2013: Una odisea del espacio

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5 febrero, 2013
sursiendo

Conociendo algunas rutas abiertas en el océano de las teorías sociopolíticas

ciudadTomando el título de la película de Stanley Kubrick, 2001: A Space Odyssey, estrenada en 1968, pretendemos hacer aquí, sin embargo, un viaje en el sentido del poema épico atribuido a Homero, de ida y vuelta, quizás lleno de obstáculos. En La Odisea se narra el regreso a casa en la isla de Ítaca del héroe griego Odiseo o Ulises tras la Guerra de Troya. Por lo tanto en este escrito se va a ensayar un recorrido por algunas de las teorías sobre el espacio, pero también relacionado con las ciudades, la ciudadanía, la participación, la comunidad y los sujetos sociales: un archipiélago teórico y conceptual de islas interconectadas, en el gran océano de las ciencias sociales. Intentando empezar a pensar/nos desde los lugares que queremos y sobre todo de las formas que queremos hacer y reproducir, haremos este viaje por espacios teóricos y prácticos para lo cual hemos invitado a antiguos y modernos pensadores, poniendo en juego “nuevas” necesidades: otras rutas y formas de relacionarse con la economía -enfoques basados en el bien común y la relacionalidad-, formas de construir en conjunto…

Situándonos en la salida

Queremos acercarnos primero a la pregunta “¿qué es una ciudad?” para desde ahí comenzar a transitar por donde nos lleven las distintas corrientes, enlazando con otros conceptos que nos pueden servir para presentarnos en un momento de crisis del sistema-mundo.

Está la definición del antropólogo Andrés Aubry que escribió: “Si un conjunto urbano-monumental sigue habitado por un volumen consistente de gente, es decir, por una población que sigue inyectándole vida, estamos históricamente en presencia de una ciudad. Dicho de otro modo, la pura aglutinación de habitantes en un mismo lugar tan sólo dibuja un fenómeno migratorio; pero cuando estos pobladores dejan allí una huella durable, visible, permanente, con los medios que sea, le dan una existencia histórica que se llama ciudad”.

De ahí podemos comenzar con la ecología urbana de la Escuela de Chicago, en los años 20, en cuanto al análisis de la vida en la ciudad moderna.

Ciudad, territorio explorado

El sociólogo más representativo de la ecología urbana es Robert Park. Según sus estudios habría que analizar la relación entre la población y el medio urbano (calles, edificios, casas y espacio público), y quizás establecer leyes que dieran cuenta de la ciudad como un todo, donde se gestaba el ser humano moderno por excelencia: el urbanita, “en este sentido y en este aspecto podemos concebir la ciudad como un laboratorio social”.

Desde mucho antes se había estudiado la ciudad, sobre todo en sus aspectos geográficos y políticos, no tanto sociológicos o antropológicos. Existían ya en la Antigua Mesopotamia, la Antigua Grecia, el Imperio Romano, la civilización islámica, el Imperio Inca y el Imperio Mexica por ejemplo, pero es principalmente en el siglo XX cuando el planeta vive una revolución urbana, aumentando drásticamente su población, sobre todo en los países del Norte. Los grandes cambios que viven las ciudades y los distintos enfoques en su estudio “hacen patente que las explicaciones pueden ser múltiples, frente a una realidad fragmentada, retacería de un rompecabezas siempre inconcluso, siempre renovado, parecido al tejido de Penélope”, escribe Daniel Hiernaux, llegando a preguntarse incluso: “¿estamos todavía frente a lo que tradicionalmente se ha llamado ‘ciudad’?”

También de la Escuela de Chicago destaca Louis Wirth, para el que la ciudad se define como “un establecimiento relativamente grande, denso y permanente de individuos socialmente heterogéneos”, y esas características de la ciudad son la causa de lo urbano, formado por el particular carácter social de la vida colectiva en ellas y la conducta propia que la ciudad define, por contraposición al medio rural. Para muchos autores de la ecología urbana la ciudad presenta una condición evolutiva, sumado esto a la gran variedad de ciudades, nos obliga a contemplarlas como fenómenos complejos y en permanente transformación. De ahí también la importancia del acercamiento desde varios ángulos. Para Jesús Martín-Barbero “la ciudad ocupa hoy un lugar estratégico en el cruce de los debates teóricos con los proyectos políticos, de las experimentaciones estéticas y las utopías comunitarias”.

ciudadLa ciudad contemporánea también es analizada con pesimismo por autores de tradiciones tan dispares como David Harvey, Saskia Sassen, Mike Davis, Edward Soja o Giandomenico Amendola quienes presentan un panorama muy crítico, casi apocalíptico, de lo que pasa en el espacio urbano. Para ellos sería el reflejo de lo que es la humanidad; estos ordenamientos simbólicos del espacio y el tiempo “conforman un marco para la experiencia por el cual aprendemos quiénes y qué somos en la sociedad”, como propone David Harvey, y “esto implica una relación intrínseca entre la ciudad y el sujeto”, a lo que podemos añadir que también entre ciudad y grupos sociales.

Ante esto, Martín-Barbero cree que hay una angustia que van padeciendo las poblaciones a medida que, al salir de sus casas, se encuentran con una ciudad que les pertenece cada vez menos, no sólo en términos de privatización del espacio público sino en el sentido de que se va borrando la memoria. Otros autores, como el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que en su ensayo Confianza y miedo en la ciudad,  analiza este proceso en que la ciudad ha llegado a ser un centro propulsor de inseguridad y degradación general: “el origen de este fenómeno a la substitución de las comunidades sólidamente unidas por el deber individual de tener cuidado de uno mismo y de actuar por cuenta propia. Una actitud traducida en leyes productivistas y en el desarrollo arquitectónico de nuevas aglomeraciones que favorecen el aislamiento en lugar del diálogo y la interacción”.

Pero aún podemos dar un giro a esta tendencia, recuperando los espacios, como explica Joan Subirats: porque las ciudades condensan potencialidades, recursos y conflictos, son artificios que ayudan a la relación, la creatividad, la autonomía y la diversidad; nos igualan, nos permiten ser distintos. Es un sustrato común en el que nos reconocemos y que nos permite ser. Ello exige garantías básicas de mantener en el espacio compartido aquellos elementos clave que hacen que la ciudad sea ciudad, fundamento de ciudadanía. Espacios urbanos sociales, espacios comunes… será todo aquello que permite la relación, la convivencia, los conflictos.

Intentemos sortear así sirenas y cíclopes cual Odiseo, para seguir el viaje por estos mares, la odisea por el espacio…

El tema de los espacios urbanos, sobre todo en el entrecruzamiento con la identidad, ha sido el objeto de análisis fundamental de los estudios culturales: un campo de investigación que nació en el Reino Unido en la segunda mitad del siglo XX, de carácter interdisciplinario que explora las formas de producción o creación de significados y de difusión de los mismos en las sociedades actuales. En América Latina quizás dos de los máximos exponentes de los estudios culturales sean el argentino Néstor García Canclini y el brasileño Renato Ortiz, aunque en la vertiente latinoamericana, según el análisis de Rossana Reguillo “se han esforzado por visibilizar y poner en discusión temas, procesos, momentos, prácticas sociohistóricas y políticas, como claves para la (auto) comprensión de las sociedades latinoamericanas en sus vínculos con el mundo y con el pensamiento metropolitano”.

Así en los años 90 se produce una fructífera etapa con múltiples lecturas a partir de cuatro líneas: la que prioriza las prácticas urbanas en la ciudad vivida, la que enfoca los imaginarios o las representaciones sobre la ciudad, la que tiende a debatir la condición “post” (posmoderna, posindustrial, etcétera) de una ciudad en proceso de transformación, y finalmente ciertas lecturas del espacio urbano como un relato en sí mismo, asociadas a la reflexión sobre los sitios de memoria. La riqueza de propuestas sin duda nos abre caminos a explorar, que tienen que ver también con el tema del espacio.

Espacio, en movimiento

Utilizando los aparejos teóricos que ofrecieron los autores de la Escuela de Frankfurt, podemos seguir planteando que el espacio siempre ha sido el resultado y producto social de las relaciones sociales que en él se despliegan, ha sido siempre el contenedor donde el poder y las relaciones sociales mediadas por sus estructuras se organiza, fragmentando y/o masificando la sociedad. El espacio privado, en general, se ha vinculado a los procesos de producción y reproducción de la vida, más que nada en lo que respecta a las necesidades básicas y primarias de la reproducción material. Mientras tanto, el espacio público ha sido concebido como aquel vinculado a la vida política, donde se desarrolla la vida en común, el bien común. El espacio público ha sido tradicionalmente entendido como la esfera donde las opiniones respecto de los asuntos políticos se forman (la esfera pública) o aquel ámbito donde la vida pública se desarrolla, particularmente mediada por el mercado.

Las interacciones urbanas se dan en espacios concretos, públicos y, más ahora, privados. Para la británica Doreen Massey el espacio es parte integrante de la construcción de las subjetividades políticas, hay que entenderlo en términos de relaciones y concebirlo en tanto proceso en formación, enfatizando en su carácter nunca acabado, nunca cerrado, en devenir. También Lindón, Aguilar y Hiernaux sugieren que dentro de las distintas vertientes del concepto espacio existe una que representa de manera más clara el intento por separarse de una visión estática y únicamente material del mismo: la propuesta del espacio “vivido – concebido”. En ésta, el énfasis se encuentra en los significados del espacio, en los sentidos que se le otorgan, lo cual implica la recuperación de conceptos como experiencia y subjetividad.

Concebido de esta forma, el espacio siempre tiene algo de inesperado, imprevisible, caótico; es zona de disrupciones, es “el producto de las intrincaciones y complejidades, los entrecruzamientos y las desconexiones, de las relaciones, desde lo cósmico, inimaginable, hasta lo más íntimo y diminuto”. A su vez, es productor de nuevas trayectorias, historias e identidades. Para escapar de lógicas puramente neoliberales que separan, aislan, controlan, vacían (ciudades globales de Saskia Sassen) se hace pertinente ver la forma de crear y recrear espacios urbanos autónomos, sanos, participativos, donde se viva y practique la ciudadanía. Como dice Pierre Bourdieu, es necesario mirar al espacio más allá de lo puramente físico y considerar el lugar simbólico-social con prácticas inteligibles, explicadas por el posicionamiento y localización del agente social.

Son necesarios los espacios abiertos a la confluencia de colectividades, culturas y expresiones sociales, que se ofrecen como marco donde reclamar la construcción de nuevos vínculos y experimentar otra confluencia de actores sociales, así como nuevas formas de relación basadas en la igualdad de trato, con lo que la ciudadanía necesita en la ciudad espacios de hacer política.

En coincidencia con este planteamiento, podemos señalar, recuperando algunas ideas de Henri Lefebvre, que los espacios de representación son dinámicos, simbólicos y saturados de significados, así como construidos y modificados en el transcurso del tiempo por los actores sociales. Estas construcciones están arraigadas en la experiencia y constituyen un repertorio de articulaciones caracterizadas por su flexibilidad y por su capacidad de adaptación; se encuentran llenas de elementos imaginarios y simbólicos que tienen su origen en la historia personal y colectiva.

Irremediablemente esta marea de espacio en movimiento nos encamina a lo que sucede en él…

Espacio y Ciudadanía – Participación

Una duda asalta nuestro camino: ¿cómo participar en los espacios? En relación a ello, Elizabeth Jelin explica que para ser ciudadanos activos y responsables se hace necesario contar con las oportunidades y espacios que permitan (y promuevan) aprender y desarrollar habilidades e ideas muy espaciales. Por ello debemos extraer propuestas de estudio que se complementen e impliquen los conceptos de participación, derechos y democracia. Para David Harvey “la cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede estar divorciada de la que plantea qué tipo de lazos sociales, de relaciones con la naturaleza, de estilos de vida, de tecnologías y de valores estéticos deseamos. El derecho a la ciudad es mucho más que la libertad individual de acceder a los recursos urbanos: se trata del derecho a cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad”.

Tener derecho a la ciudad es poder ejercer la ciudadanía. En su libro La ciudad conquistada, Jordi Borja deja en claro la necesidad de limitar el libre albedrío del mercado a la hora de hacer ciudad y explica que “la ciudadanía es una conquista cotidiana y que la vida social urbana nos exige conquistar constantemente nuevos derechos o hacer reales los derechos que poseemos formalmente”. O como dice Saskia Sassen, hay que reinventarse los espacios valorizando la ciudad y generar nuevas modalidades políticas, ya que las dinámicas urbanas no suelen ser entendidas por las autoridades. Para T.H. Marshall que la estudia desde el enfoque sociohistórico, la ciudadanía es una actitud con un deber proactivo, de lucha social y compromiso político, que enfrenta los problemas y contribuye con soluciones.

En nuestra travesía tendremos que adentrarnos en el amplio mundo de las teorías sobre participación y democracia, por ejemplo las de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau que en su propuesta de democracia “radical y plural” entienden a la revolución democrática como una etapa de profundización donde se extienden las luchas en un panorama social y político cada vez más complejo y heterogéneo. Rescatamos cómo los movimientos sociales se constituyen como desafío a las formas convencionales de hacer política y de qué forma exigen nuevas respuestas a los conflictos de un sistema que debe producir respuestas. Sin duda, esta acción colectiva rompe con las reglas del juego tradicionales y demuestran que las respuestas convencionales no alcanzan a producir condiciones de integración social.

Se hace necesario observar los espacios urbanos donde pudieran constituirse lo que Carmen Aranguren y Ángel Antúnez llaman formas interactivas de enseñanza- aprendizaje en las que la ciudad imaginada supere a la ciudad real para incorporar con riqueza las diferencias y similitudes de una visión trascendente, con la finalidad prioritaria de la construcción de una ciudadanía organizada, autónoma y solidaria capaz de convivir en la diferencia y de solucionar pacíficamente sus conflictos. “En este proceso continuo y dinámico de aprendizaje, construcción y crítica, en el cual los seres humanos crean y recrean la cultura, la memoria colectiva tendrá que recuperar históricamente sus haceres, sus saberes y sus modos de organización si se quiere privilegiar la solidaridad”.

Y así hemos vuelto a la cultura, que como propone Gilberto Giménez es un concepto que está estrechamente interrelacionado e indisociable del de identidad: “nuestra identidad sólo puede consistir en la apropiación distintiva de ciertos repertorios culturales que se encuentran en nuestro entorno social, en nuestro grupo o en nuestra sociedad. Lo cual resulta más claro todavía si se considera que la primera función de la identidad es marcar fronteras entre un nosotros y los ‘otros’, y no se ve de qué otra manera podríamos diferenciarnos de los demás si no es a través de una constelación de rasgos culturales distintivos. Por eso suelo repetir siempre que la identidad no es más que el lado subjetivo (o, mejor, intersubjetivo) de la cultura, la cultura interiorizada en forma específica, distintiva y contrastiva por los actores sociales en relación con otros actores”.

“La identidad de cada uno de nosotros como sujetos individuales sólo tiene sentido en la medida en que puede ser reconocida por otro sujeto. Precisamente, el yo nunca puede describirse o entenderse sin referencia a aquellos otros que lo rodean. Así, nuestra identidad está delineada y perfilada por el reconocimiento de otros, mantengan ellos o no una presencia activa en nuestra cotidianidad”, apunta Daniela Vicherat, quien cree que el espacio, además de ser un instrumento de conocimiento es, por excelencia, el medio del que se vale la experiencia individual y colectiva para materializar sentimientos de pertenencia e identidad. Se trata de un concepto totalmente ligado a la acción humana, capaz de dotar de sentido tanto la vida de sujetos e individuos aislados, como su vida en común.

Finalmente, para salir hacia un nuevo rumbo conceptual, debemos plantearnos que habría que revisar las teorías de Antonio Negri y Paolo Virno sobre las multitudes, las de Castoariadis sobre autonomía y la articulación individual/colectiva, las de Gustavo Esteva sobre comunalidad y derechos, a Ulrich Beck con su ciudadanía cosmopolita y otros conceptos como democracia en red o multitud inteligente.

Espacio y Sujetos políticos emergentes

parlamento_calleComo hemos visto anteriormente, el espacio es necesario para la interacción política, social y cultural, y a la vez, podemos decir que esas interacciones son esenciales para conseguir construir espacios sociales, que ha habido desde hace décadas en distintas ciudades del mundo, como por ejemplo los centros sociales okupados (o squatters) en Europa o los foros culturales en Ciudad de México (Circo Volador, Foro Alicia, El Chopo…), que cuestionan el orden sociocultural hegemónico pero que, a diferencia de los que nos interesan para esta navegación, pueden llegar a ser muy identitarios y no abiertos a cualquier persona o colectivo. En el libro Autonomía y Metrópolis / del movimiento okupa a los centros sociales de segunda generación varios autores dan cuenta de estas situaciones y la importancia de los espacios para construir alternativas abiertas e incluyentes, que facilite la reflexión colectiva crítica para producir nuevos sujetos sociales y políticos. Muchos de estos espacios alternativos albergan inquietudes que no se ajustan a las clásicas luchas políticas y movimientos obreros, y cuestionan sus discursos y prácticas monolíticas en un mundo cambiante, que debe tener en cuenta otros postulados como los feministas o ecologistas, por poner solo algunos ejemplos.

Además, multitud de artículos y foros on line se hacen eco de los diversos movimientos ciudadanos recientes en varias partes del mundo (Primavera árabe, 15M-indignados, Occupy Wall Street, #YoSoy132…) donde se demuestra que muchas personas y colectivos se resisten a que las distintas crisis se agraven afectando a cada vez más población y proponen otro tipo de democracias a las representativas-liberales ya establecidas, donde tenga protagonismo el 99%. Sin duda, estas movilizaciones y sus proclamas evidencian la fragilidad del concepto hegemónico de ciudadanía, configurado por los presupuestos filosóficos de la teoría política liberal en mucho mayor grado que por los postulados de la teoría de la democracia y que adolecen de muchas de las premisas democráticas.

En Madrid, existe el caso del Centro Social La Tabacalera, en el cual mediante la práctica de diversas expresiones sociales, culturales y artísticas entiende que “la libre circulación de saberes, la promoción de espacios de autoformación y los procesos de creación colaborativa extienden el dominio de lo público y abren marcos para pensar y desarrollar crítica y nuevas prácticas ”. Trabajan para ser “un centro cultural que impulsa la participación directa de l@s ciudadan@s en la gestión del dominio público. Un centro cultural que entiende la cultura como una noción que abarca las capacidades creativas y sociales de la ciudadanía. Dichas capacidades comprenden no solo la producción artística, sino también la acción social, el pensamiento crítico y la difusión de ideas, obras y procedimientos que buscan expandir y democratizar la esfera pública”.

Ítaca reload: ciudad 2.0

Y llegamos de nuevo a la ciudad, pero renovados por el propio viaje y encontrándonos con nuevas dudas que surgen tras el recorrido. Con la mente abierta a nuevas posibilidades, exploramos ya en el regreso otras texturas teóricas, quizás encontradas en blogs, revistas, conferencias on-line… o quizás, como dice Bernardo Gutiérrez, dando un paso más allá de Sociedad Red de Manuel Castells:

La realidad física no existe. El mundo virtual tampoco. Ahora una frase-explicación: apenas existen los espacios híbridos, la mezcla de lo off y on, de lo digital y lo analógico. En esta nueva realidad híbrida las dinámicas del mundo digital contagian las inercias de los territorios físicos. Y el mundo físico es una pieza vital para la construcción de entornos digitales. La fusión de ambos construye un nuevo espacio, una cuarta dimensión que habían intuido Michel Foucault con su heterotopía o Edward W Soja con su tercer espacio. Las redes digitales – que algunos llaman redes sociales – se enredan con las comunidades del mundo físico. Y ambas se retroalimentan. Las interacciones digitales, los contenidos compartidos y/o geolocalizados, los streamings, transforman el espacio físico en un nuevo territorio emergente.

Terminando el viaje pensamos que hay que tener en cuenta las propuestas descolonizadoras de Mignolo, Quijano, Lander o Santos, para aportar teorías novedosas y propias de los actores intervinientes en los procesos, también recogiendo los postulados basados en la educación popular de Freire, e impulsado principalmente por Fals Borda.

Fin de la odisea… Estas reflexiones intentan ser la primera aproximación a una investigación /aprendizaje desde la práctica que nos ocupará en lo teórico y en el quehacer cotidiano los próximos años… una especie de laboratorio de procesos para experimentar construcciones colaborativas de nuevas formas de mercado (local) y nuevas formas de hacer ciudadanía-política.

@Sursiendo