Entramados Hackfeministas: curiosidad, tecnología y cuidados

hackfeminismo
20 abril, 2023
sursiendo

Por La Jes

Publicado en Reescrituras Tecnológicas: imaginar otros territorios.
Edición, curaduría y redacción de textos Nadia Cortés. Co-editado por Cátedra Max Aub, Casa del Lago y Programa Arte, Ciencia y Tecnologías de la UNAM, y Lenguaráz Libros (2022).

 

Curiosidad y software libre

Para mí la curiosidad es muy colorida, me permite mucho movimiento, uno juguetón, muy saltimbanqui. Quizás esa es mi representación de la curiosidad y ese juego está muy relacionado con la niñez. De alguna manera la curiosidad también es muy inocente, sorpresiva y nos permite maravillarnos con cosas súper simples, conocer, ver algo, ir hacía allá, seguir por ahí y ver qué pasa.

Cuando la tecnología apareció en mi vida, volví a encontrarme con ese espíritu de juego y con la curiosidad. Empecé a trabajar con la tecnología desde el software libre, ésta fue una manera de aproximarme desde un lugar donde no está todo dado y hay que averiguar cómo se hacen las cosas. Quería estar sola frente a la máquina: preguntando en foros con gente del otro lado del mundo; mirando, abriendo y cerrando; desarmando y explorando qué era necesario para que algo funcionara, primero a nivel software y luego también con el hardware. No es que tenga muy claro cómo funciona todo, pero sí he desarmado mi compu y sé más o menos qué cosa hay dentro; varias veces he destripado equipos como forma de intentar entender lo básico, por lo menos para limpiarlas. Al menos una vez al año desarmo mi compu, mi celular y mis cosas. Creo que si no hubiera entrado desde el software libre a la tecnología, mi acercamiento quizá no hubiera sido desde la curiosidad.

El software libre no determina, pero sí habilita la posibilidad de curiosear el objeto y la técnica. No es que antes no hubiera usado una computadora, pero cuando empecé a usar software libre en mi compu la sentí más cercana y me relacioné con ella desde otro lugar. Entre 2006 y 2007 me armé una compu, fue la primera vez que me compraba una computadora y la armé yo. Sí tenía Windows, aún no había llegado a instalar otros sistemas operativos; sin embargo, había una agencia al armarla y elegir sus complementos y suplementos.

Al principio, con el software libre, simplemente esperaba el momento de poder tener un sistema operativo diferente en mi compu, pero no me daba cuenta de las implicaciones políticas o técnicas, ni de les derivas que podía llegar a tomar. Por ejemplo, la posibilidad de compartir con otras y otros ocurre en muchos espacios de software libre: desde los foros virtuales hasta los espacios colectivos presenciales. Se trata de un compartir generoso, que tiene que ver con el juego y también con la sorpresa y el reconocimiento: “yo sé esto y qué tal si tú también lo sabes”, éste es un compartir diferente. No necesariamente siempre es así, pero sí es una práctica dentro del software libre. Hay gente que comparte desde la generosidad y la alegría, desde el saber para el saber hacer y el hacer juntas. Si sabemos juntas, tenemos más ideas de cómo podemos seguir sabiendo hacer. Para mí ha sido muy bonito el sentido de comunidad que se establece, el sentirnos bienvenidas. También puede haber problemáticas porque, aunque seas bienvenida a participar de una comunidad de software libre, si eres morra puede ser más complicado porque se tejen relaciones de poder por razones de género.

El software libre propicia que la construcción de conocimiento sea compartida, comunitaria y distribuida. No horizontal, pero distribuida. Tiene un código de saber hacer, un código político y ético que permite otra forma de relacionarte con el objeto, con el código que escribe el objeto y con las personas que usan o escriben el código de ese objeto. En el software libre hay que hacer mucho trabajo social. Mientras estaba en los espacios de software libre, también estaba apoyando procesos de pensar la tierra y el territorio con respecto a internet. Ocho años después esos dos caminos empezaron a tener más sentido juntos, aunque al principio estaban separados. Ahora están muy intrincados en una conversación más dialógica, donde todos esos haceres de la vida de alguna manera han habilitado las formas en las que veo el mundo ahora. Para mí lo que es importante en la vida tiene que ver con ¿cómo nos proponemos hacer?, ¿cómo hacemos? y ¿cómo nos hacemos juntas en general?

Entonces, si voy a pensar en qué hacer con la tecnología, siempre pienso en tecnologías que habiliten el juego, la libertad, el compartir con otras, el aprender juntas: una tecnología expansiva que nos abra a la relación con otres. Si pienso en los procesos de defensa de territorio, también los pienso desde ese lugar, no desde las problemáticas, no porque no sean importantes, sino porque lo que rescato es aquello que sustenta los procesos organizativos, más allá de los conflictos: el compartir juntas, el fortalecernos juntas, el hacer comunidad desde el hacernos juntas, juntos y juntes con el territorio. A mí me interesan, en muchos niveles, los procesos comunitarios, sobre todo los procesos elegidos. Elijo entramarme en procesos comunitarios, con todos los conflictos que traen y las diferencias que puede haber en cómo elegir hacer ciertas cosas. Para mí es importante cómo hacemos las cosas, lo que sea que hagamos. Elegir hacer desde un lugar de apertura, de generosidad, de compartir, de crecer, de respirar profundo. Podemos hacer desde esa sensación de inhalar y llenar los pulmones de aire o desde un lugar que te cierra, oprime, restringe o constipa. Cualquier cosa que me invite a lo segundo, por mucho que el tema me encante, me hace enojar. No es desde ahí desde donde me interesa construir. Me importan los saber hacer que propongan abrir relaciones y bocanadas de aire fresco, esos son los haceres que me importan.

Ser bienvenida en un espacio comunitario, compartir el saber hacer, querer seguir sabiendo hacer juntas, engordando ese conocimiento entre todas es algo que me ha interesado mucho. Intentar construir juntas un espacio es lo más desafiante que me ha pasado hasta ahora: aprender juntas, fortalecernos, saber hacer, porque cada uno tiene su lugar de saber; las personas somos muy distintas y hacemos las cosas de maneras diversas, pero lo que nos une es el proceso comunitario de construcción colectiva. Ahí tus conocimientos expertos los pones al servicio del colectivo y a veces van a tener sentido y otras no.

 

De la curiosidad al compartir y del compartir al reconocimiento como camino hacia el cuidado

Últimamente me ha interesado pensar cómo fomentar el espíritu crítico en relación con las tecnologías, incluso desde el consumo. Quizá deberíamos preguntarnos qué tecnologías posibilitan el tipo de mundo que queremos habitar y cuáles son falsas pantallas o vidrieras en las que nos habitamos. Cuestionar cómo me relaciono con esa tecnología para saber si honra más el mundo en el que quiero vivir o mantiene el que no quiero seguir reproduciendo es clave para esa crítica. Muchos de los proyectos y espacios que abrimos en Sursiendo tienen que ver con esa inquietud.

También nos ha interesado mantener el blog y publicar lo que hacemos con licencias libres y abiertas para que sea usable, reutilizable, memeable. Consideramos que el conocimiento es una construcción colectiva y que cada uno tiene su propia ruta de aprendizaje y de volcado: yo llegué ahí porque aprendí gracias a lo que otras y otros compartieron. La mayoría de las cosas que escribimos y hacemos no le hacen justicia a la gente de la que lo aprendimos, por eso no me gusta para nada el conocimiento cerrado y privativo; cuando la gente lo defiende no le está haciendo justicia al hecho de que aprendimos al hablar con otras, otros, otres y en nuestros entornos. Aprendemos todo el tiempo de lugares de los que no nos damos cuenta que estamos aprendiendo. La mejor manera de hacer justicia y honrar esos aprendizajes y sus procesos colectivos es cuando asumimos que son colectivos y los ponemos, otra vez, al servicio del común. Las licencias libres sirven para eso, son una declaración de principios, de posición, porque es imposible nombrar a todas las personas que nos enseñaron mucho o poco. A las grandes autoras y autores les agradecemos, les citamos; sin embargo, ¿al resto?, a la gente que nos significó mucho desde el hacer, ¿cómo le agradecemos lo aprendido?

Sursiendo desde hace tiempo transita por el software libre, la cultura libre y los cuidados colectivos. En los últimos años hemos reflexionado sobre cómo estos tópicos están entramados y atravesados desde el poder y los privilegios. Nos es importante mirar esos lugares para intentar entender en cuáles espacios podemos trabajar el mismo taller de tecnología y cómo en otros contextos hay que habitar los talleres desde un lugar distinto. En ciertos espacios las afectaciones provocadas por las tecnologías son mucho más fuertes que en otros, a veces los impactos son más visibles o cercanos. Gran parte de la tecnología está construida y diseñada para invisibilizar esas afectaciones, por eso es el producto más acabado del neoliberalismo, porque oculta procesos, gente, espacios y las miles de capas que encierran la tecnología: las cuestiones sociotécnicas, los conocimientos implicados y las implicaciones sociales en el uso y en la cadena de pensar, diseñar y construir tecnología.

Las tecnologías hegemónicas están pensadas para un tipo de mundo que no es el mundo en el que quiero vivir: mezquino, individualista, sexista, elitista. Estas tecnologías que usamos hoy en día, las relacionadas con internet, nos parecen que son la única manera de construir tecnología. Hay un montón de ejemplos que te dicen que no es así, pero no son populares. Tenemos una deuda muy grande y es lo que me gustaría trabajar a futuro, las tecnologías que nos permiten producir o reproducir el mundo que queremos vivir. Es una deuda que tenemos quienes trabajamos con tecnologías libres y autónomas, porque el código no te lo resuelve todo, hay un entramado social que se está quedando fuera de eso y me gustaría poder nombrarlo. 

 

Tecnologías para los mundos que queremos habitar

No creo que tan sólo con pensar resolvamos cosas, está bien pensar, pero hay que mojarse y ver cómo se va a diseñar eso: meter las manos en el barro. Por eso es importante abonar a espacios en los que podamos imaginar y construir tecnologías que sean más dignas y cercanas a los mundos en los que queremos vivir. Como la tecnología es tan cerrada, opaca y elitista, hay que rascarle mucho para entender cómo funciona y entender cuáles son las grietas, las posibilidades de meter agua para que se rompa la piedra. No creo en las grandes revoluciones, sino en las cosas chiquitas, por eso me gusta la imagen del agua en la grieta: rompe la piedra y la parte en dos; una pequeña presión de posibilidades, de ir haciendo distinto hasta llegar a quebrar un sistema de relación. Y es verdad, lo que venga podría ser peor que lo que hay, pero hay que tener la posibilidad de meternos en ese caudal de agüita. Existe una gran posibilidad de hacer otra cosa, si entendemos desde el cuerpo las implicaciones de las tecnologías que tenemos hoy en día en nuestras vidas y en las vidas de otras personas y de otros seres.


Descolonizar el deseo y politizar el malestar

Son dos ideas que me parecen importantes porque las tecnologías tal y como están presentes en distintos estadios de nuestras vidas son, de alguna manera, la mejor expresión y el hijo predilecto del capitalismo neocolonial. Se trata de una estructura muy lineal: la tecnología puesta a nuestro servicio para cumplir nuestros placeres, donde no hay que preocuparse de nadie y en donde todas las distintas etapas de la producción de tecnología invisibilizan los procesos, para al final mostrarte un producto brillante, bonito y muy bien acabado.

La tecnología tiene un lado muy dignificante, como el poder tomarla para generar una voz propia y relacionarte con otros, otras y otres en tus propios términos, pero hay muchas cosas que puede dejar fuera. La tecnología como es socializada concibe a las personas como usuarias, sin generar habilitaciones para aprender y entender los procesos de conocimiento que están inmersos en su diseño y en su producción. Te dan el pequeño envase cerrado y te dicen: “¡úsalo!”.

Irene Soria dice que la tecnología no es una caja negra, sino blanca, porque está construida por hombres blancos del norte global, con todo un modo de producción y creación del conocimiento que responde a los intereses de ese lado del mundo. La venden como una herramienta súper democratizadora, pero invisibiliza todos los procesos que acarrea. El discurso de fondo de esta invisibilización es pensar que las tecnologías no pueden ser complejas porque así nadie las va a querer, es decir, reconocer que al mismo tiempo que potencian procesos sociales, levantamientos o vinculaciones, pueden estar perjudicando, de manera indirecta, esos mismos procesos sociales. Por tanto, parece necesario hacer que las tecnologías sean lindas, simples, limpias, bonitas y maravillosas; el capital las vende así.

Politizar ese malestar es lo que a mí, en lo personal, me ha permitido seguir usando desde otros lugares la tecnología. Por ejemplo, ahora te pedí específicamente que prendamos la cámara para vernos, y yo sé que eso consume más recursos y las implicaciones de esa acción. Pero ahora, en este momento concreto, por mucho que yo conozca sobre esas implicaciones, sí quiero, elijo, relacionarme contigo desde esta interacción en la cual hay una cámara y un ambiente. Es una decisión que estoy tomando en este momento y no es algo habitual en mi vida. Y pongo este ejemplo para decir que no todo el tiempo tengo ganas de relacionarme con las mismas personas de la misma manera, entonces, no todo el tiempo tengo por qué querer relacionarme con la tecnología de la misma manera, lo que incluye la forma en la que quiero mostrarme o vincularme a través de ésta.

Politizar el malestar hace que pueda construir un vínculo social y comunitario. Poner el malestar en el espacio común, público, de discusión, para hablar juntas y juntos sobre qué podemos hacer para que eso funcione de una manera más digna para nosotras, es mi propia manera de politizar las cosas. Si a todes nos molestan ciertas cosas, pongámoslas en el común de esa conversación, en ese espacio de discusión para generar una acción política, social. Mi malestar puesto al servicio de una acción política sí tiene que servir para ver qué es lo que podemos aportarle a ese malestar para que deje de molestar, para que haya un impacto deseado y deseable en lo colectivo.

Esa puesta en acción tiene que ser colectiva porque lo puramente personal o individual no sirve, tiene que haber una interacción, un entramado. La interacción es como un tocarse, hay cosas que se entraman, se mezclan, se cruzan. Recuerdo que cuando Nadia Cortés explicaba las palabras de Haraway, yo me preguntaba: ¿por qué la interacción me hace sentido? Porque siento que hay un te toco y me meto, un implicarse. Si esto me toca y se me mete, hago algo con ello y lo vuelvo a poner en el común para que, entre todas, ese malestar deje de ser uno o nos permita caminar, movernos, que no sea sólo reconocer el malestar y estar acá quieta, viendo qué hago con eso.


Descolonizar el deseo

Tenemos el deseo colonizado en términos de lo que nos dicen que nos tiene que gustar. Se vuelve imposible decidir un gusto distinto al que conoces, básicamente porque no se conoce algo más. No puedo tener un gusto diferente si no lo conozco. Lo que nos dicen que es deseable de la tecnología tiene que ver con el concepto ubicuo que creamos sobre ésta. Es decir, la tecnología que conocemos debe estar todo el tiempo disponible, en varios lugares a la vez, a una velocidad instantánea, aunque nada piense tan rápido como un cerebro. Ese órgano es genial porque puede hacer muchísimos procesos a la vez, pero no le damos el mismo nivel de importancia porque nuestro deseo está puesto en que podamos resolver ciertas cosas que las computadoras pueden, cuando en realidad nuestro cerebro, nuestra propia RAM puede resolver muchas de esas cosas y muchas más complejas. Aun así, no tiene el mismo valor. Ahí es cuando vemos que el deseo está colonizado, en cómo la tecnología debería responder a nuestras necesidades, cuando en realidad, las necesidades son siempre más o menos las mismas, lo que es diferente son los satisfactores que usamos para poder responder a éstas.

Las formas que elegimos para satisfacer nuestras necesidades de comunicación, afecto, cuidado, alimentación, las que están teorizadas como las necesidades básicas, no han sido históricamente las mismas, y también dependen y varían según cada clase social, identidad sexo-genérica, etc. Además, las necesidades sobre tal o cual cosa se pueden resolver de una equis manera; estaría bueno que se habilitara la pregunta sobre de qué otras maneras se podrían resolver. Sin embargo, la tecnología tal como está planteada actualmente no habilita o permite esas preguntas. Entonces, si tú quieres explorar otras maneras de relacionarte con la tecnología, lo primero que haces es intentar ver otras tecnologías, las de software libre, no privativas, etc., aunque, en realidad, buscamos que resuelvan las cosas de la manera en la que lo haría la tecnología capitalista, privatizada y colonial.

Muchas veces, en permacultura se habla de sustitución, es decir, si nosotros pretendemos que esta cosa sustituya a esta otra, o la manera en la que opera, lo que tenemos que en realidad preguntar es ¿cuál es la necesidad que estamos intentando cubrir/satisfacer? Las necesidades tienen que ser satisfechas, pero ¿cómo elegimos satisfacerlas? De alguna manera, ir por el camino de descolonizar el deseo es ir por el camino de politizar el malestar, en el sentido de intentar cuestionarnos: ¿por qué elegimos lo que elegimos? y ¿de qué manera podríamos elegir algo distinto? Así sea sólo para abrir la puertita del husmear, qué otras posibilidades hay en la tecnología y qué otras formas habría para resolver nuestras necesidades de afecto, de comunicación, de conocimiento, que son algunas de las que busca cubrir la tecnología.


Cuidados hackfeministas

De alguna manera, nombrar los procesos que están invisibilizados en la tecnología es un acto de reconocimiento y de gratitud. Yo le agradezco a todas las personas que vinieron antes de mí y a las que están coexistiendo conmigo que hacen posible que yo pueda hacer o pensar de cierta manera, algo que no sería posible si no hubiese otras personas que están resolviendo la vida de otra manera en diferentes lugares. He de reconocer que hay procesos que están invisibilizados, e intentar mostrar cuáles son es un acto de gratitud y amor. Para mí, una manera honesta de devolver esa forma de existir en el mundo es, por ejemplo, haciendo procesos compartidos y que lo que hagamos sean contenidos libres. No es sólo una declaración política anticapitalista, sino de cuidado, de valorar el volver a poner lo que hago dentro del común: todas aprendemos de todas.

Visibilizar los procesos de la tecnología ayuda a entender y tomar decisiones para proponer otras formas de hacer. Si yo no sé que la tecnología está construida con base en el sacrificio del territorio y la explotación de personas, las decisiones que voy a tomar estarán basadas sólo en los deseos de algo que no conozco. Hacer visible nos ayuda a tomar, quizás, otra decisión o la misma, pero por lo menos pone sobre la mesa una discusión con otras aristas y partes que se entraman para que la tecnología exista. Visibilizar da una posibilidad real, concreta y cierta de poder tomar decisiones diferentes en el futuro, que tengan más que ver con dónde yo quiero poner mi deseo, con qué es lo que yo deseo dejar, hacer, poner, reproducir en este mundo.

No sé qué tanto las tecnologías construidas fuera de las intenciones y prácticas feministas realmente tienen en cuenta o les importa nombrar los cuidados como parte de su compartición. Pienso que las acciones de cuidado en relación con la tecnología tienen que ver con el tipo de tecnología que yo decido usar todos los días y la comunidad con la que me relaciono, por ejemplo, qué plataformas decidimos usar para comunicarnos.

Acciones de cuidado son hablar de aquello que hace posible nuestras tecnologías, politizar el malestar, hablar de qué nos pasa y qué nos deja de pasar, compartirlo y hablarlo con otras personas, para generar respuestas a lo que nos pasa, saber cómo nos ponemos en juego cuando hablamos de lo que nos interesa y compartir el conocimiento libremente con esa intención de gratitud. Todas las acciones que tiendan a entender el común, a reflexionar por qué lo necesitamos para vivir y qué podemos devolver al común son acciones de gratitud y de cuidado. Las tecnologías cercanas, solidarias y de proximidad responden de alguna manera a esas tecnologías de cuidado. Las fogatas, los espacios de conversación colectiva son una gran tecnología de producción de sentidos súper importante. Podríamos empezar a mirar más allá de las tecnologías que consideramos tecnologías, es decir, a mirar otros aparatos y otras vinculaciones.

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El capítulo “Entramados Hackfeministas: curiosidad, tecnología y cuidados”, forma parte del libro Reescrituras Tecnológicas: imaginar otros Territorios. La publicación recoge y pone en común los diferentes sentires, pensares, voces y conversaciones que surgieron durante el Seminario sobre Reescrituras Tecnológicas, que se llevó a cabo de forma virtual entre septiembre de 2020 y marzo de 2021.

Dicho seminario fue coordinado por Nadia Cortés, en colaboración con Casa del Lago UNAM, la Cátedra Max Aub y el Programa Arte, Ciencia y Tecnologías de la UNAM. A lo largo de diez sesiones, un grupo de participantes tuvo la oportunidad de intercambiar sus visiones y experiencias en torno a la interpretación y reinterpretación de las tecnologías que acompañan la vida cotidiana, en diálogo con un conjunto de ponentes procedentes de varios campos del saber y el hacer.

Las páginas de este libro ofrecen sus voces y relatos, escrituras colectivas, hallazgos e inquietudes. A la vez, sus páginas y espacios en blanco están dedicadas a las y los lectores, como una invitación a que tracen allí sus propias formas de reescribir las tecnologías.

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