Sursiendo hilos sueltos
Quizás sea el gran azar el que hizo coincidir que nos encontráramos con ciertos autores en estas fechas. Entonces, y teniendo tan cercano el 12 de octubre, nos pareció interesante intentar hablar sobre la colonialidad del poder en el contexto actual. A partir de esta concepción enunciada por el sociólogo peruano Anibal Quijano y del giro que el venezolano Fernando Coronil le otorga al concepto se pueden además sumar algunas ideas sobre el compartir y lo colectivo. Si te perdiste la primera parte, puedes leerla aquí
Sin perder el hilo de este pensamiento, Fernando Coronil retoma el concepto desarrollado por Quijano e intenta una profundización. Por un lado invierte el concepto, llamándolo poder de la colonialidad, el cual posee sus propias formas de dominación y legados e introduce un criterio ampliado del imperialismo, cuyos alcances pueden verse reflejados a lo largo de la historia en expresiones coloniales (dominio de un imperio sobre sus colonias por medios fundamentalmente políticos), nacionales (control de una nación sobre otras independientes, por medios predominantemente económicos a través de la mediación de su Estado) y ahora también las globales (poder de redes transnacionales sobre las poblaciones del planeta por medio de un mercado mundial sustentado por los Estados metropolitanos). Para él lo que existe entonces es un poder de la imperalidad. Apoyándose en Antonio Negri y Michael Hardt, plantea que el imperialismo como tal habría llegado a su fin surgiendo a partir de él un nuevo sistema de dominación basado en el predominio del mercado global. En éste, al que denomina Imperio (y al que otros autores denominan modelo corporación-nación), no existen estados imperiales sino solo un mercado global manejado por redes trasnacionales que ejercer el poder sobre esos Estados y sus poblaciones. Si bien es cierto que todos ellos deben adaptarse a los mandatos del mercado, algunos tienen más capacidad de negociación que otros. Así este Imperio de la globalización no suprime a las instituciones estatales sino que les obliga a redefinirse. Transitamos así una etapa superadora del colonialismo, el neoliberalismo y el imperialismo que los contiene y necesitó de ellos para poder florecer.
Se podría poner como ejemplo de esta situación el hecho de que en el contexto actual del mercado global, mientras estos capitales trasnacionales no tienen anclaje en un territorio determinado la intensificación de la explotación de la naturaleza y las personas (como fuerza de trabajo) sí lo tiene y se localizan justamente en las viejas zonas coloniales.
Ninguno de los autores llega a mencionar la influencia que está adquiriendo la descentralización de un poder que aún no se puede controlar: la Red. Dentro de todos estos procesos que están saliendo a la luz en los últimos tiempos las tecnologías de la comunicación y la información (TIC’s), y en especial Internet, han jugado un papel muy importante. Incluso si nos remontamos al levantamiento zapatista de 1994 veremos la importancia que esta herramienta tuvo para romper el cerco informativo que les impusieron por aquel entonces.
Su potencia está dada por un valor antes desconocido: su descentralización. Esta red distributiva es imposible de controlar. ¡Al menos hasta ahora! Vemos así como frente a la concentración del Imperio surgen pequeños nichos de resistencia organizados a través de las redes tecnológicas y comunicativas actuales que logran una participación más equitativa de las personas a la par que vinculan diversas protestas sociales. Internet rompe con esta concentración del conocimiento y puede llegar a convertirse en enemigo de los estados.
Lo más interesante del mundo virtual es su vinculación con el mundo real. Si es cierto que los intentos de transformación social ocurren a distintos niveles, como decía Gramsci, para que la democracia no sea simplemente formal y política, sino que también sea social es importante volver a comprometerse, participar, actuar.
Un momento de inflexión que pedía el fin de estas formas de hacer política fue con las marchas ocurridas en 1999 en Seattle, en el marco de las protestas contra la Ronda del Milenio de la Organización Mundial del Comercio que se desarrollaría en esa ciudad, las cuales además remitían una vez más a propuestas ya conocidas: las del EZ . Estos movimientos antiglobalización o altermundistas reclamaban nuevas formas de entender el desarrollo. Desde entonces, cada vez con más fuerza tanto en los Foros Sociales Mundiales como en otros espacios alternativos se ponen en evidencia la importancia de lo diferente, se resaltan positivamente las particularidades propias de las poblaciones rompiendo con el marco evolucionista lineal que impone un camino único a seguir. Desde esos ámbitos muchas veces incluso, se reconfigura la relación que la humanidad tiene con la naturaleza y se reintroducen antiguas formas sociales y políticas de relación. Buen Vivir, Sumak Kawsay, Suma Qamaña, Lekil Kujlejal son distintas formas de decir lo mismo: queremos vivir en armonía con nuestras sociedades y nuestros entornos. Así, los pueblos latinoamericanos estamos en la búsqueda de vías alternativas. Y aquí sería importante hacer un alto, porque con o sin estos nombres, abundan experiencias autogestivas y conscientes en muchas otras partes del mundo.
En este sentido, por ejemplo, la teoría del Desarrollo a Escala Humana elaborada por un grupo de investigadores chilenos allá por los años ’80, plantea la necesidad de alejarse de las concepciones mecanicistas con el que el desarrollismo se refiere a las personas. Considera lo humano caracterizado por un sistema de necesidades y potencialidades en el que la generación de sinergia (trabajo en conjunto) tiene un rol clave. Aquí lo micro (las individualidades) y lo macro (las sociedades) conviven dialógicamente, aprendiéndose y modificándose. Por este motivo no puede existir un solo factor (el económico en este caso) que determine al resto, sino que deben articularse diversos ámbitos. Las personas somos seres de necesidades múltiples e interdependientes. Las necesidades humanas básicas, dice esta teoría, son pocas y las mismas en todas las culturas: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad. Todas ellas deben entenderse como un sistema en el que se interrelacionan e interactúan. Propone, incluso, un índice de medición de desarrollo social basado en la consideración de todos estos factores y así, por ejemplo, dejaríamos de hablar de la riqueza o la pobreza, para empezar a hablar de riquezas y pobrezas, en plural.
En el marco de estas diversas construcciones humanas, incluso las relaciones económicas pueden adquirir un nuevo sentido por lo que en este ámbito los procesos autogestivos, solidarios, la economía doméstica o de mercados locales implican relaciones comerciales pero también, y sobre todo, humanas.
Para comprender mejor el camino que nos ha llevado a la supremacía de la economía es interesante considerar que en el momento anterior a la conquista española, en los procesos de conquistas que se daban en estos territorios, dominadores y dominados compartían una misma ideología, vinculada a la reciprocidad política – económica y a las representaciones religiosas. Había opresión, pero lograba disimularse debido a la existencia de una misma forma de ver el mundo. A partir de 1492 las formas de dominación económica e ideológicas impusieron sistemas que desestructuraron las bases comunales sobre las que se apoyaban previamente las comunidades indígenas propiciando con ello la aculturación y la gradual pérdida de los lazos identitarios. ¡Aunque no totalmente! En la actualidad aún es posible reconocer en su cosmovisión una idea de totalidad subyacente.
Españoles y portugueses basaron su estrategia de dominación apropiándose de las prácticas preexistentes y resignificándolas en función de sus intereses coloniales. Este fue el momento cúlmine del capitalismo comercial que luego, con la Revolución Industrial, entraría al capitalismo industrial. Entre tanto las poblaciones locales también resignificaron las formas impuestas uniéndolas a su propia cultura, como sucede por ejemplo, en el caso del sincretismo religioso.
Frente a la mercantilización de la vida están emergiendo en la periferia nuevas formas de autoridad que logran sortear el binomio de vivir sin el mercado/vivir para el mercado. De este modo, los pueblos van encontrando vías alternativas para que la democracia no sea simplemente formal y política, sino que también sea social. Por eso en diversas partes de nuestros territorios ya se organizan en torno a la búsqueda de la reciprocidad en la organización del trabajo, la comunitariedad, el autogobierno e incluso de justicia comunal.
Este nuevo orden global nos hereda muchos y profundos problemas, y sin embargo en su intento totalizador surgen propuestas que resignifican las premisas. Esta cada vez más creciente interconexión social, cultural, económica y tecnológica permite, por ejemplo, la creación de nuevas formas de conocimiento universales nutridas del intercambio de experiencias ocurridas en contextos completamente diferentes, a la vez que tejer lazos de solidaridad horizontal entre los múltiples nodos de resistencia y crear otra vez en lo local formas de vida elegidas y compartidas.