Algunas posibles salidas del laberinto del desarrollo capitalista (I)

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8 enero, 2013
sursiendo

Sursiendo hilos sueltos

(Primera parte del texto presentado en la UNICACH, en enero de 2013)

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arroyo-hondo-mexicoEn las líneas que siguen se pretende trazar un breve repaso por el tema del desarrollo como concepto que auspicia las crisis actuales, como un laberinto donde damos vueltas estando siempre perdidos, y se apuntan finalmente tres posibles salidas de él.

El laberinto Peroes una figura geométrica que está presente en distintas culturas desde hace miles de años. Los primeros laberintos con una datación fiable se encuentran en el sur de Europa: aparecieron por primera vez en esta región hace unos cuatro mil años. También se han encontrado vestigios de laberintos en el continente americano en pinturas y lugares de los pueblos inca, maya o navajo, por ejemplo. Tienen distintos significados y funcionalidades (trampas para los malos espíritus, trazados para danzas rituales, superación para los ritos de iniciación, etc.) pero en esencia es un lugar formado por caminos y encrucijadas, intencionadamente complejo para confundir a quien se adentre en él.

En la actualidad podemos considerar que nos encontramos en un laberinto global: estamos inmersos en una crisis económica, social, ambiental, ética, política y cultural a escala planetaria, que no tiene fácil salida, y que tal vez cambie el mundo tal y como lo conocemos, o incluso llegue a destruirlo y destruirnos como humanidad. O tal vez no. Decía Antonio Gramsci en Cuadernos de la cárcel que «la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos».

Hace unos años el francés Daniel Bensaïd escribió:

No hay que contar cuentos: nadie sabe cómo va a cambiar la sociedad en el siglo XXI. Digamos que se enfrentan dos lógicas: una lógica de solidaridad, de apropiación social, de bienes comunes, y una lógica de competición, de concurrencia mercantil, etc. Podemos decir que si las cosas siguen por la misma vía, vamos hacia la catástrofe social y ecológica: el mercado no puede gestionar la temporalidad de la ecología y la renovación natural. Pero eso no quiere decir que la otra vía sea una garantía absoluta y que vaya a resolver todos los problemas.

La misma vía que comenta Bensaïd es la que nos tiene sumidos en las crisis globales que no tienen fácil solución. El mundo está cambiando sí, pero sin salirse de esa misma vía en términos generales y, más que dejarla, ahonda en sus fundamentos y apuntala lo que el ex presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, dijo en 2008 en un conferencia en el Manhattan Institute: “El capitalismo es el mejor sistema jamás diseñado. El capitalismo ofrece a las personas la libertad de elegir dónde trabajar y qué hacer. La posibilidad de comprar y vender los productos que deseen. Para quienes buscan justicia social y dignidad, la economía de libre mercado es el camino a seguir”. Es decir, seguir con lo viejo que es a la vez lo moderno, seguir caminando por el laberinto del sistema capitalista, buscar ahí esa libertad que nos prometen, a oscuras y desorientadæs la más de las veces.

Pero lo que sí que parece es que el sistema-mundo capitalista muta, por ejemplo haciéndose globalizado, o según los distintos análisis, hacia el Imperio (Hardt y Negri), la sociedad del riesgo (Ulrich Beck), la modernidad líquida (Zygmunt Bauman) o quizás un capitalismo humano (Robert Heilbroner).

copa-de-champagneLo que es seguro es que el capitalismo y la globalización no han tenido efectos saludables para reducir la pobreza en el mundo y proporcionar bienestar: actualmente el 20 por ciento más rico de la población mundial consume el 86 por ciento de los productos, mientras que al 20 por ciento más pobre le corresponde sólo un 1,6 por ciento. Parecidas cifras se dan en otros rubros, como la producción o el ingreso en un esquema que se le conoce como la copa de champagne (o el embudo) para expresarlo gráficamente. Esta brecha ha venido aumentando y todo indica que seguirá haciéndolo.

A vueltas con la crisis

Este es uno de los síntomas de la crisis global ya no sólo de un modelo sino del sistema mismo, como lo explica Immanuel Wallerstein refiriéndose al ciclo actual, que lleva a la propia insostenibilidad del sistema-mundo, el cual colapsará en los próximos lustros produciéndose una bifurcación aún por conocerse. Siguiendo estos argumentos, el italiano Giovanni Arrighi plantea que el sistema económico capitalista tiene grandes ciclos que vienen durando aproximadamente un siglo y han estado caracterizados por tener una potencia económica dominante. En esos ciclos hay una primera fase en la que la economía se caracteriza sobre todo por estar centrado en lo productivo, es decir, basa su crecimiento en la creación de bienes y servicios. Pero en un momento dado, esa economía no ve rentable ese crecimiento y se pasa a incrementar su creación de riqueza basada en la parte financiera y especulativa hasta alcanzar a un punto de zozobra, de caos sistémico, en el cual el sistema se empieza a desestabilizar y llega a su fin. Han habido cuatro grandes ciclos del capitalismo, cada uno con una potencia hegemónica: el hispano-genovés, el holandés, el británico y el estadunidense, en el que estamos viviendo y que parece que está llegando a su fin, por lo que para algunos autores estamos ya en “el final de un ciclo sistémico de acumulación estadunidense”.

Con los datos que se tienen actualmente se podría pensar que entraríamos en un nuevo ciclo dominado por China, siguiendo las dinámicas económicas globales del sistema-mundo. Pero la diferencia es que en los anteriores inicios de ciclo, las potencias hegemónicas habían emergido con más territorios bajo sus dominios, más ámbitos de la vida bajo su lógica de mercado y, en definitiva, más procesos de acumulación que se traducen en más consumo de materia y más consumo de energía. Aún así para Wallerstein el colapso está cerca: los poderes económicos que controlan el sistema-mundo se concentran cada vez en menos manos; se capitalizan cada vez más ámbitos de la vida antes no expuestos a la lógica económica; se produce vaciamiento del poder del Estado-nación de su labor social y aumento de su poder de control, hay mayor represión y violencia contra la sociedad; la desruralización que empuja a la migración masiva; existen mayores diferencias entre Norte y Sur (más en términos de clases que geográficos); crece la desconfianza en la ciencia y en los movimientos sociales tradicionales; la expansión constante de la producción y de la población mundiales agota recursos y la capacidad de asimilar desechos; se deterioran la producción de alimentos y la salud, etc.

knossosLo que viene por delante es “un lapso en el que virtualmente todo puede pasar pero nada puede hacerse con plena seguridad y certeza de éxito”, en palabras de Zygmunt Bauman, y más porque estamos hablando de sistemas complejos, que pueden tener un grado de variabilidad grande, o muy grande, especialmente cuando alcanzan puntos de ruptura, es decir, esas bifurcaciones que alteran todos los equilibrios.

El antropólogo indio Arjun Appadurai, a pesar de transmitir cierto optimismo sobre la globalización, analiza que, sobre todo desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, ha aumentado la violencia a gran escala, lo que induce a una mayor incertidumbre social porque borra sistemáticamente los límites entre los espacios y tiempos de la guerra y de la paz. Es lo que Negri y Hardt aclamarían por su parte como la demostración palpable del Imperio. En el mundo global encontramos la ampliación de la brecha entre ricos y pobres, fuertes cuestionamientos a la estructura Estado-nación y el temor social a la exclusión, según Appadurai, y que se asemeja a la situación de modernidad líquida, propuesta por Bauman.

Precisamente en el libro Modernidad líquida, Bauman aborda su tesis central de que la “modernidad sólida” (capitalismo industrial, Estado-nación, partidos y sindicatos fuertes, familia patriarcal, etc.) ha dejado paso en las últimas décadas a una “modernidad líquida”, en la que todas las relaciones sociales se han vuelto fluidas e inestables. El capitalismo globalizado ha impuesto la desregulación, la flexibilización, la liberalización, la privatización. La consigna universal es “hágaselo usted mismo”. Se exige a los individuos que busquen “soluciones biográficas a las contradicciones sistémicas” (Ulrich Beck). Se desanudan los vínculos de mutua responsabilidad entre el individuo y la comunidad. Los problemas públicos se privatizan y los privados colonizan el espacio público. La crisis de lo político es el resultado de este proceso de privatización de todos los asuntos públicos, inducido por la expansión mundial del capitalismo neoliberal y por el debilitamiento del Estado de bienestar, allí donde lo hubo. Pero este triunfo de la privacidad suscita al mismo tiempo un sentimiento generalizado de inseguridad y provoca como efecto bumerán la violenta cristalización de la búsqueda de seguridad y de refugio en “comunidades” cerradas y excluyentes.

Por contra, para Antonio Negri y Michael Hardt en la actualidad “el imperio se está materializando ante nuestros propios ojos”, frase con la que comienzan el libro Imperio, cuya premisa principal plantea que la era del imperialismo está superada y ahora vivimos en la era del llamado Imperio. Los autores han intentado demostrar que el sistema capitalista ha ido más allá de la etapa imperialista y ha entrado en una nueva fase que se puede definir como imperial. Para ellos la noción de Imperio ofrece la mejor descripción de lo que hay de más novedoso en esta época: la transferencia de soberanía que se opera desde los estados hacia los organismos supranacionales, la desterritorialización de las fuerzas dominantes. El Imperio son las instituciones internacionales, las firmas transnacionales, los flujos financieros, las ONG, las mafias, las internacionales terroristas; sería correcto decir, como hace Negri, que la sociedad moderna es una sociedad realmente globalizada, que el capitalismo ha alcanzado tal nivel de expansión que es capaz de extender sus tentáculos a cada rincón y grieta del planeta. EEUU no es la cabeza del Imperio sino sólo un componente muy específico de él, por lo tanto cuando actúa, sea militar o económicamente, lo hace, supuestamente, en interés del Imperio.

La libertad de colapsar

laberintoA lo largo del siglo XX, y sobre todo con la caída del bloque socialista, se pasó de la subordinación de la economía a la política a su contrario: la primacía de la economía sobre la política y sobre todos los demás ámbitos de la vida, un postulado que ha calado hondo en la sociedad y sus representantes. De esta forma ha engendrado en el mundo una posición individualista, cortoplacista y antropocéntrica, heredada de la filosofía moderna occidental, que son los ejes centrales del capitalismo actual, por lo tanto son los trazados del laberinto en el que nos encontramos y que nos llevan todos al abismo. Entonces, ¿cuál es la libertad que nos ofrece el capitalismo?

La libertad del mercado ha sido ampliamente teorizada y defendida desde el siglo XVIII, con Adam Smith y posteriormente David Ricardo, pero que el siglo pasado ha culminado con el neoliberalismo a ultranza basado en los argumentos de W.W. Rostow, Friedrich Hayek y sobre todo de Milton Friedman como respuesta al keynesianismo. Esta es una libertad propugnada como limitación del papel del Estado y para extender la iniciativa privada a nivel global mediante políticas monetarias y fiscales restrictivas, desregulación y privatización, sin tener en cuenta la libertad social, ni los límites del planeta, ni el punto de partida desigual: la acumulación originaria que recogió Karl Marx y el  posterior expolio colonial.

El neoliberalismo “destruye todas las falacias discursivas de la ideología capitalista: en el nuevo orden mundial no hay ni democracia, ni libertad, ni igualdad, ni fraternidad”, decía en 2007 el Subcomandante Marcos, porque estamos, efectivamente, ante una forma de fundamentalismo que consagra como ideal supremo e intocable a instituciones que generan sólo ilusiones de democracia y convierten la vida en mercancía, arrasando el planeta en una suerte de neo-extractivismo biopolítico.

El español Fernández Durán, haciendo “política-ficción” sobre análisis bien fundamentados, pronosticó

la Quiebra del actual Capitalismo Global, que es bastante posible que no se prolongue más allá de dos décadas, y que en su forma actual de Capitalismo Global multipolar no dure quizás ni hasta la siguiente década (2020-2030). Es más, puede que el actual Capitalismo Global estalle en dichos años en un conjunto de “nuevos capitalismos regionales” planetarios, fuertemente autoritarios y conflictivos entre sí, en el que se difumine su dimensión mundial actual a un carácter meramente residual. (…) El Capitalismo Global no tiene un plan B energético alternativo a la energía fósil factible ni disponible, y es por tanto absolutamente dependiente de la misma. Es por eso por lo que, a partir de 2025, o como mucho 2030, y quizás antes (2020), el declive del carbón disponible, explotable y apropiable profundizará el declive energético fósil de manera mucho más brusca, pues los tres declives fósiles parciales (los de petróleo y gas ya por entonces muy agudizados) se sumarán y reforzarán unos a otros, activando el progresivo desmoronamiento de las Sociedades Industriales, al faltarles la savia que las hace viables.

El laberinto se derrumba con nosotros dentro, caminando cada vez más hacia su interior, buscando rutas alternativas, pero siempre siguiendo la flecha que indica “desarrollo”.

¿Desarrollo o barbarie?

Para comenzar a tratar el tema del desarrollo, comencemos con un pequeño cuento, una especie de fábula moderna:

Historia ambientada en un pueblo de la costa mexicana:
Un paisano está, medio adormecido, junto al mar.
Un turista norteamericano se le acerca y entablan conversación.
El turista le pregunta:
—»Y usted, ¿a qué se dedica? ¿En qué trabaja?».
El mexicano responde:
—» Soy pescador».
—»¡Vaya, pues debe ser un trabajo muy duro! Trabajará usted muchas horas».
—»Sí, muchas horas», replica el mexicano.
—»¿Cuántas horas trabaja usted al día?».
—»Bueno, trabajo tres o cuatro horitas».
—»Pues no me parece que sean muchas. ¿Y qué hace usted el resto del tiempo?».
—»Vaya. Me levanto tarde. Trabajo tres o cuatro horitas, juego un rato con mis hijos, duermo la siesta con mi mujer y luego, al atardecer, salgo con los amigos a tomar unas cervezas y a tocar la guitarra».

El turista norteamericano reacciona inmediatamente de forma airada y responde:
—»Pero hombre, ¿cómo es usted así?».
—»¿Qué quiere decir?».
—»¿Por qué no trabaja usted más horas?».
—»¿Y para qué?», responde el mexicano.
—»Porque así al cabo de un par de años podría comprar un barco más grande».
—»¿Y para qué?».
—»Porque un tiempo después podría montar una factoría en este pueblo».
—»¿Y para qué?».
—»Porque luego podría abrir una oficina en el distrito federal».
—»¿Y para qué?».
—»Porque más adelante montaría delegaciones en Estados Unidos y en Europa».
—»¿Y para qué?».
—»Porque las acciones de su empresa cotizarían en bolsa y usted se haría inmensamente rico».
—»¿Y para qué?».
—»Pues para poder jubilarse tranquilamente, venir aquí, levantarse tarde, jugar un rato con sus nietos, dormir la siesta con su mujer y salir al atardecer a tomarse unas cervezas y a tocar la guitarra con los amigos».

Valga como ilustración esta historia para comenzar la crítica al desarrollo. En primer lugar hay que decir que a lo largo del siglo XX el concepto de desarrollo se ha equiparado a desarrollo económico, que viene a ser “la capacidad de países o regiones para crear riqueza a fin de promover y mantener la prosperidad o bienestar económico y social de sus habitantes”. Y en la actualidad se hace el trasvase a desarrollo capitalista, sobre todo desde que en 1949 el entonces presidente de Estados Unidos, Harry Truman, pronunciase su famoso discurso que incluía el apelativo países subdesarrollados para definir a un conjunto de países de América Latina, África y Asia, y poner sobre la mesa la supremacía de su país como ejemplo a seguir. Así, la nueva conceptualización de los países del llamado ‘tercer mundo’ estaba anclada a un modelo económico al que podrían aspirar y alcanzar. Al respecto, también la Comisión Económica para América Latina (Cepal) y Raúl Prebisch cayeron en la trampa y homologaron al desarrollo con desarrollo económico capitalista.

Sin título-1En alguna ocasión ya se había utilizado el término desarrollado para indicar el estadío a alcanzar, pero fue en ese discurso en el que logró la notoriedad que marcaría un antes y un después en la política económica a aplicar. Desarrollo también fue utilizado desde entonces como sinónimo de crecimiento, extrayendo sus bases de las ciencias naturales, dándole esa legitimidad científica casi incontestable que caló profundamente en la sociedad, y del que se valieron algunos teóricos como Rostow, en Las etapas del crecimiento económico. Como dice el politólogo Carlos Taibo, “en la percepción común, en nuestras sociedades, el crecimiento económico es, digámoslo así, una bendición. Lo que se nos viene a decir es que allí dónde hay crecimiento económico, hay cohesión social, servicios públicos razonablemente solventes, el desempleo no gana terreno, y la desigualdad tampoco es grande. Creo que estamos en la obligación de discutir hipercríticamente todas éstas”. Y en seguida pone el ejemplo de China, la gran potencia emergente, preguntándose “¿Alguien piensa que en China hay hoy más cohesión social que hace 15 años?”

Así, en el año 1949 dos mil millones de personas se convirtieron de repente en subdesarrolladas, “dejaron de ser lo que eran, en toda su diversidad, y se metamorfosearon en un espejo invertido de la realidad de otros, un espejo que los empequeñece y los envía al final de la cola, un espejo que define simplemente su identidad -que es en verdad la de una mayoría heterogénea y diversa- en los términos de una estrecha y homogeneizadora minoría” (Esteva, 1992).

Por ello las teorías socio-económicas que quieren explicar la salida del subdesarrollo en la búsqueda de otro desarrollo, desde el Sur o desarrollo endógeno o desarrollo sustentable, etc. no pueden escapar a la premisa impuesta por los poderes del Norte y es imposible salir de esa condición dada. Para aquellos que hoy suman más de dos tercios de la población mundial, pensar en el desarrollo -en cualquier tipo de desarrollo- requiere la previa percepción de sí mismos como subdesarrollados, con toda la carga de connotaciones que conlleva. Hoy, para la gran parte de la población del planeta, el subdesarrollo es una amenaza que ya se ha cumplido, una experiencia vital de subordinación y de extravío inducido, de discriminación y de subyugación. El concepto de desarrollo y las políticas que impulsó confirieron hegemonía global a una genealogía de la historia puramente occidental, robando a las gentes y pueblos de distintas culturas la oportunidad de definir las formas de su vida social.

Como analiza Gustavo Esteva, traída desde las ciencias naturales la palabra desarrollo traída desde las ciencias naturales siempre implica un cambio favorable, un paso de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior, de lo peor a lo mejor. La palabra indica que uno lo está haciendo bien porque está avanzando hacia una meta deseada en el sentido de una ley universal necesaria, ineluctable. Convirtió la historia en un programa, un destino necesario e inevitable. El modo industrial de producción, que no era más que una forma social entre muchas, se transformó por definición en el estadio terminal de una evolución social unilineal, y se extendió una obsesión general, a cualquier coste, por la industrialización, el consumo y por el crecimiento del PNB.

Gracias a la publicidad, el crédito y la caducidad de los productos, la búsqueda del crecimiento económico facilita el asentamiento del llamado «modo de vida esclavo», que nos hace pensar que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos, y sobre todo, más bienes consumamos. Es seguir de lleno en el laberinto del desarrollo (del que escapaba todavía el pescador del cuento) que sólo admite los términos económicos dejando fuera los sociales, los culturales, los afectivos, etc. si no pueden ser traducidos directamente en dinero.

Pero el desarrollo capitalista, el crecimiento económico, lineal, ascendente siempre, hasta el infinito, no contempla los límites naturales del planeta. Genera agresiones ambientales que en muchos casos son, literalmente, irreversibles y provoca el agotamiento de los recursos que no van a estar a disposición para las generaciones venideras. Así que podemos concluir que el desarrollo es barbarie, la zanahoria que nos ponen delante para no parar de caminar.

CONTINUARÁ EN LA SEGUNDA PARTE, con la crisis ambiental, el decrecimiento, el buen vivir y los bienes comunes

 

@SurSiendo