Manifiesto sobre (y bajo) el cielo de noche

comunalidad digital
14 diciembre, 2022
sursiendo

Texto de Karla Prudencio y María Álvarez
Ilustraciones de Pamela Reynoso
Editado por Erandi Adame en Telar

Las estrellas nos regalan muchas cosas, como la posibilidad de leer el cielo y relacionarnos con eso que no es la tierra. Un lienzo nocturno para contar historias desde el lugar en el que estemos.

La oscuridad para voltear la mirada hacia la noche y situarnos en el tiempo y el espacio. Sabernos parte de algo tan inmenso que no podemos ver ni comprender en su totalidad.

“No somos nada” decía el alpinista Héctor Ponce de León una madrugada en camino a la cima del Iztaccíhuatl, volteando cada tantos pasos para ver a Don Goyo tan vivo y gigante respirando detrás de nosotras, rodeadas de inmensidad montañosa y estelar. No somos nada, pienso cada vez que me encuentro con un cielo estrellado. Si acaso, para las que nos observan desde el cielo, somos un granito de arena. ¿En qué nos convertimos al ser observadas? ¿Verán nuestros bailes o la estela que dejan?, ¿será que para ellas sólo somos polvo de humanas?

¿Qué son las estrellas?

Estrellas: 

Un recordatorio de nuestro paso breve y fugaz por el universo. 

Posibilidades infinitas.

Los lunares del cielo, parecidos a los lunares de tu espalda. Y a los lunares de tus ojos.

Las estrellas nos regalan una otredad, gigante y presente, para sabernos parte de un mismo planeta. Y también un nosotres. Al ver su inmensidad nos percatamos de nuestra frágil existencia y es nuestra impermanencia lo que nos hace querer pertenecer a ese todo, a ese cielo brillante. Es nuestra permanencia en espiral la que nos hace saber que eso fuimos, que eso somos y que eso seremos.

Que ya pertenecemos, que ya pertenecíamos.  

Ser aries o ser piscis, lecturas del cielo que volvemos pistas para imaginar el cielo que nos vio nacer. El cielo que ese día vieron nuestras madres, si voltearon a verlo. Nacimos con un año y un mes de diferencia, el seis.

Ser aries o ser piscis, lecturas del cielo que volvemos pistas para imaginar el cielo que nos vio nacer. El cielo que ese día vieron nuestras madres, si voltearon a verlo. Nacimos con un año y un mes de diferencia, el seis.

¿Qué dice de esto el cielo que nos vio nacer?

¿Qué destino nos han forjado las estrellas? 

¿Qué habría pasado si no hubiéramos podido leer el cielo?

Me imagino a mi madre haciendo la cuenta cuando supo que estaba embarazada. Dedujo que, seguramente, tendría una piscis. No sé si lo hizo, pero lo imagino. ¿Adriana habrá hecho lo mismo? Me imagino que no, pero quiero preguntarle. Quiero saber a través de sus historias cómo se relacionaba con el cielo mientras gestaba una aries. Quiero que el cielo me cuente, en sueños compartidos, qué camino trazó para que nos encontráramos. Quiero escucharla, pues en su palabra se encuentra parte de la vida de María. Una pieza gigante de un rompecabezas infinito. 

¿Cómo se veía el cielo que acompañó a Ángeles cuando nació Karla? ¿Y el cielo que cobijó a Karla cuando nació Matías? ¿Qué forma tenía la luna que decidió quedarse en los ojos de les dos?

Entonces, ¿Qué son las estrellas?

Las estrellas son piedras, me recuerda Sandra. ¿Qué pensarán entonces las piedras del desierto cuando se mete el sol? Será como mirarse en un espejo. El cielo un espejo nuestro y de las piedras. Me imagino que les dan ganas de volar o de perderse en fuego candente, como me dan a mí cuando las veo. ¿Será que las estrellas cuentan historias de nosotras como nosotras contamos historias de ellas?

Yo digo que parecen piedras, pero no hay nada más distante. Son gases y plasma. Son posibilidades infinitas, como alguna vez fueron las piedras antes de decidir la forma final que tomarían. Son lo que serán las piedras. Piedras que con el rozar del viento concluyen con su función de anclas y se convierten en polvo de estrellas que viaja al espacio. Viajan para ver desde arriba lo que fueron y continuar la espiral de la vida. Desde abajo, las piedras ven lo que serán, pero sin ansias. Su rigidez todavía tiene una función para les que habitamos aquí en la tierra. Nos anclan a este plano y contienen nuestras ganas de salir volando. Nos muestran el poder de la ternura, de la caricia sutil. Sólo el aire puede hacerlas regresar a su polvorienta esencia. 

Tal vez, al final, las estrellas sí parecen piedras. Karla me enseñó a reconocer el polvo de estrellas, y a sentirlo en la tierra.

“Esa estrella no está ahí ¿no te impacta?” Me dijo mi mamá un día en el mar, mirando hacia el cielo estrellado. “El otro día vi la foto de otra galaxia, con sus planetas y todo, y nosotras aquí neceando”. Y vemos otra foto que publica la NASA, es como ver algo que no estaba destinado a ser descubierto. Ladrona de imágenes que sólo habitan en los sueños. Mis ojos no están preparados y mi cabeza me dice que lo que veo no existe. Los gases que se convierten en estrellas expulsan colores y formas que no estamos acostumbradas a ver. Todas distintas, mágicas. En algún momento confundimos las creaciones humanas con lo que las inspira. Vemos tantas estrellas dibujadas que se nos olvidó que esos dibujos tenían como fuente primaria el cielo. Dejamos de creer en la belleza. 

¿Será que se nos olvida que somos parte de lo mismo, que nosotras también somos de colores nebulosos?

Manto estelar:

la metáfora más bonita para sabernos arropadas por estrellas.

A mi madre le gustaban los clichés. Decía que era la manera que habíamos encontrado de habitar colectivamente la belleza de lo simple. Una especie de sabiduría comunal que, a través de metáforas, nos hace evocar la misma sensación. Contar los lunares de la espalda y convertirlos en galaxias con el dedo. Invitar a ver la luna. Acostarnos en el pasto mojado a ver pasar las estrellas fugaces. María siempre las ve. Yo veo hacia la misma dirección, pero veo otras estrellas. Yo me pregunto qué vio Karla sino la estrella pasando, fugaz. Las dos vemos la espiral de la vida, que es lo que realmente importa. La fuerza que mueve las estrellas hacia dentro y hacia fuera del espacio. Todo es cambio. Terry Tempest nos dice “ojalá alguien me hubiera dicho, cuando era joven, que no podía contar con la felicidad, sino con el cambio”. Nos lo dijeron las estrellas y no supimos escucharlo. 

Acostarnos en la arena a ver el cielo. Sentir cómo el cielo entra por los ojos para inundarnos de las mismas estrellas. De la luna que nos mira de vuelta.

Pienso en el cielo como espejo nuestro, o más bien del mar.

Hace unos años en el rincón zapoteco, alguien me contó del día en que encontró a su abuelo en el patio de su casa, sentado y mirando en silencio un balde de agua que estaba en el suelo. Al ver que no se movía fue a sentarse junto a él para comprender qué era lo que su abuelo encontraba en ese balde. Así fue el día en que aprendió a mirar el cielo nocturno en el reflejo del agua. 

Los eclipses no se dejan ver. Hemos aprendido a atrapar su reflejo en distintas superficies: un charquito, una cartulina vieja, una sombra sobre la acera. Vemos lo que el eclipse nos deja. Una sombra que se come a otra. Algo que desaparece. Es reflejo de nuestra propia ceguera. Lo que la naturaleza hace, es lo que es. Nosotros vemos lo que somos. 

Cuando viví en Chile, alguien me enseñó a encontrar la Cruz del Sur en el cielo nocturno que se asoma detrás de la cordillera. Cuando llegué a México la busqué y me di cuenta de qué tan poquito entiendo del cielo. A veces quiero aprender a leer el cielo, a veces no. Me gusta no saber qué se supone que tengo que ver. Si lo aprendo, siempre veré la misma constelación. Ahora es un lienzo con posibilidades infinitas. Pero, ¿si al leer el cielo aprendo a leer el mundo? ¿Cuántas formas habrá para aprender a leerlo?

¿Cuál es la lengua del cielo?

La estrella, en singular. Una metáfora que ilustra la individualidad para reconocer a aquella que sobresale. La estrella en singular, solita y brillante, desde una lectura tan lejana a las estrellas que sólo pueden ser con relación a otras. En el cielo, las estrellas no están solas, son compañía, son contraste del manto que las arropa y nos permite abrazarlas con la vista. Sin la oscuridad que las rodea, las estrellas serían invisibles. Sin eso otro, las estrellas no serían.

Las estrellas, apropiadas también en plural pero en filita, como metáfora digital: cinco estrellas para calificar un trayecto, una llamada, o el sabor de la comida en un restaurante mamón. ¿Qué dirán las estrellas de verse acomodadas en una línea? ¿Qué dirán de nuestra insistencia de calificarnos? Queremos conquistar el cielo porque creemos que es tierra de nadie ¿o cielo de nadie?

Si las estrellas no se dejan tocar, las traemos a la tierra en forma geométrica de cinco picos, amarillas. Las formamos porque nos gustan las constelaciones únicas e inflexibles, porque queremos construir una metáfora dominante y lineal. Que todas entiendan lo mismo, que no haya error. Qué comienza acá y termina por acá. Que una estrella signifique muy poco y cinco signifiquen mucho. No hay arte en leer este cielo digital. Coartamos las posibilidades y dejan de ser infinitas. Dejan de ser posibilidades.

Apuntes sobre el cielo y la metáfora narrativa

Entre tantas cosas, el cielo nocturno nos regala la metáfora narrativa. Un cielo habitado por estrellas y las posibilidades de unir una estrella con otra y otras más, hasta contar una historia, o dos, o tres, o miles. El cuerpo habitado por vivencias, y la posibilidad de unir una con otra y otra más, hasta contar nuestra historia, o dos, o tres, o miles. El cuerpo y el cielo, como tejidos de múltiples relatos, conectados por caminitos de estrellas. El cuerpo y el cielo, como lienzos para narrarnos.

Narrar:

lo que sucede cuando unimos una estrella con otra y otras más, o dos, o tres, o miles. 

El cielo es también un posible lienzo para las narrativas dominantes. El último territorio no conquistado por aquellos expertos en sostener una sola historia. Musk, Bezos, Zuckerberg, soñando con llegar al espacio para alimentar su narrativa. Desarrollo, conectividad, innovación, commodities. Velocidad. Starlink planteada como una solución para conectar a las comunidades*. Una red de satélites que proyectan una luminosidad constante, sin preguntarle a nadie qué significa perder la oscuridad. Irrumpimos en la naturaleza con violencia. Estamos tan acostumbradas que nos cuesta darnos cuenta de lo que significa destruir lo que hay para imponer lo que creemos que somos. 

Contamos con nuestros cuerpos una historia de destrucción que nos ha atravesado. Pero también podemos contar otras historias. Podemos escuchar otras voces. Podemos tener otros sueños. También podemos dejarnos desgarrar por el amor y que su fuerza nos obligue a defender el cielo. Un cielo que todavía no nos arrebatan de los sueños. Un cielo que sufre la luz de las ciudades que nunca duermen, pero que abraza la calma de los bosques que aún se dejan arropar por su oscuridad. Las montañas que duermen bajo su canto. Los ríos que corren seguros en las penumbras, confiando en el camino que les han enseñado. Los pájaros que dejan de cantar cuando el sol se mete. ¿Qué cantan los pájaros en un cielo siempre iluminado? ¿Ya no saben descansar? ¿A qué hora cazan los búhos? ¿Cuándo salen de sus cuevas los murciélagos?

¿Quién puede guardar un secreto en una ciudad que nunca duerme? ¿Quién puede bailar como si nadie estuviera viendo?¿Qué pasa con los rostros que alumbran las fogatas y las miradas que buscan estrellas?

En defensa de la noche y la multiplicidad de historias

Hace poco leímos un artículo que se quedó en nuestro cuerpo, como se quedan luego las estrellas cuando las vemos por mucho tiempo. Encontramos ahí algunas de las voces de quienes saben leer las estrellas que se asoman en los cielos más oscuros del norte**. Una lectura que conocen porque se las enseñaron sus abuelas y abuelos, y a ellas sus abuelas y abuelos y a ellas quizá las estrellas. Voces que ya sienten en la tierra las decisiones insostenibles que toman unos pocos más al sur. Voces que miran cómo esas ideas ahora llegan con prisa al cielo. Estas voces nos advierten de cómo la luz de Starlink esconderá las constelaciones más oscuras que sostienen la vida en su territorio. Soluciones tecnológicas que borrarán las historias tejidas con estrellas desde un tiempo inmemorial. Ideas que olvidan a las generaciones que vienen. Ideas sin relación al tiempo, la tierra y las personas.

Starlink:

Constelación de satélites de internet.
Constelación-historia escrita por unos pocos, borrando tantas otras más.

Las estrellas como multiplicidad de historias, hasta que una sola se escribe sobre tantas otras, o hasta que reemplazamos la oscuridad del cielo. Recuerdo a Chimamanda y su advertencia sobre el peligro de narrarnos desde una sola historia. Pienso en las constelaciones que desde hace tiempo nos enseñaron a buscar en el cielo: la osa mayor, la osa menor, los tres reyes magos, leo, escorpio. Aprendimos que las constelaciones de occidente son las únicas que podemos encontrar en la inmensidad de la noche. ¿Cómo se impone una historia sobre otra? ¿Qué nos cuenta esa única lectura del cielo sobre nuestra historia?

Astrocolonialismo:

Escribir en el cielo una sola historia, iluminar el cielo sin preguntarle a nadie lo que eso les significa.

¿Qué otros caminos de nebulosas se narran en el cielo? ¿Cuáles acompañaron el nacimiento de la milpa, o la vida en las montañas, el desierto y en el mar? ¿Qué otras historias del cielo habitan otras lenguas y otros cuerpos?

¿Qué perdemos al perder la oscuridad?

¿Cómo fue que llegamos a necesitar esta palabra?

¿Cómo le dirán las estrellas?

Se nos olvidó que la oscuridad tiene sentido. Ya iluminamos el cielo desde la tierra, y ahora queremos iluminar el cielo desde el cielo. Quienes le robaron el nombre a las estrellas para nombrar un plan de conectividad que poco sabe de ellas, no han escuchado a quienes observan la noche, ni lo que dicen de esta historia que pretende ser la única.

Satélites:

Ni piedras, ni astros, sino fierros deambulando como espejos artificiales del Sol. Estrellas que inventamos sin reparo en distorsionar las lecturas del cielo que sostienen la vida de tantos territorios. 

Dark Sky Advocates, defensoras del cielo nocturno. Narradoras del norte que nos alertan del peligro de perder la oscuridad. Las leemos y compartimos su preocupación, como queriendo recuperar una relación vital que nunca tuvimos pero siempre anhelamos. ¿O es que si la tenemos? Escuchar a quienes cuestionan esa única historia que ya quiere narrar el cielo con antenas disfrazadas de estrellas, poniendo en peligro a las que son más bien acervos de conocimiento milenario. Escuchar sus preguntas y dejarnos atravesar por ellas. Buscar a las estrellas de noche, y dejarnos atravesar por ellas. Preguntarnos qué pasaría si dejáramos de verlas.

Saudade:

Un sentimiento afectivo próximo a la melancolía, estimulado por la distancia temporal o espacial a algo amado y que implica el deseo de resolver esa distancia. A menudo conlleva el conocimiento reprimido de saber que aquello que se extraña quizás nunca volverá (Wikipedia).

¿Qué hacer con esta saudade estelar? ¿Cómo abrazar de vuelta a las estrellas?

Gracias a todes quienes nos acompañaron con su complicidad y lectura de este texto antes de compartirlo. Especialmente a Mike, Neka, César, Eitan, Blanca y la Jes, por compartir sus miradas nebulosas.


Liga en defensa de la noche | Texto a cuatro manos, dos voces y un tejido de referencias compartidas. Publicado originalmente en t-e-l-a-r.com/manifiesto

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