Familias y tribus, las dos caras de la misma descendencia

hackfeminismo
27 agosto, 2013
sursiendo

Tejidos hackfeministas

tomado de Códigos Secretos
tomado de Códigos Secretos

Hablando del amor, las relaciones y la familia la semana pasada decíamos que a veces las convenciones con las que nos criamos empiezan a hacernos ruido.

Si la familia nuclear que hoy nos rodea se ha originado más por necesidades económicas que relacionales, para armar algo diferente se requiere de una participación plural y eso tal vez para algunos incluya a más personas que las que vienen dadas por los lazos de sangre. De por sí todos y todas pertenecemos a alguna familia, ahí es cuando lo interesante de este tema se torna en conocer qué entiende cada quien por familia.

Aunque aún falta un largo camino por recorrer, en los últimos tiempos hemos podido ver cómo en varias partes del mundo ha ido creciendo la aceptación de la diversidad sexual y de las llamadas nuevas familias. El abanico es tan grande y complejo como personas y relaciones. Así, mientras parejas del mismo sexo todavía reclaman su legítimo derecho a tener y criar hijos, otras parejas hombre/mujer reclaman el suyo a no querer tenerlos. La normatividad sigue diciendo a gritos qué deberíamos hacer unos y otros en lugar de preguntarnos qué queremos hacer.

El movimiento childfree plantea que tener hijos no es una obligación y enarbola una larga lista de razones para no tenerlos que va desde falta de deseos, hasta hedonismo o motivos ambientales y de superpoblación mundial.

La psicoanalista Corinne Maier, portavoz del movimiento Women Child-Free, dice en una entrevista (cuya versión original no aparece por ningún lado) que “los libres de hijos alcanzan la madurez necesaria para percatarse de que la humanidad sobrevivirá perfectamente sin la preciosa aportación de su ego genético”. Para ella “La única esperanza en este mundo actual (…) es la ‘desnatalidad’ y la última libertad se encuentra en el hecho de decir: ‘preferiría no hacerlo’, igual que Bartleby, el héroe subversivo de Herman Melvile, que propagaba el desorden en el trabajo mediante la desgana y que, manifiestamente, no tenía hijos”.

movimiento childfree
movimiento childfree

La principal acusación que recibe el movimiento es la de ser egoístas y se defienden de ella argumentando que “los que tienen hijos lo hacen por tener la experiencia de ser padre, por el placer de la diversión y la alegría de criar a los hijos, por la herencia genética y del apellido, por el estatus de respeto que da ser padre, por la satisfacción de enfrentar el reto de ser padre, por el poder que se tiene sobre los niños”.

Escuchando la sesión de la Residencia Copylove de este año en la que participó Carolina del Olmo se cuenta que quienes deciden tener hijos e hijas pocas veces tienen razones de peso sobre esta decisión y en cambio quienes deciden no tenerlos generalmente tienen argumentos sólidos para justificar su decisión. En nuestras sociedades las razones solo parecen necesarias cuando nos salimos de la norma, sin embargo “hay decisiones que deberíamos tomar no por los resultados sino por el tipo de persona en la que nos convierte”.

Este vaivén de hijos sí, hijos no tiene raíces más relacionadas con lo cultural que con lo genético. En su blog, del Olmo advierte que “el instinto maternal no es una pauta de conducta genética bien definida que obliga a las mujeres a desear tener hijos, a amarlos incondicionalmente una vez nacidos y a poner siempre sus intereses por encima de los propios” sino que en todo caso esos preceptos responden más bien a creencias sociales y culturales. Allí refiere a una investigación de Sarah Blaffer Hrdy de la que interpreta que si bien existen bases biológicas para el amor maternal éste puede aplicarse tanto a los hombres como a las mujeres.

Será este el argumento por el que muchos hombres y mujeres que decidieron sí tener hijos intentan formar parte de la crianza de una manera diferente. No solo repartiendo tareas equitativamente sino incluso trascendiendo al propio núcleo padre/madre-hijos. En algunos espacios de hoy en día es más común encontrar experiencias de crianza compartida que intentan resolver la brecha que los tiempos modernos abrieron entre las necesidades del mundo adulto y las necesidades infantiles (como si estas fueran realmente diferentes).

pintura de Tarsila do Amaral
pintura de Tarsila do Amaral

Hay un proverbio africano que dice que “para criar a un hijo hace falta toda la tribu”. El problema de gran parte de las sociedades actuales es que las tribus se deshacen: “el hogar antes de la industrialización era un hogar abigarrado y mixto en el que se mezclaba producción y reproducción” pero poco a poco las tareas de la producción comenzaron a ser asumidas desde el mercado y dentro del hogar solo se quedan las tareas reproductivas. Del Olmo lee una entrevista hecha a una activista feminista madre de mellizas que cuenta que a pesar de que su grupo de pares (familiares y amigos) “se han portado genial” no siempre puede contar con ellos porque sabe que “el avance del capitalismo es absolutamente indisociable de la destrucción de todas las redes de apoyo y las comunidades que, una vez destruidas, son muy difíciles de regenerar”.

Incluso en nuestras sociedades industrializadas de hace algunos años se podía contar con abuelas, tías o vecinas (mayoritariamente mujeres claro está, que las tareas del cuidado realizadas solo por manos femeninas se han empezado a cuestionar hace muy poco tiempo) para la crianza de los niños y niñas. Al parecer “estudios de diversas universidades demuestran que los niños criados por varios adultos interesados en ellos (háblese de abuelos, tíos, niñeras, maestras jardineras, etc.), desarrollan personalidades más estables” porque encuentran modelos diversos para la resolución de conflictos y tienen “más oportunidad de ampliar su repertorio de comportamientos posibles”. Sin embargo hoy en día parece que las tareas de educación y cuidados debieran recaer no en nuestras comunidades cercanas sino únicamente en manos de profesionales.

Pues resulta que para (re)construir esos tejidos comunitarios que formaban parte de nuestras cotidianeidades han surgido grupos de hogares amigos o crianza compartida que consisten en espacios de cooperación en los que varias familias juntas buscan a un educador o educadora para apoyarles en la crianza de sus hijos e hijas. Uno de esos grupos comenta que “entre nosotrxs nos comprometemos al apoyo mutuo en los cuidados. Queremos colectivizar esta fuerza y esta necesidad, investigar y profundizar en el modo en que la comunidad atiende y se corresponsabiliza de la crianza. Nuestro trabajo tanto para/con lxs niñxs como para/con nosotrxs mismxs radica en la necesidad de reflexionar sobre lo que supone la educación desde una perspectiva holística”. Así, cada grupo es el que decide cómo se organiza y quiénes, cómo y cuándo realizarán las tareas que son necesarias hacer a diario. Cada grupo de crianza además, establece sus propias reglas y obligaciones.

Tanto en este tema, como en cualquier otro ámbito de nuestras humanidades, las redes de comunidades ampliadas y elegidas con las que decidimos compartirnos, conforman una red de apoyo y confianza que nos debería permitir ser y pensar(nos). Como dicen por ahí ser feliz no es suficiente; lo importante es de dónde viene esa felicidad y al parecer es ese bienestar eudemónico que proviene de compartir y de “la búsqueda de un bien común” el que tiene un impacto genético positivo que repercute en todo nuestro ser.

De cuando en cuando sabemos o nos encontramos con algunos de esos grupos de familias amplias o tribus que todavía existen y que tienen por práctica cotidiana apoyarse mutuamente. Más allá de estos ejemplos que por lo común no forman parte de nuestros entornos creemos que aquello que llamemos familia, lo conformemos como lo conformemos, entre unos o unas, pocas o muchos, debería ser algo por (re)inventar en relación a valores colectivos que aportemos entre adultas y adultos pero también entre niños y niños y que nos brinden tanta alegría como responsabilidad y cuidados, y que se piensen para un buen vivir, más allá de exclusivos lazos sanguíneos. Quizás esta sería una buena forma de empezar a (re)construirnos desde las bases.

 

@Sursiendo