Sursiendo hilos sueltos
Si aquello de “lo tuyo es mío y lo mío es mío” no suena lógico ¿por qué defender a rajatabla los derechos de autor y la propiedad intelectual? Así, para Nina Paley “Los artistas no son ‘propietarios’ de la cultura, pero sí que somos propietarios de nuestros nombres (atribución)”.
Como decíamos anteriormente lo que el movimiento de la Cultura Libre enarbola no es la muerte del autor en el sentido de no-importa-quien-lo-haya-hecho sino en el sentido actual de cercamiento. Las creaciones no pueden ser propiedad de alguien. Han sido aprehendidas, mezcladas y vomitadas por alguien, sí, pero eso no nos hace dueñæs de esas creaciones. Se nos puede reconocer el mérito del cóctel elaborado pero resulta irrisorio ir más allá de eso.
Es por eso que desde siempre ha habido una abierta circulación de conocimientos (incluidos los científicos) y creaciones, solo que desde la aparición de Internet este hecho se potencia aún más. Con la era digital regresó la sensación de que compartir conocimiento es posible, fácil y está bien. Entonces hay que cercenar esa sensación y las industrias, hoy férreamente establecidas, usarán todos los medios a su disposición para ello.
Sin embargo si ya desde hace un largo siglo las creaciones (culturales en este caso) han ido abriéndose a la idea de que necesitan de un otro espectador para completarse, hoy esa idea está omnipresente. Si alguna vez las artes buscaron un espectador pasivo que las consumiese hoy esos mismos consumidores se han transformado, a veces sin darse cuenta, en prosumidores, es decir productores-consumidores. Los roles se hibridan, las obras se hibridan. Las fronteras se traspasan. Hoy toda acción puede ser replicada, aumentada o mezclada usando los contextos digitales y analógicos dentro de los cuales los seres humanos nos movemos. Porque (todavía) pertenecemos a ambos mundos y porque ahora sin lugar a dudas, muchas cosas se producen en red.
Mediante diversos artilugios “se busca otorgar la ‘propiedad privada’ en las obras que realizan los autores, ya que se conceptualiza como un esfuerzo humano para obtener ‘algo’, lo cual hace adquirir un poder moral para controlar ese ‘algo’, convirtiéndolo así en exclusivo”. Ese contrato de exclusividad ya suena vetusto y sin embargo se sigue queriéndolo hacer valer en tiempos en los que la abundancia vuelve a estar presente. Nos venden gato por liebre. Nos quieren hacer pasar como bienes escasos aquellos bienes que son abundantes.
Existe un error muy habitual que intenta equiparar bienes materiales con bienes inmateriales. Desde Nodo50 comentan que “la producción y el comercio de productos culturales difiere totalmente del de los bienes materiales de la época industrial, porque -entre otras grandes diferencias- se da la reducción casi a cero del coste de reproducción” por lo tanto “la propiedad intelectual y los derechos de autor responden a la relación entre el capitalismo y el trabajo entendida desde la óptica de las industrias culturales”.
Desde los movimientos por la Cultura Libre no se ignoran los derechos del autor sino que busca reconocerlos tanto como se reconoce la necesidad de que esa producción retorne al común para ser utilizada por otras personas. No se está en contra de la autoría pero sí de la propiedad. Regresando a la tesis de Bianca Racioppe diríamos que “partimos de entender que los bienes intelectuales tienen un carácter común, pertenecen a la(s) comunidad(es). Sin embargo, una vez que esos bienes se expresan en obras intelectuales se establecen restricciones y regulaciones”. Encontrar mecanismos para que regresen al común habla de la circularidad de un ciclo que permitiría volver a empezar.
Cuando se habla de la muerte del autor se habla de la desaparición de ese genio solitario creativo para reconciliarse con la producción social de sentidos. Encadenado a esto encontramos el asunto de los contenidos. Otra vez la buena de Nina Paley hecha luz sobre el tema: “El contenido es un recurso ilimitado. La gente puede hacer ahora copias perfectas de contenido digital de manera libre, gratis (…) Los contenedores –objetos tales como libros, DVDs, discos duros, camisetas, figuritas de personajes, y grabados– no son libres. Son un recurso limitado. Nadie espera que estos objetos sean libres, y la gente paga voluntariamente un buen dinero por ellos”.
En todo caso las licencias podrían servir para tener cierto control sobre los contenedores, pero no sobre los contenidos. Frente al “todos los derechos reservados” hay otras opciones que igualmente protegen las obras a la vez que las comparten. “La creación se defiende compartiéndola” reza el eslogan de los movimientos por la cultura libre.
En este punto nos queremos detener y creemos que conviene hacer una somera explicación de los términos empleados: Copyright es el cercamiento total de esas obras. Del lado opuesto estaría el Dominio Público que es la figura legal creada para garantizar que al cabo de una cierta cantidad de años esas creaciones regresen a ser patrimonio de todæs. Entre ambos hay un abanico de posibilidades que nacieron de la mano del Copyleft, y de las cuales quizás las más conocidas sean las licencias Creative Commons. Ahora, si bien estas dos últimas entienden los derechos de autor desde su aspecto moral, hay otros aspectos en los que se diferencian.
El Copyleft surgió de la preocupación del padre del Software Libre, Richard Stallman, por encontrar una forma de mantener las 4 libertades fundamentales del código:
La libertad de ejecutar el programa para cualquier propósito (libertad 0).
La libertad de estudiar cómo funciona el programa (tener acceso al código fuente), y cambiarlo para que haga lo que usted quiera (libertad 1).
La libertad de redistribuir copias (libertad 2).
La libertad de mejorar el programa y hacer públicas esas mejoras a los demás (libertad 3).
El Copyleft abarca con en un solo movimiento ajedrezístico dos cuestiones: el acceso al conocimiento y la producción cooperativa. De este modo toda aquella licencia que no respete estas cuatro libertades no puede ser considerada libre, aunque sí pueda ser abierta. Retomando a Racioppe se aclara este punto: “se debe hacer una distinción entre licencias libres y abiertas. Licencias libres son aquellas que cumplen con las cuatro libertades que señalaba Stallman, en cambio con las licencias abiertas los autores permiten ciertos usos de la obra, pero restringen otros. El Copyleft es una licencia libre; pero no todas las licencias Creative Commons son libres ya que algunas no permiten usos comerciales u obras derivadas”. El Copyleft entonces encierra por definición un espacio más amplio.
Con las licencias Creative Commons el autor puede elegir qué desea hacer con su obra. Es por eso que muchas veces puede pasar que cuando elegimos una licencia, el sistema nos alerta de que esa combinación no es libre; sin embargo incluso hasta la más cerrada de las licencias CC (Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada o by-nc-nd) sigue siendo abierta.
Lo que vuelve a ponerse en juego es el tema del control que deseamos ejercer sobre nuestras creaciones. Al elegir usar licencias libres y abiertas lo que sucede es que son læs propiæs autoræs quienes se responsabilizan de la gestión de sus obras. Ya no se delega, como sucede con el Copyright, sino que se asume el día a día de su trabajo más allá del proceso y de la obra terminada o, como gustan decir algunos, se retoma el control de los medios de producción/circulación.
La ratificación del Convenio de Berna finales del S.XIX aceptada por la gran mayoría de los Estados sostiene que el reconocimiento de autoría de una obra se produce en el mismo instante de su nacimiento, sea sobre el soporte que sea (incluido una humilde hoja de servilleta). Entonces, lo que queda demostrado es que el hecho de registrar una obra tiene más que ver con poner un manto de control sobre los usos de esas obras que sobre el propio reconocimiento.
Por tanto lo que está en crisis en la actualidad no es la producción de obra, sino solo el cobro por las copias o reproducciones. Nos gusten o no las manifestaciones culturales con las que nos encontramos a diario, lo cierto es que este es uno de los momentos de mayor proliferación de cultura de la historia.
En este sentido creer que registrar una obra en Copyright nos asegura vivir de nuestras creaciones sería como mínimo, desconocer cómo funciona el sistema. Lo único que logramos con esto es impedirle a otros consumidores o colegas acceder a ello. Para Nina Paley “Las protecciones anticopia colocan una barrera entre el artista y la mayoría de las formas de apoyo. Al remover las barreras del copyright, el artista hace posible el cobrar – tanto directamente como por medio de distribuidores – dinero y de otros tipos de apoyo, aumentando así sus chances de éxito (…) Copyright es un ‘derecho de excluir’, no un derecho de ganar dinero. Sos libre de ganar dinero sin copyright y, además de eso, tus chances son mucho mayores”. Estas licencias no benefician a los creadores sino que amedrentan la convivencia, resecan los ríos del conocimiento y complican la innovación al tiempo que los únicos beneficiados son las corporaciones y los abogados que las defienden. Paley va incluso más lejos y llama a læs creadoræs a elegir licencias CC con atribuciones comerciales y sostiene que la forma de asegurarse que ninguna de las grandes empresa se aprovechará de tu trabajo es eligiendo el modo SA-ShareAlike-CompartirIgual. Es que a las compañías eso de andar compartiendo no les sienta nada bien.
Las licencias libres y abiertas permiten multiplicar las posibilidades de negocio además de devolver al común lo que es del común, aquello que de lo que me he asido para poder crear. Y finalmente permiten relajar un poco esa idea de que necesitamos tener el control sobre los que hacemos. La mejor forma de darnos a conocer es dejando que nuestras obras circulen por aquí y por allí, es decir, perdiendo el control sobre ellas. La calidad del contenido que hayamos generado e Internet se encargarán de lo demás. Mientras tanto podemos acudir a becas, crowdfunding, trabajos privados, eventos, talleres o cualquier-otro-modo que encontremos para vivir de nuestras creaciones sin pretender exprimir una misma creación al máximo (es decir, obtener sólo regalías por ella). Eso implica además tener que estar en permanente movimiento para realizar producciones nuevas y diferentes a las anteriores; relacionarnos con otros, intercambiar ideas, generar debates… Si decimos que lo que nos interesa es hacer arte ¿por qué negarse a hacerlo para solo vivir de ello?
Vivir del arte no es un problema que tengan solo quienes trabajan por la Cultura Libre. Es un problema inscripto en un espacio más general, más sistémico. Elegir el camino del cercamiento solo alimenta a ese sistema (y perjudica a nuestros pares). Con las licencias libres y abiertas se busca nutrir el caudal de conocimiento generado, no hacer altruismo. Contribuir a ese sistema cultural y social del que somos parte y sin el cual no podríamos ser y hacer.