Sursiendo hilos sueltos
Paseando por una de las redes sociales comerciales más usadas de estos tiempos, nos encontramos con la referencia a un texto de Zara Rahman en el que nos recuerda que «la digitalización de nuestras sociedades … nos ha llevado por el camino de poner más fe en nuestra tecnología que en quienes nos rodean».
El texto dialoga con diversas partes de nuestras realidades complejas y nos recuerda que frente a la fluidez de nuestras identidades se presentan los ‘datos duros’ de las instituciones que a diario nos ‘catalogan’ observándonos atentamente, aunque no sean capaces de mirarnos o escucharnos desde nuestras voces, necesidades y pensamientos.
La vigilancia ubicua (aquella en la cual el monitoreo y la recopilación de datos es casi ‘automática’ cuando nos conectamos a internet) es uno de los principales problemas de nuestras ‘democracias’ actuales. Ese monitoreo constante ha derivado en el tema sobre el que se centró el último Foro de Internet de Estocolmo del que tuvimos oportunidad de participar: la reducción del espacio democrático en línea.
¿Qué acciones tomar? ¿Cómo plantear propuestas de caminos que nos permitan movilizarnos por una internet libre, abierta y segura? Quizás uno de los conceptos que más se escucharon por esos días del foro (y que se repite en diversos espacios) tiene que ver con la exigibilidad de transparencia en el uso de nuestros datos tanto desde gobiernos como desde empresas. Cuestionar la impunidad con la que hoy se manejan los sistemas de control es sin duda un problema que debemos atender. Un camino que sin duda comienza allí, en la transparencia, pero que necesita de apellidos que motiven cómo, quienes y para quiénes se ejercerá esa transparencia; cuáles son los objetivos que queremos alcanzar y a quiénes queremos dar mayor visibilidad y voz en ese supuesto ‘amplio espectro’ que es internet (o sea, aquello de ser miradas y escuchadas, mirados y escuchados).
Es posible que nos toque una vez más proponer las formas porque sabemos que la institucionalidad toma cada una de nuestras interpelaciones y las acomoda a sus necesidades. Cambiar algo, para en el fondo, no cambiar nada.
Siguen siendo muchos los desafíos frente a la ‘conectividad’ sobre los que no hemos logrado encontrar respuestas de largo aliento (y aquí podemos pensar la conectividad en términos de conexión con otras y otros… en términos de confianza).
Si bien es cierto que a día de hoy más de la mitad de la población mundial no tiene acceso a internet (o al menos a poder decidir sobre su interés de cómo y cuándo hacerlo porque simplemente les está imposibilitado), tenemos además los desafíos que derivan de que no toda persona con conexión a internet es escuchada ‘al mismo volumen’. Hay quienes hablan más fuerte que otros. Nuestras voces no son escuchadas por igual es espacios analógicos, tampoco en los digitales.
Quizás por eso para nosotras y nosotros el estar presente en los espacios, desplazarnos en el trabajo cotidiano del acompañamiento junto a las activistas y defensores que sufren esa vigilancia como a estos espacios que reúnen a comunidades internacionales, son necesarios para crear confianza más allá (e incluso junto a) estas legalidades e instituciones.
Porque, además, los espacios de confianza requieren crítica y autocrítica. Parafraseando a los zapatistas de hace ya varios varios años diríamos que nuestra lucha es por la vida y los malos gobiernos ofrecen vigilancia. O, lo que es lo mismo, nuestra lucha es por la vida y los malos gobiernos ofrecen la muerte de los procesos de autodeterminación y trabajo colectivo como futuro. Será que, una vez más, frente la opresión lo que nos queda es la organización. Puede que los ENCUENTROS, los diálogos profundos y los espacios de confianza estén aún alejados de las políticas públicas pero la política está también más allá; y las muchas formas que transitemos para caminar esos encuentros y generar esos lazos de confianza son los que nos permiten seguir construyendo también esa internet libre, abierta y segura que queremos.