Sursiendo hilos sueltos
Creemos en la construcción colectiva de las creaciones y conocimientos, en la idea de que las ideas siempre se toman de otros lados y al expresarlas o concretarlas les agregamos algo, alguito propio… Ya dejamos de creer en la existencia de genios creativos y sin embargo de vez en cuando, vienen a nuestra memoria personas que nos hacen preguntarnos si el siempre que acabamos de afirmar, no será demasiado tajante. O quizás se trate simplemente de seres más perceptivos.
El próximo 2 de diciembre se cumplen 10 años de la muerte de Iván Illich, una de esas personas con las que nuestra teoría se tambalea.
En diversos lugares del mundo se están preparando actividades para recordar a este pensador austríaco devenido mexicano que con sus teorías se adelantó a muchos conceptos de los que hoy reconocemos como actuales, postmodernos o contemporáneos…
Con esta entrada queremos hacer un pequeño reconocimiento a su persona y trayectoria porque para nosotres Illich fue, ante todo, un convencido defensor de la comunalidad y la convivencialidad. Sus ideas cuestionaron en gran medida los postulados básicos del mundo moderno: desarrollo económico lineal y ascendente, progreso basado en la competencia individual, necesidades igualadas a capacidad de consumo. También se oponía a la medicina profesional y patentada, al trabajo no creador y a los consumos desmedidos de productos y energías, incluyendo al automóvil. Illich cuestionó ante todo a las institucionalidades existentes porque creía que “ni la enseñanza ni la medicina ni la producción industrial están dadas ya a escala de la convivencialidad humana”.
En el caso particular de las escuelas, las concebía como meros espacios de reproducción de los sistemas de dominación existentes. Más de la mitad de los habitantes de la tierra transitan gran parte de sus aulas y sin embargo éstas solo han contribuido a “desnaturalizar la vida mediante sistemas escolares injustos y opresivos que conducen a la uniformidad por los criterios fijos impartidos; a fomentar la discriminación social, fuente de desigualdad entre los que pueden asistir a la escuela y los que no pueden; a producir frustración al no poder servir a la instrucción ni a la educación dedicando los esfuerzos a superar barreras insalvables; a favorecer la mediocridad por pretender acomodarse al tipo medio de alumno, con lo cual quedan marginados los menos dotados e insatisfechos los más aventajados.”
En lugar de todo lo anterior Illich prefería hablar de “subsistencia” y “comunalidad” y apoyaba los procesos de creación de autonomía o auto-dependencia (siendo éste de sus principales conceptos , junto con el de “disvalue” o valor negativo, cuyo uso defiende contra los llamados destrozos de la “entropía”, es decir la destrucción ecológica y social irrecuperable en la que estamos inmersos en este sistema). Sus ideas fueron provocadoras y cuestionaron casi todo el pensamiento occidental, tal y como lo conocemos.
Allá entre los años ’60 y ’70 este hombre ya se manifestaba desconfiado de las propuestas individualistas tan en boga, a la par de profesar una profunda admiración y respeto por lßs otres. De ahí su convicción en los modos de vida comunitarios. Le preocupaba la pérdida de estos espacios que habían sido, por siglos, espacios de intercambio y convivencia. Con la misma filosofía abogaba por un conocimiento integral que trabajara el desarrollo del intelecto desde la cabeza y el corazón. “Illich realiza sus estudios como un ejercicio de askesis, pues sin él, el conocimiento se torna puro narcisismo”.
Sus escritos inspiraron a muchas personas alrededor del mundo. Podemos encontrar manifestaciones de ello en diversos espacios: personas que han aceptado los procesos del dolor como momentos de aprendizaje, padres que han dejado de enviar a sus hijes a la escuela, adopción de formas de vida locales y regionales, Foros Sociales, centros sociales y vecinales, innumerables propuestas alternativas al sistema neoliberal y corporativista o incluso la opción del decrecimiento parecen tener algún rastro de su pensamiento. Otros de sus estudios parecieron tener más detractores, como es el caso de su concepción del género vernáculo.
Este pensador nació en 1926 en la capital austríaca en el seno de una familia que mezclaba antecedentes judíos, dálmatas y católicos, el mismo año que el micrófono y el altavoz llegaron a la Isla de Brač, en las costas croatas, lugar donde el pequeño Iván creció junto a su abuelo. Cuenta una anécdota que hablaba «además del croata, francés, alemán e italiano, pero cuando su madre trató de inscribirlo en una ‘buena’ escuela en Viena, no lo aceptaron porque después de aplicarle los exámenes de admisión, lo consideraron ¡retardado! Eso le permitió al niño el placer de pasar su tiempo en la biblioteca de su abuelo materno y desempeñar la función de su ‘secretario particular’, trabajándole en 3 idiomas, hasta que cumplió los 8 años de edad». Quizás estas tempranas experiencias marcaron en Illich su profundo descrédito por la “educación industrializada, como él la llamaría posteriormente, y en cambio propiciaba el autoaprendizaje apoyado en encuentros, conversaciones y todo tipo de relaciones sociales.
Sin embargo, por razones “puramente prácticas” (obtener un documento con una falsa identidad que le permitiera vivir bajo el régimen fascista), Illich entró a la Universidad a estudiar Química aunque luego estudió “seriamente” Filosofía y Teología y doctorándose en Historia en Salzburgo. Por esos años Illich ingresó al sacerdocio católico y al poco tiempo se fue como párroco asistente a Nueva York. Allí se hizo cargo de un centro de atención a inmigrantes puertorriqueños y meses después fue enviado a la Universidad Pontificia de Puerto Rico, donde se desempeñó como vicerrector. Luego una serie de desencuentros con la Iglesia llega a México donde funda el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC) de Cuernavaca el cual, tras 10 años de labor y más enfrentamientos con el Vaticano cierra en 1976. Durante todos esos años desfilaron por el Centro reconocidos intelectuales como Paul Goodman, Peter Berger, Paulo Freire, Erich Fromm y Gerhard Ladner; las huellas de esos debates humanistas e interculturales nutrieron a la ciudad de intensos espacios de reflexión.
Otra interesante anécdota de su vida cuenta que cuando Illich decidió abandonar Puerto Rico, se propuso recorrer América Latina a pie y con escasos recursos. Tras estar en Bolivia, Argentina, Paraguay y Uruguay, intentó cruzar la cordillera de los Andes pero su salud se lo impidió. Fue entonces cuando una familia humilde de campesinos indígenas cuidaron de él. Braulio Hornedo, discípulo y continuador de sus ideas cuenta que “en el accidente de los Andes, Iván conoció directamente la riqueza de la pobreza. Observó que la cultura de solidaridad de las comunidades campesinas era mayor que en las ciudades. Gracias a esta experiencia vislumbró la necesidad de que estas culturas marcadamente diferentes dialogaran en igualdad de condiciones.”
Su muerte se produjo en 2002, luego de 20 años de padecer un tumor facial. Tras reusarse a adoptar técnicas occidentales para su tratamiento y aunque le diagnosticaron apenas unos meses de vida, Illich decidió hacerse cargo de su enfermedad con técnicas terapéuticas de meditación y yoga y aprendió a “convivir” con su cáncer.
Nos dejó una extensa bibliografía, mucha de la cual fue escrita o traducida al español y se encuentra libremente disponible para descarga, y nos dejó, ante todo, un gran legado de resistencia y convivencia.
Quisiéramos terminar con la traducción de un pequeño texto, escrito originalmente en inglés y compilado en el libro All That We Share: A Field Guide to the Commons realizado por el centro de estudios sobre bienes comunes On the Commons.
Ivan Illich encuentra la huella del empobrecimiento y la dependencia económica en el cercamiento de los bienes comunes.
“Commons” es una palabra del medioevo inglés. Las personas llamaban así a esa parte de su entorno que se encontraba más allá de los límites de sus posesiones, y a las que, sin embargo, se les concedían reclamaciones de uso, no para producir mercancías sino para proporcionar la subsistencia de sus hogares. La ley de los comunes regulaba el derecho de uso de caminos, el derecho a pescar y cazar y el derecho a recoger leña o plantas medicinales de los bosques.
Entonces el cercamiento de estos “commons” inaugura un nuevo orden ecológico. No solo otorgó el control material de los pastizales hasta ese momento en manos de las y los campesinos al Señor feudal. Este proceso también marcó un rotundo cambio de actitud de la sociedad hacia su entorno natural. Antes, el ambiente era considerado como el patrimonio común del cual la mayoría de las personas podían obtener su sustento sin necesidad de tener que comprarlo en el mercado. Después del cercamiento se convirtió en un recurso al servicio de las “empresas”, las cuales, organizándose de acuerdo a las normas del trabajo asalariado, transformaron la naturaleza en bienes y servicios de los que hicieron depender la satisfacción de las necesidades básicas de los “consumidores”.
Este cambio de actitud puede ser mejor ilustrado si pensamos en las carreteras más que en los pastizales. Qué diferencias se han producido solo en los últimos 20 años entre las viejas y las nuevas partes de la Ciudad de México. En las partes más antiguas de la ciudad, las calles eran verdaderos espacios comunes. Algunas personas se sentaban cotidianamente en las calles a vender hortalizas y carbón. Otras traían sus sillas y se sentaban a compartir un café o un tequila. Los niños y niñas jugaban en la cuneta, y los traseúntes aún podían utilizar las calles para moverse de un lado a otro. Como cualquier verdadero “common”, las calles habían sido construidas por las personas que vivían allí y eran, por eso, espacios también habitables para ellos y ellas.
En las nuevas zonas de la Ciudad de México las calles son ahora carreteras para coches, colectivos, taxis y camiones. Las personas apenas son aceptadas allí. Las calles han sido degradado de espacio común a simple recurso disponible para la circulación vehicular. La gente ya no puede moverse a pie por allí. El tráfico ha relegado su movilidad.
El cercamiento ha negado el derecho a un ambiente del que -a lo largo de toda la historia- la economía moral de la supervivencia había dependido. De este modo, el cercamiento socava la autonomía local de las comunidades. Las personas se convirtieron en meros compradores de esas mercancías que ellos mismos produjeron.
Tomado de un discurso realizado en 1982 en Tokio y recogido en el libro con sus discursos, En el espejo del pasado (Marian Boyars, 1992).
* Traducción Sursiendo bajo Licencia Creative Commons.