Sursiendo hilos sueltos
Estamos en tiempos convulsos pero sobre todo, complejos. El autoritarismo digital con el que ya convivíamos a diario sin protestar llega ahora en el formato de ‘estado de emergencia’. Y en las situaciones de emergencia queremos que nos digan qué hacer, permitimos que se haga ‘lo que sea’ en nombre de la ‘seguridad’. La interdependencia global en la que ya convivíamos se hace más elocuente en tiempos de coronavirus y ese autoritarismo digital vio una oportunidad de negocio servida en bandeja.
Rápidamente Google y Amazon se ofrecieron gentiles a ser los proveedores de servicios digitales para poder responder a la hiperconexión [¿más aún?] frente a la situación de emergencia.
La tecnología no es ni neutral, ni inmaterial. Se estima que los centros de datos donde se aloja nuestra navegación diaria son los responsables de entre el 3% y el 7% de los contaminantes globales. Y, para enero de 2019, el mundo tenía más basura electrónica que humanos. Como dicen en el documental Cuando deje de llover “nuestra agua refleja nuestro comportamiento, tarde o temprano todo lo que hacemos, usamos o poseemos termina en el agua”.
Esta es apenas la punta del iceberg de la contaminación ambiental, dejando fuera las implicaciones de la contaminación que produce a la libertad de pensamiento el hecho de que sean unas pocas empresas las que determinan lo que vemos y leemos.
En tiempos de captura corporativa donde las multinacionales tienen más poder que los propios estados nacionales, mudarnos definitivamente a la ‘nube’ [a sus ‘nubes’] les dará más control sobre nuestras vidas cotidianas, nuestra intimidad, deseos, enojos… y miedos [¿para volver a empezar el ciclo de una futura ‘situación de emergencia’?] Como dice la canción, corremos el riesgo de que ‘si le das más poder al poder, más duro te van a venir a joder’.
Internet fue pensado como un espacio de expansión de libertades. En los años ‘60 ese ‘poder’ estaba representado por gobiernos todopoderosos. El abuso de poder estaba en manos de gobiernos a los que había que ponerles un ‘freno’ e internet quería ser un espacio de libertades ciudadanas, autónomas, creativas, compartidas. Internet no pensó que las empresas serían un problema. Se limitó el poder de los gobiernos pero no de esas [futuras] empresas.
Con los años, Internet se redujo a la web que es una pequeña parte de esa gran red [la que nos permite navegarla escribiendo en lenguajes humanos y no en lenguajes de máquinas] y en los tiempos que corren, la web se redujo a plataformas: ya no navegamos la web en busca de opciones y aprendizajes. Nos encandilan los focos de Google, Amazon, Zoom, Netflix, Facebook… Para muestra, un botón: Amazon aloja el 50% de la nube del mundo. Eso quiere decir que Amazon ‘posee’, el 50% de los datos de la nube [o sea nuestros datos].
Una ecuación que parece simple: + conexión = + control + huella digital + huella ecológica.
Para quienes habitamos internet antes y después de las .com conocimos [al menos dos] formas antagónicas de habitarlo: la de la exploración y la del control. Poco a poco quienes se fueron apropiando se esa red fueron startups ingeniosas que venían a traernos soluciones tecnológicas que nos permitirían navegar Internet con mínimos conocimientos porque, ¿para qué necesitamos ‘entender’ si tenemos ‘expertos’ que pueden hacerlo por mi? Nos hicieron dependientes de sus servicios porque eran ‘fáciles’ y ‘bonitos’, porque a la vez que creaban dependencia de sus servicios invisibilizaban de una manera eficaz lo que sacaban a cambio. Porque la inmaterialidad en la que dicen basarse, se hace material en territorios a kilómetros de distancia de los nuestros [o en medio del desierto, o en el fondo del mar], o al menos a kilómetros ‘emocionales’ de distancia. Las empresas de internet solo se muestran como historias de éxito donde unas pocas personas ganan millones de dólares al año y el resto de las personas que construyen la materialidad de internet quedan completamente invisibilizadas. Internet cayó también del lado del neoliberalismo.
Desde los gobiernos de turno se han impulsado políticas para ‘moverse a la nube’ porque se cree que es más barato, desconociendo una vez más la externalización de los ‘pasivos’: personas que a diario ‘tiran’ cables, levantan antenas, moderan contenidos, extraen minerales. Le confiamos todo a la Red porque creemos que es mejor y más barato.
Las empresas y el extractivismo de datos en los que se centran las economías de esas empresas se mezclan con las políticas de austeridad alimentando la crisis. En lugar de tomar la crisis como una oportunidad para crecer hacia adentro, para aprender más sobre cómo funciona esa Red de la que tanto dependemos y construir un entorno que permita explorar en diversidad, los gobiernos corrieron a comprar las soluciones de negocio de los grandes corporativos. Con esta acción, impusieron una reducción de la libertad digital tan grande como la cuarentena física. Las administraciones públicas decidieron privatizarse más en lugar de invertir en infraestructura propia. Y mucho menos apoyar los proyectos de autonomía digital que ya caminan en el mundo.
Marta Peirano suele decir que el mercado de los datos es un mercado goloso, deseoso de más y más información. Y esos datos, nuestros datos, importan por la mezcla jugosa que sale de ellos. Porque mezclados, y usando algoritmos, se puede predecir el futuro de una forma más tangible y concreta. Se materializa el viejo dicho que dice que la información es poder, ahora en la forma concreta y tangible de poder conocer y cambiar el futuro: “cuando entiendes cómo funciona la sociedad puedes hacer cosas para modificar su conducta. Las tecnologías que usamos pueden introducir variables y saber inmediatamente si estas variables están funcionando como lo esperaban o no”.
Una frase del filósofo surcoreano Byung Chul-Han resumen un cambio de época: “Nadie sabe cuándo terminará el aislamiento capsular. La ya evolucionada digitalización de la vida avanzó cincuenta años en cinco días. Y sabemos que la tecnología nunca retrocede. Cuando esto termine, estaremos más habituados a estar entre paredes, rodeados de pantallas planas como ventanas a un mundo que ha perdido el horizonte. El windowing -al decir de Han- se impondrá cada vez más como el modo de la experiencia perceptiva: estar en el mundo será estar frente a la ventana”.
Alguien[es] van a salir fortalecidos de esta crisis. Con estas acciones en el plano digital serían, sin lugar a dudas, las corporaciones que ya estaban dominando los mercados internacionales [no los mercados tecnológicos, sino los mercados de distintos rubros].
El problema no es Internet. El problema de Internet es tener que lidiar con su propio virus, uno que lo asecha quitándole el aire. Démosle un respiro a esa Red que tanto nos significa en nuestras vidas [re]construyendo espacios de libertad y autonomía. Yendo más allá de los espacios delimitados por el virus representado por las grandes tecnológicas. No podemos salir de esta crisis habiendo perdido lo poco que nos queda de privacidad. “Tenemos que mantenernos vigilantes porque no podemos llegar a ese nuevo escenario con menos derechos de los que tenemos hoy”, dicen por ahí.
No, no estamos apelando a que los estados nación nos den respuestas. Ya hemos constatado el tipo de respuesta que pueden dar. Podemos ser sus ‘aliados’ de cuando en cuando pero la propuesta no es que reemplacen nuestra propia soberanía social.
Permitámonos desconectar de las tecnologías digitales y conectar con nuestros entornos cercanos. Pero también, al habitar las tecnologías digitales, permitámonos explorar propuestas y servicios que apoyan la creatividad y el conocimiento. La mejor manera de habitar la Red es desde la curiosidad, es no quedarnos en las primeras páginas de los resultados de unas búsquedas que indefectiblemente nos mostrarán las respuesta más populares o ‘a la medida’. Las posibilidades están en las grietas. Ahora que ‘tenemos tiempo libre’ exploremos las grietas de Internet, conectemos con lo ‘desconocido’ para crear nuevas posibilidades de futuro que nos permitan salir de la crisis fortalecidas como sociedades ‘de abajo’.