De la colonialidad del poder a los comunitarismos (I)

derechos digitales colectivos
16 octubre, 2012
sursiendo

Sursiendo hilos sueltos

Quizás sea el gran azar el que hizo coincidir que nos encontráramos con ciertos autores en estas fechas. Entonces, y teniendo tan cercano el 12 de octubre, nos pareció interesante intentar hablar sobre la colonialidad del poder en el contexto actual. A partir de esta concepción enunciada por el sociólogo peruano Anibal Quijano y del giro que el venezolano Fernando Coronil le otorga al concepto se pueden además sumar algunas ideas sobre el compartir y lo colectivo.

 

El poder se construye en nuestras mentes pero se manifiesta en nuestras acciones. Es un concepto que nos resulta familiar porque atraviesa todas nuestras relaciones personales y sociales y sin embargo muchas veces nos resulta difícil de definir. Tal vez por la inmensidad que abarca. En todos esos universos en los que subyace, parte del interés está fuertemente puesto en las concepciones de empoderamiento contrapuestas a las de Poder, así con mayúsculas. ¿Cómo puede el poder ser bueno y malo a la vez? Creemos que la diferencia fundamental radica en sus orígenes y sus límites. No es lo mismo un poder construido de abajo hacia arriba, un poder colaborativo y distributivo, que un poder concentrado, vertical e impuesto.

Quijano menciona que en las relaciones de poder están presentes e interrelacionados tres elementos fundamentales: dominación (el control que unos ejercen sobre el comportamiento de los demás), explotación (obtener el trabajo de los demás, sin retribución equivalente y en beneficio propio) y conflicto. “Podría decirse, en tal sentido, que el poder es una relación social de dominación/explotación/conflicto por el control de cada uno de los ámbitos de la experiencia social humana: trabajo/recursos/productos; sexo/recursos/productos; subjetividad/recursos/productos; autoridad colectiva/recursos/productos”. Y agrega en una publicación posterior un quinto aspecto al retomar “las relaciones con las demás formas de vida y con el resto del universo (todo lo que en el lenguaje convencional suele ser denominado como ‘naturaleza’)”.

En todo caso, cuando en 1537 la bula papal declaró a las poblaciones originarias hombres verdaderos (¿y que pasó con las mujeres? nos preguntamos retóricamente) no estaba reconociendo sus capacidades humanas sino solo su derecho a no ser tratados como animales. Y eso ya denota el lugar que ocupa la naturaleza en este sistema antropocéntrico, androcéntrico, eurocéntrico y capitalista. Por supuesto, quienes se encargarían de convertir a esas personas en verdaderas personas eran los hombres civilizados de Occidente.

Esta situación implica que un sector de la sociedad posee un conocimiento o habilidad y la otra debe aprenderlo de ella. Sin embargo esta idea no solo deviene del colonialismo, sino que también se ha visto expresada en algunos pensamientos progresistas de los siglos siguientes. Un solo ejemplo basado en el marxismo nos mostrarían que tanto esta corriente de pensamiento como las que sustentan al capitalismo hacen hincapié en que la base de todas las relaciones sociales es la economía, haciendo supeditar a ella todas las demás esferas que conforman la vida: pensamientos, sentimientos, habitat, cultura, política, etc.

El desarrollo ha implicado entonces, un crecimiento lineal y ascendente sin el cual nos encontraríamos en una condición de inferioridad. En nuestros días, el modelo hegemónico que sustenta esta lógica llega a tal extremo de mercantilización que incluye a los elementos básicos de la vida. Ya no sólo se compran y se venden mercancías sino también genes, aire, agua, ideas. Para él todo debería tener dueños únicos y un costo en dinero.

El proceso continuo que nos trae hasta nuestros días hace posible también que exista una clara vinculación entre el colonialismo de antaño y el neocolonialismo actual, basado no ya en una dominación territorial sino en mecanismos imperiales informales, es decir, económico-financieros.

Detrás de estos patrones monetarios y mecanicistas hay un sistema de pensamiento simbólico que está en la base de la modernidad sobre la que se construyeron los estados-nación, la familia burguesa y la racionalidad eurocentrista. Todo esto junto, y a veces también revuelto, forma nuestro sentido común, ese conjunto de ideas que nos dan las anteojeras con las que miramos el mundo. Si aceptamos que estas concepciones siguen aún vigentes será fácil comprender entonces el motivo fundamental por el que fue posible este acelerado proceso de profundización de las lógicas capitalistas: las formas de dominación violentas preexistente mutaron a formas legitimadas de control desde unos Estados que no han dejado de ser coloniales.

Sin embargo y a pesar de ello, nuevos conceptos de poder están surgiendo. Grupos de personas históricamente excluidas que crean y recrean lazos de relaciones para empoderarse. Aquí entonces podrían tomar fuerza los procesos comunitarios que se revitalizan día con día, los sistemas de intercambios no monetario o las economías del don y populares, el reconocimiento del papel fundamental de las economías domésticas y de cuidados, la solidaridad, la fraternidad y la construcción o redefinición de nuevos sistemas de valores para vivir la vida, entre otras propuestas.

Retomando las ideas de este autor peruano, el sistema capitalista actual logra construirse a partir de la diferenciación de raza e identidad racial, conceptos que comienzan a moldearse a partir de las llegada de los europeos a América, lo que posibilitó extender un nuevo patrón de poder mundial. A partir de ese momento se comienza a construir la colonialidad que refiere a las formas como el trabajo, el conocimiento, la autoridad y las relaciones intersubjetivas se articulan entre sí. A través del mercado capitalista mundial y de la idea de raza se configuraron tres ámbitos enmarcados en la colonialidad del poder, la colonialidad del saber y la colonialidad del ser. De ese modo colonialidad del poder y capitalismo lograron redefinir también “las relaciones entre los sexos, subordinando las formas previas de patriarcalismo, de propiedad privada y de división de roles, a la colonialidad del poder y al mercado mundial”. Quijano no solo asegura que la colonialidad es el rasgo central del actual patrón de poder sino también que, por sus características históricas, fue el primer patrón con vocación global y por eso la globalización, al contener en sí todas las anteriores formas de explotación conocidas (esclavitud, servidumbre, pequeña producción mercantil simple, reciprocidad y capital) sería su momento culminante.

A pesar de esto, no exisistiría una globalización como tal porque no hay en el mundo un único poder homogéneo que ejerza la suma del poder. No obstante, el autor sí acepta la existencia de lo que llama Bloque Imperial Mundial, integrado por los modernos estados-nación del centro y un capital financiero mundial. Entre ambos poseen el control del poder mundial, extreman la polarización social e imponen políticas económicas socavando las democracias nacionales, es decir que, por el momento, existe una globalización económica pero no una política. En este punto, los estados-nación poseen una débil independencia en cuanto a la toma de decisiones a adoptar al interior de sus territorios y por tanto la democracia resumida en el voto no implica (si acaso alguna vez sí lo hizo) una verdadera democracia. Estos estados se comportan como estructuras institucionales funcionales a tales intereses trasnacionales con poca capacidad (o interés) de mantener una autonomía real.

…Continuará…

Parte II

@SurSiendo