Domingo M. Lechón
Sursiendo, Comunicación y Cultura Digital
Texto incluido en el libro Más allá del derecho de autor: Otros términos para debatir la propiedad intelectual, editado por Alberto López Cuenca y Renato Bermúdez Dini. 2022. Open Humanities Press.
El 5 de noviembre se celebra en Inglaterra “la noche de la pólvora”, conmemorando los hechos ocurridos en 1605, cuando una conspiración para acabar con el rey y el parlamento fue desarticulada con la detención de Guy Fawkes, posteriormente condenado a muerte. Este personaje, y estos hechos, son referidos por Alan Moore en el cómic V de Vendetta, pero se popularizó con la película del mismo título de 2006, realizada por las hermanas Wachowski. De la gran pantalla saltó a las redes, sobre todo una parte de su simbología: la máscara de Fawkes, emblema de la persona que lucha contra el sistema. Así, el ente colectivo y descentralizado Anonymous, que tomó este símbolo, fue teniendo repercusión a partir de 2008 y se convirtió en el ejemplo paradigmático del hacktivismo para la opinión pública.
Este es un caso de entrecruzamientos entre la cultura popular, hechos históricos, activismos en redes digitales, creatividad, libertad y anonimato. ¿Qué tiene que ver esto con la propiedad intelectual y la cultura libre?
Es evidente que vivimos en un mundo en crisis, tremendamente desigual, insano y violento. Esto es, como cientos de estudios lo argumentan, a la vez causa y efecto del sistema capitalista, patriarcal y colonial. Un sistema que pareciera inevitable: se ha instalado la idea de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin de este sistema socioeconómico.
Los feminismos llevan décadas demostrando y combatiendo la vertiente patriarcal de este sistema. Los movimientos descolonizadores, decoloniales, originarios y en defensa de las culturas y los territorios indígenas hacen lo mismo respecto al colonialismo aún muy vigente. La parte socioeconómica del sistema ha sido estudiada, señalada y resistida durante siglos por cientos de movimientos y desde la academia progresista. Y también existen muchas reflexiones y activismos que conectan estas tres patas del sistema, que están íntimamente relacionadas y dependientes.
¿Por qué seguimos viviendo en este feroz sistema capitalista que tanto daño hace a la gran mayoría de las sociedades y personas?
Tras la llamada “crisis de las puntocom” en 2001, cuando explotó la burbuja de inversiones en empresas tecnológicas, el capital se concentró en pocas corporaciones y cambió el modelo hacia lo que conocemos actualmente. Sin aquello, lo de ahora no se entiende. Monopolios privados de infraestructuras, tráfico y almacenamiento en manos de pocas empresas, que dio paso a la búsqueda de la venta de contenidos en línea, principalmente culturales. Y si se encontraban con movimientos que subvertían el modelo comercial y excluyente, como el p2p, se paraba por la vía legislativa, judicial y policial. Vino el boom de las reformas a las leyes de propiedad intelectual, sobre todo en los países del Norte, para adecuarlas a la situación digital, pero con el espíritu del siglo XIX. Después se extendió al resto del mundo.
Por esa época, alrededor de 2005, llegó el auge de los blogs, el correo gratuito de Gmail, la web 2.0, YouTube, las incipientes redes sociales… y las compañías emergentes, con grandes inyecciones financieras, vieron que podrían obtener grandes beneficios con los datos de las personas usuarias. Y eliminando la competencia.
Así, llegamos en el mundo occidental al Imperio GAFAM (el predominio de Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), que ya sabemos sobradamente cómo actúa (y que tiene sus equivalentes en Asia). Por ello se han acuñado varios términos para describir la situación actual: capitalismo de vigilancia, economía de datos, capitalismo de plataformas, feudalismo digital, colonialismo de datos y muchas otras.
El mismo camino han seguido otras empresas y se han impuesto en otros sectores, como en transporte individual, alojamiento, búsqueda de empleo, transacciones, música, cine, tiempo libre, distribución de mercancías, comidas a domicilio, etc., con la misma lógica de monopolizar y extraer datos.
Dmytri Kleiner llama a esto “apropiación privada de la creatividad colectiva”. Son datos, pero no sólo datos.
Estas corporaciones de tendencias monopolísticas, que son usadas por dos tercios de la población mundial, son las que marcan el ritmo y las reglas del mercado, y se convierten en instituciones que, más allá de lo puramente económico, marcan la opinión pública, las formas de relacionarnos, el “sentido común” y lo “normal”, es decir, los valores y los sueños de millones de personas. Es un paso más allá de ser un panóptico digital, y se acerca mucho a una distopía orwelliana.
Internet, que parecía un territorio de libertades, igualdad y creatividad en los años 80 y 90 del siglo pasado, se está convirtiendo en esto. ¿Habrá vuelta atrás?
Sigue…
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