Sursiendo hilos sueltos
En estos tiempos parecen estar al día los #openeverything. Sean cuales sean las razones sobre las que se argumentan existen procesos de producción de conocimiento abierto que van desde el software libre hasta el hardware libre, pasando por el open access, el urbanismo colaborativo y todo tipo de acciones P2P. Y por supuesto, la cultura libre.
Desde hace unas semanas, y a raíz de un debate que mantuvimos (¿mantenemos?) con el blog ¿Por qué Marx no habló de copyright?, han surgido en otras conversaciones argumentos y contra-argumentos sobre los muchos temas relacionados con la cultura libre. A un poco de todo ello nos referiremos en esta entrada.
Entre otros temas, resurgió la noticia del selfie del macaco negro de Indonesia cuyos derechos son reclamados por el dueño de la cámara en cuestión. Y así, “un fotógrafo británico insiste en que él tiene los derechos de autor”. De ¿autor? El fotógrafo sostiene que “un macaco apretó el obturador, pero yo hice todo el trabajo previo” y por eso quiere su reconocimiento.
Una de las observaciones sobre este hecho es que, por ejemplo, se entremezclan de manera no muy clara la “autoría” con los “derechos de copia”. Mientras que por momentos el fotógrafo parece estar interesado en las regalías que no está pudiendo obtener por esa foto, en otros aduce que la foto le pertenece porque condensa el trabajo de todo un año anterior (o una vida, claro).
Y es que, de alguna manera, los conceptos se confunden porque muy rara vez se hace una distinción clara entre los derechos morales (que siempre le pertenecen a quien realizó la obra) y los derechos patrimoniales (que pueden o no ser del/la autor/a) de un producto cultural.
De hecho, allá por 2012, cuando aparecieron nuestros primeros Sábados de comunes compartimos una serie de videos sobre los commons realizados por Geof Glass que abordan estos temas. En uno de ellos, La Invención del Autor, cuenta que “esa idea de que los autores románticos son individuos que crean algo desde la profundidad de su alma, algo nuevo y original es el corazón de la ley de derechos de autor y patentes tal y como se aplican hoy en día”. El devenir de la historia necesitó volcar la divinidad de la creación (que hasta ese momento solo estaba puesta en dios) y entregársela a los artistas desterrando así la idea de que la cultura es algo que creamos cotidianamente o, como dicen en la Declaración para la Creatividad Sostenible “todo el mundo, a diferentes escalas, puede contribuir a producir cultura, valores y riqueza”, en realidad queramos o no, lo hacemos (siempre a diferentes escalas, claro).
Cuando en otro momento hablamos de La muerte del autor como fundamento de una cultura libre nos proponíamos justamente matar a este autor/a genial que de la nada produce algo y nos reivindicábamos como “cocteleras de información” en las que “se mezclan todos los descubrimientos, aprendizajes, vivencias” para de ahí contar nuestra remezcla (obra o producto cultural) con un lenguaje propio. También así nos los cuentan en ¿Por qué importan los videos de gatitos? Y vaya que sí importan porque lo que sucede en la actualidad es que hemos podido recuperar la capacidad de crear cotidianamente. Ya no somos meros consumidores de cultura. Hemos vuelto a ser creadores de cultura.
Por eso nos gusta decir que las acciones por una cultura libre no están dadas para que no podamos vivir de lo que hacemos (sino para que no vivamos eternamente de lo que hicimos alguna vez), o no queramos reconocer a quien realizó la obra sino que rozan más la postura ética de reconocer que si no viviéramos en sociedad (y no mamásemos de ella) no podríamos “crear”. ¿Entonces por qué no tomar del común y a la vez devolver algo al común?
La cultura libre (o al menos la forma en la que la entendemos desde aquí) no está en contra de reconocer las autorías. De hecho gracias a que cada quien ha aprehendido cosas diferentes de diferentes maneras, las mezclan que se logran son siempre (más o menos) diferentes. Se ve la marca del/a autor/a. Y aún así, se asemejan a algo más.
En la época de la reproductibilidad técnica infinita, la cultura libre no resuelve el problema de vivir de lo que hacemos. Claramente tampoco lo ha hecho la cultura privativa. No tenemos idea de cómo se resuelve ese dilema. Cada quien, además, encontrará la manera de conjuntar sus muchos saberes y con eso hacerse un medio de vida. En una época de tal producción cultural como la que vivimos no podemos pretender seguir viviendo con los métodos y modelos que funcionaron previamente. Se destruyen muchas formas de empleo conocidas y quizás lo nos esté faltando es ver dónde están las nuevas formas.
Hemos pasado de una época en la que “Aristóteles sostenía que era incompatible hacer algo que nos realizara y completara y, a la vez, nos pagaran por ello” a otra en la que “las tornas cambiaron por completo, hasta el punto de que el trabajo que se realizaba sin una finalidad económica ya no era un trabajo” y entonces Si no cobras por tu trabajo eres idiota. Una vez más hemos pasado a asignarle valor a algo por lo que cuesta y no por lo que vale.
Y estamos en crisis. Crisis múltiples y diversas. ¿Por qué no lo estaría la producción cultural? Pero, como dice Holloway “no hay que pensar en la crisis como el colapso del capitalismo sino como la erupción de la dignidad, el nacimiento de otra cosa, de otras relaciones sociales, relaciones sociales basadas en la dignidad” ¿Podremos aplicar esto a la cultura libre? Habrá que seguir dialogando, remezclando.
Leíamos hace un par de días que Para construir cultura libre hay que usar infraestructuras libres. El texto completo y los comentarios al pie abren nuevas puertas (y ventanas) sobre lo que debería ser la cultura libre. Lo bueno de estos espacios es que los debates suelen recoger prácticas conceptualizadas (pensar la práctica). En una de ellas, por ejemplo, el planteo es que si prima lo eficaz y eficiente usaremos tecnologías propietarias que a la larga crearán una dependencia que nos hará débiles (en el sentido de no tener control sobre ellas). Sin embargo, como agrega Ricardo Amasté en un comentario “cada vez apuesto más por la evolución, por la transición”, porque lo importante es cómo utilizamos las herramientas y cómo, además, vamos avanzando en la construcción de alternativas vivibles y vívidas que nos permitan seguir equivocándonos y aprendiendo unos de otras.
¿Hay autorías, individuales y colectivas? ¡Sí! ¿Tenemos que recibir una retribución monetaria por lo que hacemos? ¡Claro! ¿Tenemos que sentarnos a pensar y esperar esos mundos que queremos? ¡Para nada! Creemos que lo importante es ir haciendo. Retomar las bases de la educación popular y hacer-pensar-hacer mientras vamos caminando. ¿Tenemos que hacerlo todo sino no sirve? ¡Mucho menos! La coherencia total difícilmente exista. Preferimos estar atentos y atentas a ver nuestras incoherencias y teniéndolas presente, seguir construyendo.