cooperativas son empresas democráticas, que se interesan por el desarrollo de la comunidad en la que viven».
En muchos países, se han aprobado leyes que permiten a los trabajadores de las plataformas ser considerados efectivamente como trabajadores, es decir, con derecho a indemnizaciones, vacaciones y otras prestaciones. Por ejemplo, en México, se realizó una propuesta de ley que exige que las empresas de plataformas tengan obligaciones por los accidentes y/o incluso fallecimiento de sus trabajadores. También plantea que las personas morales que operen, administren y/o utilicen aplicaciones o plataformas informáticas y que tengan bajo su cargo a trabajadores dependientes sean considerados como empleadores.
Estos son solamente algunos ejemplos que muestran cómo la capacidad de organización política y económica y la regulación del trabajo de las plataformas son fundamentales para que las personas trabajadoras alcancen condiciones laborales dignas.
PENSAR CRÍTICAMENTE LAS INFRAESTRUCTURAS DE INTERNET
Las infraestructuras son redes construidas que facilitan el flujo de bienes, personas o ideas y permiten su intercambio a través del espacio (Larkin, 2013). En nuestra experiencia cotidiana con internet, pocas veces pensamos en las infraestructuras que la hacen posible. Las infraestructuras no son solamente el sostén materialidad de internet. Tienen al mismo tiempo una dimensión política, epistemológica, ética, cultural, económica y social. Por tanto, tienen efectos sociales e incorporan, desde su concepción, una visión particular del mundo.
Las infraestructuras físicas de internet están conformadas por cables y satélites, antenas y servidores web. Hay también redes de distribución de contenidos (CDN), servidores de bases de datos, modems, routers, dispositivos de almacenamiento, repetidores, controladores, tuberías de agua, ventiladores, aspersores, generadores. Algunos de estos elementos podemos encontrarlos en los llamados centros de datos, granjas de servidores o, coloquialmente «la nube». Pero a estas alturas seguramente ya han escuchado que la nube de inmaterial y etérea más bien tiene poco. Y que es un espacio bastante centralizado.
Las infraestructuras de datos tienen también un entramado complejo. Un centro de datos puede tener diversos propósitos. Algunas secciones de este entramado pueden ser operadores locales, proveedores de servicio de internet o pequeños centros de datos. Podemos encontrar operadores regionales y centros de datos medianos. Existen también centros de datos internacionales como puntos de acceso de red, operadores nacionales y centros de datos grandes.
De hecho, la columna vertebral de internet son los llamados enrutadores de red troncales o backbones, que son las principales rutas de datos entre redes de computadoras estratégicamente interconectadas y enrutadores centrales. Suelen estar conformadas por múltiples cables de fibra óptica, y la mayor parte está bajo el agua. Internet tiene rutas aéreas, terrestres, ¡y submarinas!
Podríamos hablar además de las infraestructuras digitales de estándares y protocolos que hacen que esas infraestructuras físicas hablen entre sí. Sobre todo ese entramado de infraestructuras (¿o dentro de él?) están las llamadas infraestructuras de servicios y aplicaciones. Hay manejadores de contenidos y otros servicios web, bases de datos, instancias, APIs, bots (como los crawlers web). Este gran entramado se hace disponible para nosotras a través de dispositivos como computadoras, tabletas, celulares… relojes, refrigeradores, cajeros ¡y muchos más!
Con este breve recuento, vemos que existe una capa infraestructural con una huella ambiental mayor de la que dimensionamos normalmente. Entender el funcionamiento de las infraestructuras, su arquitectura, su sentido y su impacto en el territorio, con el consumo de energía y agua, la producción de desechos y sus efectos sociales, nos puede ayudará a crear y fortalecer proyectos infraestructurales alternativos.
MODELO EXTRACTIVISTA EN LAS INFRAESTRUCTURAS
Las infraestructuras son políticas y reflejan los imaginarios sociales y las matrices de las cuales emergen. Se suele hablar del capitalismo de plataformas, pero no lo solemos relacionar con la dimensión infraestructural. Existen fuerzas globales y fuerzas locales que promueven nuestra dependencia infraestructural hacia el capital privado transnacional. La mayor capacidad de desplegar infraestructura, especialmente las más cruciales, no suele encontrarse en el ámbito público o social. En nuestra región tenemos un déficit de infraestructura pública. Como personas, tenemos poco derecho de acceso a las infraestructuras.
De acuerdo con Data Center Knowledge los 15 mayores proveedores de alojamiento de equipos en centros de datos en el mundo controlan aproximadamente la mitad del mercado y la segunda mitad está extremadamente fragmentada que imponen sus reglas y decisiones a las demás infraestructuras y personas conectadas.
La ausencia de transparencia con la que operan las compañías privadas no nos permite conocer, por ejemplo, como son los sistemas de enfriamiento de sus servidores o su consumo energético y de agua. Algunas de las grandes empresas insisten en mencionar que sus políticas de cero consumo se basan en el uso de energías renovables o aguas recicladas. Estas prácticas son necesarias. Sin embargo, no cuestionan la escala del modelo de almacenamiento y procesamiento de datos y esto tiene un impacto directo en el volumen de consumo. En 2021 un estudio calculó que los paneles solares generarán 80 millones de toneladas de residuos en tres décadas. ¿Qué impacto deseado puede tener una granja de servidores de una transnacional tecnológica alimentada con una granja de paneles solares? Otra parte del problema se relaciona con el hecho de que para que el procesamiento de información sea eficiente necesita del reemplazo frecuente de hardware de almacenamiento, aumentando así la producción de basura tecnológica. Estos modelos se basan sobre una idea de «infinitud» del consumo desvinculado de la realidad finita del planeta.
Para ese mismo año los estudios estimaban que las tecnologías digitales son responsables de entre el 1,4% y el 5,9% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, más que las emisiones de la aviación. Cada búsqueda en Google implica movilizar diversos tipos de software (arañas de crawling e indexación, algoritmos, búsquedas sugeridas y adwords). Revisar un sitio como Facebook en el celular durante 3-4 minutos o visualizar un video de 45 segundos en alta resolución consume lo mismo que un bombillo LED durante una hora. El 40% de la huella de carbono de internet se debe al diseño de sitios web. Finalmente la tendencia de llevar todo a «servicios en la nube» implica una conexión a internet constante y ubicua que implica hardware y software disponible para un uso privado y remoto 24/7.
El extractivismo no es solo material. En las universidades, por ejemplo, estamos asistiendo a un rápido, silencioso y devastador proceso de privatización y desmantelamiento de la universidad como servicio público también través de las infraestructuras.
RESISTENCIAS E INFRAESTRUCTURAS-OTRAS
¿Entonces en las tecnologías-otras el modelo extractivista está superado? Seguramente afirmar algo así es imposible. Sin embargo, ese modelo extractivista se cuestiona fuertemente y se dan pasos para poder construir comunitariamente las infraestructuras que deseamos.
La defensa, construcción y derecho a las infraestructuras debe tomarse como un aspecto relevante de nuestras colectividades, organizaciones sociales y espacios académicos. Por ello, desde algunas comunidades pensamos que se debe avanzar hacia una mayor autonomía y autodeterminación a través de modelos de gobernanza comunitaria de datos e infraestructuras. Y dadas las restricciones en cuanto a recursos y capacidades, pensamos que las opciones van encaminadas a desarrollar proyectos o iniciativas bajo los principios de la computación mínima como menciona Alex Gil o infraestructuras de bolsillo, como propone Offray Luna: ligeras, libres y distribuidas.
Reconocemos también las propuestas de redes comunitarias de internet presentes por ejemplo en México, Argentina, Colombia. También la propuesta de Wiki Katat, el primer operador móvil virtual social y comunitario para servicios de telefonía celular e internet.
Nos interesan acciones de tecnologías otras como los servidores autónomos o de gestión comunitaria como May First o Greenhost, quienes además presentan anualmente un informe detallado sobre las dificultades en el intento de ser «sustentables». Y nos emociona cuando esas mismas propuestas están vinculadas y sostenidas desde los feminismos como MariaLab o Anarchaserver.
Por eso nos hace mucho sentido pensarnos desde la infraestuctura del afecto, como lo propone Thiane Neves desde la Rede transfeminista de cuidados digitais: «consiste en pensarnos como productoras de tecnologías, incluyendo las tecnologías ancestrales en su conjunto y orientadas a cuidarnos a nosotras mismas y a nuestra red de apoyo, elaborando materiales afectivos, no jerarquizando en ningún caso el saber y el conocimiento, no permitiendo que un discurso y una duda por parte de las mujeres sea algo pequeño o que disminuya sus pasos, sus luchas. Si consideramos que toda infraestructura es política, la infraestructura del afecto es una decisión político-metodológica cuyos pilares fundamentales son el intercambio y el conocimiento libre. Es una metodología de trabajo que busca establecer vínculos afectivos. Se interesa por la escucha y la palabra es soberana. Trae consigo las filosofías del movimiento del Software Libre, del Hackativismo y también la perspectiva de las Tecnologías Feministas» (Neves, 2023).
PENSAR CRÍTICAMENTE NUESTROS USOS DE INTERNET
Es común pensar en la tecnología como un indicador del progreso de una sociedad, como motor de la historia. En Tecnología: La aparición de un concepto peligroso, Leo Marx narra la etimología de la palabra (raíz griega, techne -un arte o artesanía- y el sufijo ología -una rama del aprendizaje-) y explica que el concepto entró en el idioma inglés en el siglo XVII para referirse a un campo de estudio y no a objetos específicos. Esto cambió en el siglo XIX con la Revolución Industrial y las «artes mecánicas». A partir de allí, las tecnologías quedaron ancladas a la idea del desarrollo.
¿Qué lugar ocupan en la sociedad las tecnologías que usamos? Para muchas personas, hablar de tecnologías significa referirse exclusivamente a las digitales, porque Internet trajo consigo una reconfiguración en la manera en que nos relacionamos, trabajamos, nos comunicamos. Sin embargo, existe una tendencia a que habitemos solamente una pequeña parte de las tecnologías digitales: las hegemónicas y cerradas que no buscan democratizar el acceso y el conocimiento, sino solo que dependamos de ellas, que reduzcamos nuestra autonomía. En la forma de socialización de estas tecnologías se concibe a las personas como usuarias, no como agentes transformadoras. Las grandes compañías nos proporcionan pequeños envases, ventanas de «participación», y nos dicen ¡úsalo!
De tecnología a internet, de internet a la web, de la web a las plataformas, de las plataformas a las apps. Los espacios se han ido reduciendo. ¿Para qué nos «conectamos»? ¿A qué espacios estamos accediendo? Somos seres sociales y las «redes» lo saben, lo explotan. Allá lejos en 2017 un «arrepentido» de Facebook contaba que para lograr consumir tanto tiempo y atención consciente de nuestra parte como fuera posible, encontraron que debían darnos ciertas dosis de ‘dopamina’ mediante ‘me gusta’ y comentarios. «Y eso te va a llevar a aportar más contenido… Los inventores, los creadores -soy yo, es Mark [Zuckerberg], es Kevin Systrom en Instagram, es toda esta gente- lo entendimos conscientemente» y decidieron explotar una «vulnerabilidad» de la psicología humana que propiciaría la dependencia a sus plataformas «sociales».
Nuestros datos de navegación son transparentes para estas plataformas y recorren los caminos de sus infraestructuras hasta sus centros de datos manejadas con algoritmos opacos que se niegan a compartir abiertamente. Bajo la premisa obligatoria de que «la privacidad ya no existe» se dice que no debemos preocuparnos si «no tenemos nada que ocultar». Y eso es justo lo que podríamos normalizar: si no hay nada que ocultar, ¿qué necesidad tienen de hurgar?
MODELO EXTRACTIVISTA EN LAS NAVEGACIONES
En este marco se da una tendencia [casi] indiscutible: tener conectividad es lo «deseable». Se proponen entonces dispositivos, espacios y relaciones con mayor conexión. Las tecnologías no aceptan un no como respuesta. Y sin embargo, hay quienes establecen sus propias reglas y se piensan desde la exclusión voluntaria de la conectividad.
Esta tendencia a la hiperconectividad profundiza enormemente las brechas actuales. La mitad del mundo no está conectado. Hay muchas personas que no cuentan siquiera con electricidad. Si bien el acceso continúa siendo uno de los grandes ausentes, esto no se limita únicamente a tener conexión, hay grandes desigualdades que se mantienen al ingresar a internet: existen brechas de uso, navegación, apropiación, resignificación y realización de sueños a través de internet que son quizás mucho más grandes que las de la propia conexión. Quedan lejos y fuera las relaciones subyacentes de ejercicios de poder de las tecnologías sobre otras formas de ser, saber, hacer, sentir y vivir. Para habitar internet es necesario conocerla, saber sobre sus potencias y complejidades pero los usos están pensados para la acumulación de capital, no para la autodeterminación o la autonomía.
Entonces, si los servicios básicos educativos, de salud, de asilo están mediados por tecnologías digitales como única opción no solo se excluye a la mitad de la población sin conexión a internet sino a una gran mayoría que tampoco está familiarizada con los usos digitales. Las brechas de exclusión se potencian al mismo tiempo que las capacidades de extracción se multiplican.
RESISTENCIAS Y FORMAS DIVERSAS DE HABITAR INTERNET
Hay otras formas de usar y crear tecnología, más allá de aquellas que nos han impuesto. Las tecnologías libres y abiertas son una oportunidad, un habilitante sí para habitarlas también desde una propuesta crítica. Estas tecnologías libres propician que la construcción de conocimiento sea compartida, comunitaria y distribuida. Tiene un código de saber hacer, un código político y ético que permite otra forma de relacionarte con el objeto, con el código que escribe el objeto y con las personas que usan o escriben el código de ese objeto.
Resistir para existir en el territorio digital implica poner en el centro otros valores, intenciones, sueños, esperanzas y tecnologías. Poner en el centro otras formas de vida, de ser y conocer. Nadia Cortés y Eugenio Tisselli nos hablan de las reescrituras tecnológicas , es decir aquellas que «implican volver a escribir los valores tácitos de las tecnologías, comprender la agencia que tenemos y que nos involucra en el proceso de incorporación y concreción de una tecnología en nuestros contextos. ¿Cómo nos escriben las tecnologías y qué lugar ocupamos en dicho proceso?»
Establecer un distancia crítica con las tecnologías es deseable y necesario. Cuestionar sus algoritmos tanto como las rutas de su producción es un paso inicial para empezar a transformarlas. Para construir tecnologías futuras que respondan al cuidado de la vida en sus muy diversas capas se hace necesario reconectar con modelos de consumo locales, cercanos, que propicien la diversidad y la conexión con las personas productoras, que escuchen los ciclos de la vida (la naturaleza tardó millones de años en producir minerales o el petróleo), con diseños que respondan a esas premisas. Pensar en tecnologías (estas, otras y aquellas) que habiliten el juego, las libertades compartidas y relacionales, el aprender juntes: una tecnología expansiva que nos abra al vínculo con les otres y lo otro.
PENSAR CRÍTICAMENTE LAS BASURAS DE INTERNET
A inicios de 2023, el Programa para el Medio Ambiente de Naciones Unidas dio a conocer que se generan cerca de 50 millones de toneladas de desechos electrónicos al año, equivalente al peso de 1400 torres Eiffel. Se calcula que esta cifra se duplicará en las próximas 3 décadas. La basura electrónica es el flujo de residuos que más rápido crece en el mundo. El 20% se recicla adecuadamente, el resto acaba en vertederos clandestinos.
A pesar de que nuestras vidas cotidianas están atravesadas por la relación estrecha con dispositivos tecnológicos, pocas veces nos detenemos a pensar qué pasa con ellos cuando los desechamos. A medida que aumenta el consumo tecnológico mundial, las comunidades marginadas del mundo mayoritario son las que más sufren las consecuencias del apetito voraz por consumir artefactos.
Esta lógica de consumo intensivo de dispositivos no es casual. El modelo imperante de desarrollo tecnológico busca que consumamos más y más, que renovemos constantemente los aparatos que usamos y que no analicemos los impactos que tiene esta práctica. Por poner algunos ejemplos «un solo tubo de luz fluorescente puede contaminar 16.000 litros de agua; una batería de níquel-cadmio de las empleadas en telefonía móvil, 50.000 litros de agua; mientras que un televisor puede contaminar hasta 80.000 litros de agua».
La producción masiva, el consumo masivo, las estrategias de diseño desplegadas por las empresas, las condescendientes normativas impulsadas los gobiernos, están conduciendo a la degradación ambiental y a injusticias sociales sin precedentes.
MODELO EXTRACTIVISTA EN LOS DESECHOS
Algunas prácticas que se promueven desde las empresas y desde los gobiernos perpetúan el ciclo del extractivismo. Entre ellas se encuentran la obsolescencia programada, la promoción de políticas anti-reparación, el lavado verde y la exportación de residuos electrónicos a los territorios del mundo mayoritario.
Existen estrategias de diseño orientadas a que nuestros aparatos no duren lo que deberían. Las empresas emplean deliberadamente la obsolescencia programada, diseñando productos con una vida útil limitada para forzar a los consumidores a un consumo perpetuo que les genere más beneficios. Esta cultura de «comprar, tirar, comprar» promueve la producción en masa y el consumo intensivo, fomentando una economía lineal que perpetúa la generación de residuos.
Las políticas anti-reparación fomentadas por las empresas tecnológicas obstruyen la capacidad de los consumidores para reparar o actualizar sus dispositivos de forma independiente. La obsolescencia planificada y la posibilidad limitada de reparación no solamente contribuyen al aumento de los residuos electrónicos, sino que también refuerzan el control de las empresas sobre las personas y su posibilidad de apropiación de la tecnología.
En respuesta a la creciente preocupación de la sociedad por el ambiente, algunas empresas han adoptado optado por el «lavado verde”. Es decir, comercializan sus productos como ambientalmente respetuosos, pero los cambios que realizan son superficiales. La economía circular, a menudo presentada como una solución a esta problemática, es un intento de reducción de residuos mediante la promoción del reciclaje y la reutilización de productos. El problema del reciclaje es que no es una solución en sí mismo. Reciclar es un proceso complejo, a menudo muy caro e incluso con las técnicas más avanzadas hay muchos materiales valiosos imposibles de rescatar. Este enfoque no aborda la raíz del problema, ya que sigue invisibilizando los procesos de producción extractivos y explotadores. La economía circular no cuestiona por sí misma el sistema capitalista subyacente, orientado al crecimiento y al beneficio, que perpetúa el consumo excesivo de recursos. La economía circular también necesita un enfoque político desde el decrecimiento y la redistribución.
El mundo mayoritario y las poblaciones más precarizadas se llevan la peor parte de la eliminación de residuos tecnológicos. Los desechos electrónicos son un negocio gigantesco para unos y un riesgo de salud para la mayoría. Las naciones industrializadas suelen exportar sus residuos electrónicos (e-waste) a países con normativas laxas y bajos costos laborales, creando «cementerios electrónicos» en estas regiones: Abogbloshie, en Ghana, es junto con Chernobil uno de los lugares más contaminados del planeta.
RESISTENCIAS Y TECNOLOGÍAS QUE PERDURAN
La urgente necesidad de mitigar los efectos adversos de los residuos tecnológicos exige un cambio fundamental en el paradigma de desarrollo dominante. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de exigir a empresas y gobiernos la adopción de principios de sostenibilidad, justicia ambiental e igualdad social en el desarrollo tecnológico. La tecnología debería ser producida en reciprocidad con los entornos naturales y humanos. Este enfoque debería dar prioridad a los intereses y el bienestar de las comunidades locales, las mujeres y los grupos marginalizados del mundo mayoritario.
Algunas de las propuestas para hacernos responsables de nuestro consumo tecnológico parten, en primer lugar, de la apuesta por reducirlo. No consumir lo que no necesitemos, extender la vida útil de nuestros aparatos. Además, la reducción del consumo energético, la minimización de la extracción de recursos y la aplicación de procesos de producción respetuosos con el ambiente pueden reducir significativamente la huella ecológica de las industrias tecnológicas.
Muchas comunidades en el territorio de Abya Yala promueven iniciativas que subvierten el orden de desarrollo dominante a través de propuestas ancladas a una visión comunal y permacultural del desarrollo tecnológico. Para un cambio radical en la producción tecnológica podemos pensar cómo subvertir las formas en que se diseñan, se producen y se consumen las tecnologías. Por ejemplo, la producción localizada reduce la huella de carbono asociada a las cadenas de suministro globales y apoya a las economías locales. También podemos abogar por la transparencia en el ciclo de vida de las tecnologías para así conocer dónde se producen, dónde se consumen y dónde se desechan. En muchos lugares ahora se están promoviendo investigaciones que hacen visibles esas cadenas.
Debemos también promover una cultura de la reparación y el diseño de productos duraderos y reparables, además de modulares (como Fairphone), que permita a las personas usuarias sustituir fácilmente los componentes defectuosos: los aparatos reparados ahorran el 70% de emosiones de CO2 con respecto a los nuevos. Ejemplos de esa práctica son promovidas por Nodo Tau, Club de Reparadores y Cibercirujas en Argentina, Resistencia Programada en Uruguay. Existe además la comunidad IFixit, que contiene «guías de reparación para todo» así como un foro de respuestas rápidas y un blog con novedades sobre el tema y la compañía británica Minifree que se encarga de modificar viejos portátiles de Lenovo ocupándose de liberar su software pero también su hardware, para obtener así computadoras con mayor durabilidad. El último ejemplo que queremos compartir está radicado al este de Francia: la cooperativa Commown considera los aparatos electrónicos «un bien común» y desde 2018 se dedica a alquilar smartphones, ordenadores y auriculares. Todos sus productos son fáciles de reparar, lo que garantiza una larga vida útil.
Además, podemos promover el desarrollo tecnológico participativo y abierto. El diseño participativo promueve el involucramiento de las comunidades y garantiza que se tengan en cuenta sus necesidades y perspectivas. La promoción de tecnologías de código abierto fomenta la innovación colaborativa, el intercambio de saberes que permite democratizar el conocimiento y apoya la emergencia de iniciativas tecnológicas descentralizadas y comunitarias.
Estas son algunas de las acciones que pensamos para aportar nuestro granito de arena.
EXTRACTIVISMO
¿Qué podemos hacer?
✅ Reducir la compra de dispositivos. Pensemos… ¿Cuáles son indispensables para nuestras vidas y trabajos? ¿Cuáles son los más ‘amigables’ con el ambiente?
✅ Reutilizar equipos. ¿Hay algún proyecto de reutilización de viejos equipos en mi ciudad? ¿Alguna persona de mi familia o cercana necesita un dispositivo tecnológico y el que estoy descartando podría servirle?
✅ Reciclar materiales de los aparatos. Hay que exigir que desde la fabricación se piense en esta etapa. Existen proyectos sociales que reciclan equipos pero no siempre terminan en uso.
✅ Reparar. Si podemos reemplazar las partes en vez de comprar un dispositivo completo ¡es mejor!
También podemos Reflexionar, Rechazar los mandatos de la publicidad que ‘invitan’ a usar ‘nuevas tecnologías’ todo el tiempo y Reclamar legislación y vigilancia que considere opciones para mejorar estas problemáticas
TRABAJO
Es muy importante que tomemos conciencia de la realidad “invisible” en la producción y consumo de las tecnologías digitales. Desde nuestros lugares, podemos:
✅ Promover los espacios de organización entre las comunidades afectadas en los territorios despojados y las personas trabajadoras de la industria tecnológica.
✅ Compartir experiencias de resistencia y sumarnos a construir objetivos comunes.
✅ Construir y participar en espacios de conocimiento con una mirada crítica sobre las tecnologías que incluyan todas las dimensiones e impactos ecosociales.
✅ Exigir políticas para la producción y desarrollo de tecnologías digitales que pongan la vida de las personas y los entornos naturales en el centro.
INFRAESTRUCTURA
Las infraestructuras son políticas y reflejan los imaginarios sociales y las matrices de las cuales emergen. ¿Qué podemos hacer?
✅ Primero debemos tomar conciencia de la realidad “invisible” en la producción y consumo de las tecnologías digitales
✅ Participar, impulsar y fortalecer la construcción y compartición de tecnologías locales y comunitarias que se ajusten a las necesidades de las propias comunidades.
✅ Impulsar regulaciones sobre el diseño, la producción, el uso y el desecho de tecnología para alcanzar la soberanía tecnológica, la autonomía regional y pleno respeto a la vida de las personas y el ambiente.
USOS
Resistir para existir en el territorio digital implica poner en el centro otros valores, intenciones, sueños, esperanzas y tecnologías. ¿Qué podemos hacer?
✅ Habitar las tecnologías percibiendo nuestro tiempo interior y los tiempos de los entornos naturales.
✅ Realizar acciones que promuevan un cambio en el estilo de vida, la disminución del consumo, el derecho a la reparación y la erradicación de la obsolescencia programada.
✅ Utilizar tecnologías (un poco más) sanas y cercanas. Recuerda que el Software Libre es un gran habilitante para ello.
DESECHOS
Para mitigar los efectos adversos de los residuos tecnológicos hay que cambiar el paradigma de desarrollo dominante.
✅ Co-responsabilizarnos de nuestro consumo tecnológico y apostar a reducirlo. Por ejemplo, podemos empezar por no consumir lo que no necesitemos: ¿podríamos realizar esta conversación, investigación, baile o encuentro (o partes de ellas) sin que medie alguna tecnología digital?
✅ Promover la transparencia en el ciclo de vida de las tecnologías: conocer dónde se producen, dónde se consumen y dónde se desechan.
✅ Promover el desarrollo tecnológico participativo y abierto.
✅ Promover una cultura de la reparación y el diseño de productos duraderos y reparables, además de modulares que permita a las personas usuarias sustituir fácilmente los componentes defectuosos.
✅ Exigir a empresas y gobiernos la adopción de principios de sostenibilidad, justicia ambiental e igualdad social en el desarrollo tecnológico.
RECURSOS Y LECTURAS
Extractivismo
Infraestructura
Usos
Desechos
Concepción y contenidos: Jes Ciacci y Paola Ricaurte
Estrategia de campaña: Ivana Mondelo
Ilustraciones y Logo: Cooperativa Tierra Común
Diseño web: SuVersión Electrónica
Impresión: Ediciones La Social
The #technoaffections campaign, which arose from this project, lasted for five weeks, and was conceived as a journey through a series of dimensions we have identified pertaining to the production and consumption of technology: extractivism, labor, infrastructure, use and waste.
Because we are seeking a relationship with people and their situated experiences, we spoke with groups involved in territorial defense, migratory processes on Mexico’s southern and northern borders, migrant shelters, people working in technological maquiladoras, youth, people who work in spirituality and healing processes, the recovery and recycling of technological devices, technologists and researchers.
In a world in which knowledge, technological reflection and technology itself have been conceived and constructed within rationalist, western, white, male frameworks, it is urgent that we reconnect with technology from our affections and affinities, our caregiving and the values that sustain us, to create other possible futures; futures that are dignified and techno-diverse.
Technoaffections is a project that reconsiders technology from a feminist, decolonial, situated perspective, one which supports thought and action about our relationship to technology through a theory and content that present the visions of affected communities, along with methodological proposals for workshops and an online campaign aimed at the broader public.
The project is intended to give people an opportunity to rethink our affective relationship with technology: our ways of doing, the ties that enable or disable, the proximate and distant impacts. We want to activate our capacity for collective creation, our possibilities for political articulation, revive our collective ways of doing together, through reconnection and affection; act on our desire for recognition as a community and as a possibility, our commitment to assuming responsibility as collective action. We want to explicitly state our intent to generate desired impacts and our potential to transform worlds. Our aspiration to build a dignified and just future for all.
WHAT IS YOUR MOBILE PHONE MADE OF?
More and more, we use technological devices; for example, in 2016, smartphone sales reached 1.500 million worldwide (according to FMI statistics), 5% more than the previous year.
Perhaps we’ve given some thought about where devices end up after their disposal and maybe even how they’re produced (beyond labor conditions of workers, mainly from China, India, and other Southeast Asian countries). However, the initial phase of a device’s lifecycle tends to be more obscure.
Smartphones manufacturing is one of the most resource-intensive products in the world. Each phone is made up of more than 200 minerals, 80 chemical elements, and over 300 alloys and types of plastic, which necessarily implies extracting these materials, to a great extent, from the Larger World. This and other technological products are based on the exploitation of commons like lithium, copper, tin, cobalt, nickel, coltan, gold, and silver, which translates into a huge impact. The expansion of the extractivist model and the so-called energy transition led to a lithium boom throughout Latin America. For every tonne of lithium extracted industrially, around two million litres of water evaporate.
We often hear news about the data extractivism that is inherent to the business model of the large digital platforms. But we know very little about the “other” extractivisms found throughout their chain of production. The assumption behind the production of these technologies, from their very design, is that the world has infinite resources, when in truth we live in a world of finite resources.
Uruguayan Eduardo Gudynas considers that one of the main figures in this (neo)extractivist model is the state, which «plays a more active role, and achieves greater legitimacy through the redistribution of some of the profits by means of social policies». Neo-extractivism refers rather than to a specific activity to a type of extraction: all those activities that remove large volumes of natural goods and (almost) without any process are moved far from the area of origin. Mining, oil, gas, dams, monocultures (cereal or forestry), agro-industry, intensive livestock or fishing, information, etc. fall into this category. Mining is the one that can deplete the largest amount of non-renewable resources in the shortest time.
These extractive policies do not consider local communities and ecosystems, causing environmental devastation, deforestation, contamination, violence and land dispossession.
EXTRACTIVE TECHNOLOGY
Minerals are part of our daily lives, without them, life as we know it wouldn’t be possible. However, the implications and consequences of exploitative extractive capitalism and its large-scale production are unsustainable. In terms of megaprojects, mining has the most severe impact at an environmental and human level. It simply can be ‘sustainable’, ‘green’, or ‘socially responsible’.
Extractive models don’t feed local economy, they resort to precarious working conditions and cheap labor while the transnational corporations that implement projects fill their pockets (and not always with transparency). To that effect, they are known for legalizing territorial and patrimonial dispossession wherever they set foot; promoting local community disarticulation; contaminating water, land, and air, affecting people’s health: skin and eye diseases, and even severe chronic health conditions. Human rights violations are constant and systematic.
This is already a moment in which no proposal that does not place the sustainability of the reproduction of life at the centre is incompatible with an idea of the ‘future’. And the consumer system in which we live does nothing more than externalise liabilities (environmental, human, cultural) while it talks in fine rhetoric about how it will face a civilisational crisis without changing one iota its forms of production, transport and consumption at the cost of exploitation.
These statements also include the big technology corporations basing their business model (one of the most profitable worldwide at present) on the lack of transparency about their use and waste of raw materials, for example.
The climate discussion owes societies enormous debts by focusing on discussions around what environmental groups call ‘false solutions to climate change’. Actions that propose small changes to change essentially nothing. This is the trend that tech companies are jumping on with their green talk and zero carbon emissions: payment for environmental services, for example, could be summed up as continuing to consume at the current rate while those who have historically accumulated capital pay other people and groups in places far from the centres of power to clean up the waste that they will not stop emitting.
In consequence, wherever extractivist projects establish, resistance rises with strength.
RESISTANCE AND TERRITORY/LAND DEFENSE
When we look at the economy of materials we find a linear system. Raw materials are harvested and extracted, transformed, transported, assembled, transported again, consumed, transported yet again and finally disposed of as waste. And in each of these stages the variable of “people” is not factored into the equations.
In the short term, one of the big problems of mining is waste rock. To get to the place where there is a «profitable concentration» of the metals you want to extract, you have to get rid of what is above. All that rock that we used to see as mountains and «no good» will now be transformed into mountains of waste that will leak heavy metals stored in them into the air, water and soils. These wastes cause acid drainage, a contamination that can last for, without hyperbole, thousands of years. The Iron Mountain mine in California closed in 1963 but will continue to pollute the Sacramento River with acid drainage for another 3,000 years.
This model impacts the lifestyle of many communities and threatens nature. Organizations, collectives, communities, and entire regions articulate their organization and resistance on their land and rise against projects of so-called «progress» and «development». They claim that «to defend this territory is to defend life; to defend the land of their ancestors is to protect their culture and the preservation of their communities and people.» (Mexico, 2017)
However, we live in a world of finite resources, of cycles and not linear systems, with people involved in every tiny aspect of these chains of production. Moreover, in these systems some people are heard more than others, while the web of public policies and economic diplomacy favours corporations over local populations.
Those who participate in the resistance against these megaprojects organize a variety of actions to create awareness of the issues they face and to defend ways of worthy and dignified living. They participate in local and regional gatherings to share knowledge and experience; they carry out impact studies, legal reports, and complaints; they visit areas damaged by mining and expose exploitation sites; they create public statements, direct action, and resources about land defense and raise awareness on social, cultural and environmental impact.
They also organize against the criminalization and repression exerted by the police and paramilitary and military forces that increasingly responds to the interests of corporate power.
WHO’S BEHIND TECHNOLOGY?
The so-called technology development supply chain is a complex network of intertwined procedures and mechanisms that produce and distribute devices and materials that enable connectivity.
A supply chain commonly consists of three components: supply, manufacture, and distribution. The sourcing phase covers all the required elements for manufacture, such as extracting raw materials. Secondly, these raw materials are transformed into components and assembled to produce the products we use. Lastly, distribution gives us access to these products. Supply chains involve global networks of production, transportation, and storage: no technological product can be produced in a single country.
Additionally, once digital technology devices «come to life», other processes roll in like software development and server maintenance. And then there’s a whole universe of «ghost work» in platform economies that we rarely acknowledge, ranging from content moderation to jobs that fuel the AI industry, like labeling data for machine learning. And there are many, many intermediary groups.
All of this is possible thanks to humans, actual people that work. It seems obvious. What isn’t so obvious is that no company guarantees a supply chain under fair labor conditions. Instead, they exploit workers, the vast majority from the Global South.
But the industry twists the narrative completely and presents us with advanced and luring technology that hides the ways, the sources, and the people that produce them. So, the more we know about the variety of supply chains involved in technological production and data economy, the better we can identify our capacity for taking action and putting forward fair alternatives.
IN THE BELLY OF TECHNOLOGY
People involved in technology labor can be affected in different ways. The extraction of minerals and metals causes chronic respiratory diseases, pneumoconiosis, and lung cancer. The four essential minerals in technology development: coltan, an electric conductive favorite; tin, used to solder circuits; tungsten, which allows mobiles to vibrate; and gold, used to cover wiring, are so-called ‘blood minerals’ because they are often mined in conflict zones in the Global South.
People that work in ‘maquilas’ (factories that are largely duty-free and tariff-free) experience physical trauma in their hands and wrists and are exposed to chemical poisoning and bronchial irritation caused by lead and tin-based solder fumes. ‘Maquila’ companies usually hire young women (between 15 and 25) to reduce salary costs. Also because they perform tasks with precision, repetitiveness, and great agility. However, after a few years, women workers lose vision and get joint and back pain from working long hours on their feet, often at night and early morning, without rest and even with restrictions to go the bathroom.
In content moderation, the most common affectations are linked to post-traumatic stress, reduced neuronal activity, and loss of social and family ties. In 2020, Facebook agreed to pay $52 million to US-based content moderators who suffered from post-traumatic stress. But what happens to Filipino workers that perform the same exact labor?
These precarious working conditions exacerbate structural inequities. As long as companies pile up enormous profits, workers can’t reach a dignified life.
The wealth gap is part of the hegemonic technological development model. Apple’s profit margin is known to mount up to at least 64%. In Apple’s factories, there are 94 production lines and approximately 400 steps to assemble an iPhone, including grinding, welding, drilling, and adjusting screws. A facility can produce 500,000 phones per day, approximately 350 per minute. In Asian supplier factories, some of these activities are carried out illegally by students with 11-hour shifts.
Regarding the salary gap, back in 2014, on average, executives earned USD 16,200 per month, while excavators in the Congo earned between $10 and $50 per week. Around 40,000 children work in mines of the Democratic Republic of the Congo and it would take them 700,000 years to earn what Jeff Bezos earns in one day.
In terms of gender, a study by the Project Management Institute (PMI) shows that the gap is increasing. Male project managers outnumber women by a difference of 58%. Additionally, women earn around 20% less than men for the same work.
RESISTANCE AND ACTION FOR DIGNIFIED LABOR
Because technological production unfolds at a transnational scale and many companies operate overseas, issues regarding the dignity of labor reflect on different dimensions and involve an array of local and global actors. One of the main areas of action led by related movement building and resistance is to enable access to labor rights that guarantee dignified and fair conditions, as well as alternative economic models. Efforts include establishing unions that defend workers and co-op rights as an alternative economic model. As well as initiatives that promote laws that demand companies meet labor commitments. Fundamentally, movement building is a force to reckon with wherever we go.
The Coalition of Former Workers of the National Electronic Industry (CETIEN) is a collective based in Jalisco, Mexico, and the northern border of the country. In addition to fighting for «dignified and stable work,» for years they have denounced the effects of the technology industry on health and the environment. They organize action to research, promote and defend their human rights through training opportunities that include health care, despite the industry’s negligence to guarantee them. This organization promotes coordination with community organizations dedicated to territorial and land defense.
The Argentine Federation of Technology, Innovation and Knowledge Work Cooperatives (FACTTIC) is made up of 28 technological cooperatives across the country working together to strengthen its members and disseminate this vision of work and technology. They broadly name this understanding through fostering bonds, relationships, and mutual help that, not only addresses organizational and economic aspects but conflict resolution. For FACTTIC «cooperatives are democratic companies that are invested in the development of the community in which they live».
In many countries, laws have been passed that allow platform workers to be effectively considered as workers, that is, entitled to compensation, vacations, and other benefits. For example, in Mexico, a legal proposal was made requiring platform companies to become accountable for accidents and/or even mortal incidents regarding their workers. It also addresses legal entities that operate, manage, and/or use computer applications or platforms and requires them to consider the people that work for them as actual employees.
These are just a few examples that show how political and economic organization and platform labor regulation are essential for workers to achieve decent labor condition.
CRITICAL PERSPECTIVES ON INTERNET INFRASTRUCTURES
According to Larkin (2013), “infrastructures are built networks that facilitate the flow of goods, people, or ideas and allow for their exchange over space.” In our day-to-day experience with the internet, we seldom think about the infrastructures that make it possible. Infrastructures are not just the material underpinning of the internet. They have a political, epistemological, ethical, cultural, economic and social dimension. Therefore, they have social effects, and have been conceived around a specific worldview.
The physical infrastructures of the internet are comprised of cables and satellites, antennas and web servers. There are also content distribution networks (CDN), database servers, modems, routers, storage devices, extenders, controllers, water pipes, fans, sprinklers, generators. Some of these elements can be found in what are called datacenters, server farms, or, colloquially, “the cloud.” But by now you’ve undoubtedly heard that there is very little that is immaterial or ethereal about the cloud, and that it is a fairly centralized space.
Data infrastructures also have a complex framing. A data center can have various purposes. Some sections of this framing may made up of local operators, internet service providers or small data centers. We might find regional operators and mid-sized data centers. There are also international data centers like network access points, national operators and large data centers.
In fact, the backbone of the internet consists of what are called network router trunks, which are the main paths for data between networks of strategically connected computer networks and central routers. They are often composed of multiple fiber optic cables, and most of them are below the sea. Today, the internet travels by air, land, even underwater.
We can also talk about digital infrastructures of standards and protocols by which these physical infrastructures communicate with each other. Above (or within?) this framing of infrastructures lies what are called service infrastructures and applications. There are content managers and other web services, databases, instances, APIs, bots (like web crawlers). This great framing is available to us through devices like computers, tables, smartphones, watches, refrigerators, ATMs, and much, much more.
With this brief overview, we have seen that there is a layer of infrastructure whose environmental footprint is larger than what we usually see. Understanding how these infrastructures function, their architecture, their meaning and their impact on territory, their consumption of energy and water, production of waste and social effects, can help us to create and strengthen alternative infrastructure projects.
THE EXTRACTIVIST MODEL IN INFRASTRUCTURES
Infrastructures are political; they reflect the social imaginaries and matrixes from which they emerge. We often speak of platform capitalism, but we don’t oven relate it with the aspect of infrastructure. There are global and local forces that encourage our infrastructural dependence on private multinational capital. Most of the capacity to deploy infrastructure, particularly the most crucial components, is not to be found in the public or social sphere. In our region, we have a public infrastructure deficit. As individuals, we have little right of access to these infrastructures.
According to Data Center Knowledge the 15 largest data center colocation providers in the world control around half of the market, and the remainder is highly fragmented. This gives the largest ones the power to impose their rules and decisions on the other infrastructures and persons connected to them.
The lack of transparency with which these private companies operate means we have no information, for example, on their servers’ cooling systems, or their consumption of energy and water. Some of the largest companies boast zero-consumption policies based on the use of renewable energy or recycled water. These practices are necessary. But they do not question the scale of the data storage and processing model, and this has a direct impact on the volume they consume. In 2021, one study calculated that solar panels would generate eight million metric tons of waste in three decades. What would be the desired impact of a server farm owned by a technological multinational and fed by a solar panel farm? Another part of the problem is that to ensure efficient data processing, the storage hardware must be frequently replaced, increasing the production of technological trash. These models are based on an idea of “infinite” consumption that bears no connection to the finite reality of our planet.
In the same year, other studies estimated that digital technologies were responsible for between 1.4% and 5.9% of global greenhouse gas emissions, more than all airplane emissions combined. Every Google search requires the mobilization of various types of software (web crawling and indexing, algorithms, search suggestions and adwords). Browsing Facebook on a smartphone for 3-4 minutes, or viewing a 45-second high-res video, consumes as much energy as a LED lightbulb that stays on for an hour. Forty percent of the internet’s carbon footprint comes from the design of websites. Finally, the tendency to migrate everything to “cloud services” requires a constant, ubiquitous internet connection that requires hardware and software available for remote private use 24/7.
Extractivism is not just a material phenomenon. In university education, for example, we are witnessing a rapid, silent and devastating process of privatization and dismantling of the university as a public service, also through infrastructures.
RESISTANCES AND OTHER-INFRASTRUCTURES
So have Other-Technologies succeeded in escaping the extractivist model? It would be impossible to do so altogether. But that model is being heavily questioned, and steps are being taken to build the infrastructures we desire, as a community.
The defense, construction and right to infrastructure should be taken as a central concern for our collectives, social organizations and academic spaces. Some communities believe that we should progress toward greater autonomy and self-determination through community-governed models of data and infrastructure. And given the existing restrictions on resources and capacities, we think that there are more options in projects or initiatives developed according to the principles of minimal computing, as mentioned by Alex Gil, or pocket infrastructures, as Offray Luna proposes: light, free, and distributed.
We also recognize the proposals on community internet networks that have come, for example, out of Mexico, Argentina and Colombia. And the proposal of Wiki Katat, the first virtual social and community mobile operator of cellular telephony and internet services.
We are interested in Other-Technologies like autonomous or community-managed servers like May First or Greenhost, which also publish a detailed annual report on the difficulties of attempting to be “sustainable.” And we are excited when those same proposals are linked and sustained by feminisms like MariaLab or Anarchaserver.
With all of this, it makes sense to adopt the perspective of the infrastructure of affection, as Thiane Neves proposes in her Rede transfeminista de cuidados digitais: “it means thinking of ourselves as producers of technology, including ancestral technologies as a whole, focused on caring for ourselves and our support network, creating affective materials, never creating a hierarchy of wisdom and knowledge, not allowing a discourse or a doubt from women to be something small or to diminish their steps, their struggles. If we consider all infrastructure to be political, the infrastructure of affection is a political-methodological decision whose foundational pillars are free exchange and knowledge. It is a working methodology that aims to forge affective bonds. It is interested in listening; the word is supreme. It entails the philosophies of the Free Software movement, Hacktivism, and also the perspective of Feminist Technologies” (Neves, 2023).
CRITICAL PERSPECTIVES ON INTERNET USES
It’s common to view technology as an indicator of a society’s progress, as an engine of history. In Technology: The Emergence of a Hazardous Concept, Leo Marx explains the etymology of the word (from the Greek techne, an art or craft, and the suffix -ology—a branch of learning), and notes that the concept came into the English language in the 17th century to refer to a field of study, not an object of study. This changed in the 19th century with the Industrial Revolution and the “mechanical arts.” From then on, technologies became anchored in the idea of development.
What place do the technologies we use occupy in society? For many people, technology refers only to digital technology, because the internet has dramatically reshaped how we relate to each other, work, and communicate. But we have increasingly narrowed our reference further, to only a small portion of digital technologies: hegemonic, closed media that instead of democratizing access and knowledge, only make us more dependent, less autonomous. In the way these technologies have become socialized, people are conceived as “users,” not as transformative agents. Big businesses give us little containers, windows to “participate,” and say, “use it!”.
From technology to the internet, from the internet to the web, from the web to platforms and from platforms to apps, spaces have been narrowing. Why do we “connect”? What spaces are we accessing? We’re social beings and the “networks” know it, they exploit it. Way back in 2017 a Facebook “repentant” revealed that to get us to consume as much of our time and attention on the internet as possible, tech companies realized that they had to “give us a little dopamine hit every once in a while because someone liked or commented on a photo or a post … The inventors, creators — it’s me, it’s Mark [Zuckerberg], it’s Kevin Systrom on Instagram, it’s all of these people — understood this consciously. And we did it anyway.” In other words, they used human psychology to foster dependence on “social” platforms.
Our browsing history is an open book for these platforms, and it runs through the arteries of their infrastructure straight to their data center, directed by opaque algorithms that they refuse to disclose. Having pushed us to accept the premise that “privacy doesn’t exist anymore,” they say we shouldn’t worry “if we’ve got nothing to hide.” And that’s just what we could normalize: if there’s nothing to hide, why do they have to snoop around?
THE EXTRACTIVIST MODEL IN BROWSING
With all of this, an all-but inarguable trend emerges: connection is “desirable.” So we are continually being offered more connected devices, spaces, relations. Technologies don’t take no for an answer. But there are people who set their own rules and see things from the idea of opting out of connectivity.
This trend toward hyperconnectivity greatly widens existing gaps. Half the world isn’t connected. Many people still don’t even have electricity. Although access is lacking for much of the world, it’s not limited to just a connection. There are major inequalities that persist even once one is connected to the internet: there are gaps in usage, browsing, appropriation, resignification, the ability to pursue one’s ambitions, that are perhaps greater than the connection itself. More so the underlying relations and powerplays of technology on other way of being, knowing, doing, feeling and living. To inhabit the internet, we need to understand it, know about its power and complexities, but its uses were designed for the accumulation of capital, not self-determination or autonomy.
So if basic services like education, health, and asylum, are mediated by digital technologies as the only option, we’re excluding not just the half of the world’s population with no internet connection but also the vast majority of others who are unfamiliar with digital media. The exclusion gap widens while capacities for extraction multiply.
RESISTANCE AND DIVERSE WAYS OF INHABITING THE INTERNET
There are other ways to use and create technology, beyond those that have been imposed on us. Free and open technologies are an opportunity, they enable us to inhabit them, too, from a critical perspective. These free technologies encourage a shared, community-based and distributed construction of knowledge. They have a know-how code, a political code and an ethical code that allows for other ways of relating to the object, with the code that writes the object, and with the people who use or write the code of that object.
Resisting to exist in digital territory means placing other values, intentions, dreams, hopes and technologies at the center. Other forms of life, of being and knowing. Nadia Cortés and Eugenio Tisselli speak of technological rewriting , in other words “rewriting the tacit values of technologies, understand the agency we have and which involves us in a process of incorporation and realization of a technology in our contexts. How do technologies write us, and what place to we occupy in that process?”
Taking a critical step back from technology is desirable and necessary. Questioning both its algorithms and its paths of production is the first step to beginning to transform them. To build future technologies that can care for life in its various layers, we need to reconnect with local, proximate models of consumption, which foster diversity and connection with the producers and listen to life cycles (nature took millions of years to produce minerals and oil), with designs that respond to these premises. Thinking about technologies (these and others) that enable play, shared and relational liberties, shared learning: expansive technologies that open up ties to others, and to otherness.
CRITICAL PERSPECTIVES ON INTERNET WASTE
Early in 2023, the United Nations Environmental Programme announced that close to 50 million metric tons of e-waste are generated every year: the weight of 1,400 Eiffel Towers. This figure is expected to double over the next three decades. E-waste is the fastest-growing flow of trash in the world. Twenty percent of it is properly recycled; the rest ends up in clandestine dumps.
Even though our daily lives are bound up in our close relationship to technological devices, we rarely stop to think about what happens to them when we dispose of them. As global technological consumption increases, the marginalized communities of the majority world suffer the consequences of our insatiable appetite for electronics.
This logic of intensive consumption of devices is not a matter of chance. The prevailing model of technological development requires that we consume more and more, constantly upgrading the devices we use and turning a blind eye to the impact of this practice. To mention just a few examples: “a single fluorescent light tube can contaminate 16,000 liters of water; a nickel-cadmium battery like those used in cell phones, 50,000 liters of water; and a television, up to 80,000 liters of water”.
Mass production, mass consumption, corporate design strategies, and condescending regulations imposed by governments, are all contributing to unprecedented environmental degradation and social injustices.
EXTRACTIVIST MODEL IN WASTE
Some of the practices companies and governments encourage perpetuate the cycle of extractivism. This includes planned obsolescence, anti-repair policies, greenwashing and the export of e-waste to majority-world territories.
Our devices are designed strategically to last less than they should. Companies deliberately rely on planned obsolescence, designing products with a limited useful life to force consumers to perpetually repurchase them, which boosts their profits. This culture of “buy, discard, buy” promotes mass production and intensive consumption, driving a linear economy that perpetuates waste generation.
The anti-repair policies followed by electronics manufacturers block consumers’ capacity to repair or update their devices independently. Planned obsolescence and the limited possibility of repair not only create more e-waste but also tighten companies’ control over people and their possibilities for appropriating technology.
In response to growing social concern for the environment, some companies have opted for what is called “greenwashing.” This means they market their products as environmentally respectful, but the changes are merely superficial. The circular economy, often presented as a solution to this problem, is an attempt to reduce waste by encouraging recycling and product reuse. The problem with recycling is that it is not a solution in itself. Recycling is a complex process. It can be very expensive, and even with the most advanced techniques there are many valuable materials that can’t be recycled. This approach doesn’t attack the root of the problem, because extractive, exploitative production practices remain invisible. A circular economy also requires a political approach centering on de-growth and redistribution.
The majority world and populations living in the most precarious conditions bear the brunt of e-waste disposal. It is a massive business opportunity for a privileged few, and a health risk for the majority. Industrialized nations often export their e-waste to countries where regulations are laxer and labor costs lower, creating “electronics graveyards” in those regions: Abogbloshie, in Ghana, is, along with Chernobyl, one of the most contaminated places on the planet.
RESISTANCES AND TECHNOLOGIES TO LAST
It is urgent that we begin to mitigate the adverse effects of technological waste, and this requires a fundamental shift in the dominant paradigm of development. As a society, we have a responsibility to demand that companies and governments adopt the principles of sustainability, environmental justice and social equality in technological development. Technology must be produced in reciprocity with natural and human environments.
Some have suggested that we assume our responsibility for technological consumption first by reducing it: not consuming what we don’t need, extending the useful life of our devices. Also, reducing energy consumption, minimizing resource extraction and ensuring that production processes are environmentally respectful can significantly reduce the environmental footprint of technology industries.
Many communities in the Abya Yala territory have initiatives that aim to subvert the dominant development order through a communal, permacultural vision of technological development. To radically change technological production, we might think about how to subvert the way in which technology is designed, produced and consumed. For example, localized production reduces the carbon footprint associated with global supply chains and supports local economies. We can also advocate for transparency in the lifecycle of technologies, to know where they’re produced, consumed, and discarded. In many parts of the world researchers are working to make these chains visible.
We must also promote a culture of repair and demand that products be made more durable and repairable, more modular (like Fairphone), so that users can easily replace defective components. Repairing a device produces 70% less CO2 emissions than the purchase of a new one. Some examples of this type of effort are Nodo Tau, Club de Reparadores y Cibercirujas en Argentina, Resistencia Programada en Uruguay. There is also the IFixit community, which offers “repair guides for just about everything” a quick answers forum and a blog with the latest news on device repair, and the British company Minifree which modifies old Lenovo laptops, unlocking both its software and hardware, turning them into more durable computers. Finally, there is the French Commown cooperative,which considers electronic devices a “common good,” and since 2018 has been renting smartphones, computers and headsets. All of its products are easy to repair, which guarantees a long useful life.
We should also encourage participative, open technological development. Participative design promotes the involvement of the community and guarantees that its needs and perspectives are considered. Promoting open source technology fosters collaborative innovation and the exchange of know-how to democratize knowledge and support the emergence of decentralized, community-based technological initiatives.
These are some of the actions we can take to contribute our little bit.
EXTRACTIVISM
What can we do?
✅ Buy fewer devices. Ask ourselves: which ones are indispensable to our life and work? Which are the most environmentally “friendly”?
✅ Reuse equipment. Is there some project in my community that reuses old equipment? Does anyone in my family or group of friends need a technological device I’m getting rid of?
✅ Recycle the materials devices are made of. We should demand that this is considered from the manufacturing phase. There are social projects that recycle devices, but not always for continuing use.
✅ Repair. It’s better to replace the parts instead of buying a whole new device.
✅ We can also Reflect, Reject advertising that “invites” us to constantly buy “the latest” technology, and Reclaim legislation and oversight to address these problems.
LABOR
It is vital that we become more aware of the “invisible” reality of production and consumption of digital technology. From each of our own spaces, we can:
✅ Promote organization among affected communities in dispossessed territories and technology industry workers.
✅ Share experiences of resistance and join in formulating common goals.
✅ Build and participate in spaces for knowledge with a critical perspective on technologies, including all their eco-social dimensions and impacts.
✅ Demand policies on the production and development of digital technology that prioritize the lives of people and natural environments.
INFRASTRUCTURE
Infrastructures are political. They reflect the social imaginaries and matrixes from which they arise. What can we do?
✅ Become more aware of the “invisible” reality of digital technology production and consumption.
✅ Participate, encourage and strengthen the construction and sharing of local and community technologies that suit the needs of the communities themselves.
✅ Support regulation of the design, production, use and disposal of electronics to achieve technological sovereignty, regional autonomy and full respect for people’s lives and the environment.
USES
Resisting to exist in digital territory means prioritizing other values, intentions, dreams, hopes and technologies. What can we do?
✅ Inhabit technologies by perceiving our inner time and the times of natural environments.
✅ Act to alter lifestyles, reduce consumption, promote the right to repair and eradicate planned obsolescence.
✅ Use technologies that are (a little) healthier and closer by. Remember that Free Software is a great enabler for this.
WASTE
To mitigate the adverse effects of e-waste, we need to change the dominant paradigm of development.
✅ Assume shared responsibility for our technological consumption and try to reduce it. For example, we can begin by not consuming what we don’t need. Can we do this conversation, research, dance or meeting (or some parts of them) with no digital technology involved?
✅ Promote transparency in the lifecycle of technologies, to know where they’re produced, consumed, and discarded.
✅ Promote participative, open technological development.
✅ Promote a culture of repair and demand that products be made more durable and repairable, more modular (like Fairphone), so that users can easily replace defective components.
✅ Demand that companies and governments adopt principles of sustainability, environmental justice and social equality in technological development.
Resources & Readings
Extractivism
Labor
Infrastructure
Uses
Waste
Concept and content: Jes Ciacci y Paola Ricaurte
Campaign strategy: Ivana Mondelo
Illustrations and logo: Cooperativa Tierra Común
Web design: SuVersión Electrónica (coming soon)
Printing: Ediciones La Social