Sursiendo hilos sueltos
Las primeras gotas que caen mojan el número 1 de la Revista Wimb Lu de este año. Ahí se cuenta una experimento realizado a finales de 2011 por alumnas de la Facultad de Psicología de la Universidad de Costa Rica. Se pretendió saber el uso que le daría la comunidad universitaria a un bien común material escaso: ¡paraguas en época de lluvia!
La propuesta era tener a disposición durante tres semanas, un total de quince paraguas que podían ser usados por quienes pasaran frente a la paragüera situada en la facultad de Sociología. La consigna sólo pedía devolverlos dentro de las 24 horas. Para el trabajo se retomaron los dos enfoques más conocidos (y opuestos) sobre bienes comunes: los de Garrett Hardin y Elinor Ostrom.
Había una vez un Hardin que en 1968 dijo en La tragedia de los comunes que los individuos aumentan sus comportamientos egoístas cuando se enfrentan a situaciones de escasez de un determinado bien compartido, dejando de lado las conductas de cooperación. Así, si cada persona que tuviera acceso a ese bien escaso hiciera los mismo, el bien desaparecería más pronto que tarde. La solución que propuso para evitar esta situación fue la conocida privatización de los bienes, justificando así el cercamiento. Por otro lado hubo una Elinor Ostrom que no conforme con esta teoría estudió durante años y en diversas partes del mundo, sistemas de manejo de bienes comunales que resultaron ser mucho más eficientes que esos sistemas privatizados que recién mencionábamos. Sus estudios recogidos en El gobierno de los bienes comunes refutó el trabajo de Hardin y le valieron el Nobel de Economía en el año 2009.
Volviendo al experimento de la Universidad de Costa Rica: Al final del trabajo, sólo se conservaron el 40% de los paraguas provistos. Mientras tanto, esas tres semanas pasaron entre comentarios escépticos y otros muy entusiastas de las y los participantes. Hay que decir que las reglas de uso de los paraguas no siempre estaban claras (eso también era parte del experimento) y que no siempre se pudo cumplir con las pautas que se propusieron. Aún así no vemos importante centrarnos en estos “fallos”, normales por otra parte, sino en algo más significativo y menos simbólico: la existencia/inexistencia de una comunidad alrededor de este bien.
Pensamos en otros ejemplos similares. Recordamos algo sobre unas bicicletas, hace muchos años. Resulta que en los ’60 apareció en Amsterdam el movimiento Provo, que con una ideología anticapitalista y de acción política pacífica realizaron sus happenings blancos. Entre ellos, el de la bicicleta blanca buscaba denunciar la contaminación generada por el uso del automóvil individual y la mala calidad del transporte público. Pero además se proponía crear una forma alternativa de organización de la ciudad, más centrada en las personas. Pintaban bicicletas que dejaban en las calles para que fueran usadas libre y gratuitamente por cualquiera. Si encontrabas una de estas bicicletas en la ciudad podías tomarla, usarla y dejarla luego en otro lugar público para que alguien más pudiera hacer lo mismo. Esto no resultará de todo extraño si pensamos en el Amsterdam de ahora, pero en aquel entonces, al igual que con los paraguas de ahora, la experiencia tampoco acabó bien. Al poco tiempo muchas de esas bicicletas fueron robadas o terminaron en los canales de la ciudad.
¿Qué será entonces lo que hace que sí funcionen otros proyectos que comparten bienes? Ninguna de las experiencias revisadas aquí tuvieron una comunidad definida que además se haya dado a sí misma reglas de uso para esos bienes. Es probable que si un bien común escaso permanece totalmente abierto a cualquier persona, éste termine extinguiéndose. Uno de los errores más frecuentes es creer que porque algo es común (lo mismo sucede muchas veces con lo público, pero ese es otro cantar) no tiene dueñ@s ni reglas. ¡Y claro que las tiene! Solo que no unas impuestas desde fuera del grupo que gestiona el bien. Y justo de eso se trata: crear procesos profundamente políticos que cuestionen la desigualdad de acceso a los bienes comunes mediante la práctica de un modo especial de libertad: una libertad compartida y participada. Por eso el alimento de este tipo de iniciativas está siendo cada vez más la organización autogestiva, horizontal y en pequeña escala.
Necesitamos aceptar que los espacios y recursos comunes son los que sustentan la existencia de nuestras sociedades. La clave estaría en hacer(nos) comunidad a través de alianzas y acuerdos de corresponsabilidad, para salir cantando bajo la lluvia y esquivar las fuerzas que quieren cercarnos a cada pasito un poco más.
Iremos contando experiencias que demuestran que es posible gestionar bienes comunes de manera eficiente. Próximamente en este blog.