Algunas posibles salidas del laberinto del desarrollo capitalista (y II)

derechos digitales colectivos
15 enero, 2013
sursiendo

Sursiendo hilos sueltos

(Segunda parte del texto / ver primera parte aquí)

Una de las crisis: la ambiental

silo_ecclesisa_laberintoCentrándonos sólo en una de las graves crisis que genera el transitar por el laberinto del desarrollo capitalista, podemos comenzar con la metáfora que proponía el filósofo greco-francés Cornelius Castoriadis para actuar como lo harían unos padres dirigentes: imaginemos que a unos padres le anuncian que su hijo sufre una grave enfermedad, entonces pensaremos que esos padres sólo pueden reaccionar de una manera sensata: harán lo imposible por colocar a ese hijo en manos de los mejores médicos, que determinen si ese diagnóstico es certero o no, y actuar en consecuencia; esos padres no reaccionarían diciendo “si es posible que nuestro hijo tenga una gravísima enfermedad también es posible que no la tenga”, quedándose entonces a la espera sin hacer nada. Esta segunda actitud es la que adoptan las sociedades actuales y sus representantes políticos ante el colapso ambiental al que nos encaminamos, mirando hacia otro lado sin reaccionar convenientemente.

La crisis ambiental global es de tal magnitud que ya hemos pasado el umbral de la sostenibilidad y sólo nos queda enfrentarla esperanzados en la resiliencia de los ecosistemas que nos cobijan y que tanto hemos dañado. Es paradójico que en plena crisis, en lugar de pensar y actuar con criterios ecológicos, continuemos aferrados al modelo extractivista de explotación de bienes naturales naturales, sean éstos minerales, hidrocarburos, pesquerías, bosques o agua, todo ello en su versión neo: más urgente, más integral y más dañina. Parece que hemos decidido perpetuar la forma de la economía noratlántica creada en el siglo XVI, y que la única opción en el siglo XXI es seguir extrayendo y desechando, sin pensar.

El ejemplo del calentamiento global es sintomático: según los científicos es ya irremediable que en 2100 el planeta aumente en 2ºC su temperatura, y seguramente será aún mayor el incremento, lo que hará que muchos ecosistemas mueran, que haya mayores crisis hídricas y de hambrunas, que aumenten la desertización y las enfermedades tropicales, entre otras graves consecuencias. Pero ahora mismo ya se están sufriendo graves problemas a causa del cambio climático, con el aumento de las sequías y las inundaciones, ambos problemas ambientales que inciden en la economía y la salud. Y mientras tanto, los representantes políticos sólo se ponen de acuerdo en sacar provecho económico de ello, con el pago de servicios ambientales, los mercados de carbono y demás mercantilización de las funciones de la naturaleza, y a esperar. En ningún caso se ha decidido parar el sistema de producción, transporte y consumo que es la causa principal del cambio climático. Desde las altas instancias el sistema no se cuestiona, sólo se modifica levemente con maquillaje verde, o directamente se niegan las causas.

Para Fernández Durán ya estamos en el Largo Declive de la Civilización Industrial, que durará no sólo el resto de las décadas del siglo XXI, sino probablemente doscientos o trescientos años, pero que ya estamos a puertas de sufrir por el progresivo agotamiento de los combustibles fósiles o el principio del fin de la era de la energía barata, pero también los límites ecológicos planetarios, tanto de inputs (agotamiento de recursos) como de outputs (saturación y alteración de los sumideros) planetarios, lo que está implicando una catástrofe ecológica sin precedentes en la Historia de la Humanidad.

Posibles salidas

Apunto aquí tres de entre muchas otras que se están impulsando, muchas de ellas con raíces en el marxismo, el anarquismo, los saberes tradicionales, el ecologismo, etc.

02602Decrecer para sobrevivir
Según Vicente Honorant, “el decrecimiento es una gestión individual y colectiva basada en la reducción del consumo total de materias primas, energías y espacios naturales”; con este vocablo se quiere provocar un debate sobre el dogma del crecimiento, porque ataca la raíz de la mayoría de nuestros problemas: la búsqueda del crecimiento continuo. El decrecimiento deviene entonces el caballo de Troya de una «guerrilla epistemológica» (Serge Latouche) que deconstruye lo implícito en todos los discursos sociales, narcisistas, mediáticos, institucionales, militantes y políticos que predican el crecimiento ilimitado de la economía inventada.

Quienes postulan el decrecimiento hacen frente a varios malentendidos que siempre gustan de aclarar, por ejemplo: que el decrecimiento sí es una propuesta anticapitalista ya que la aspiración es salirse del cauce que marca del desarrollo ascendente y lineal y de las relaciones sociales que establece; que la propuesta del decrecimiento aspira a que se pare la máquina en el Norte y no tanto en el Sur, pero que sus habitantes aprendan de los graves errores del Occidente urbano-industrial y se encaminen en un rumbo distinto al del Norte, que es un callejón sin salida; finalmente, que cualquier proyecto de decrecimiento sensato implica por necesidad un proyecto paralelo de redistribución radical de los recursos y contestación activa a la lógica del capitalismo.

Frente al discurso dominante que nos sigue diciendo que los problemas deben resolverse sin dañar los “intereses” de nadie, desde los postulados del decrecimiento se propugna que hay que atentar contra los intereses de aquellos que apropiándose y utilizando los recursos de la mayoría están poniendo en peligro a la humanidad. La base del decrecimiento es no sólo la reducción de los niveles de producción y consumo, principalmente de los países del Norte, sino también una reconfiguración radical de las sociedades sobre la base de principios y valores muy diferentes a los del capitalismo, que podrían ser: 1) la primacía de la vida social frente a la lógica de la producción, del consumo y de la competitividad, 2) el fomento del ocio creativo frente al ocio siempre vinculado con el consumo, 3) el reparto del trabajo, 4) una apuesta decidida por la reducción del tamaño de muchas de las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte, 5) la reivindicación de lo local frente a lo global en un marco de recuperación de la democracia directa y de la autogestión, y 6) la sencillez y la austeridad voluntarias.

Este es un proyecto lanzado para remover conciencias y prácticas, ya que como dice uno de los ideólogos del decrecimiento, Serge Latouche, “el decrecimiento, como tal, no es verdaderamente una alternativa concreta; sería, más bien, la matriz que daría lugar a la eclosión de múltiples alternativas. Evidentemente, cualquier propuesta concreta o contrapropuesta es a la vez necesaria y problemática” (2009).

Buen Vivir
italiaOtra salida que se está construyendo para abandonar el laberinto del desarrollo capitalista es la del Buen Vivir, la cual es en palabras de Eduardo Gudynas y Alberto Acosta “una reacción y también una mirada al futuro”.

Los pueblos indígenas de América Latina proponen una visión cosmogónica basada en una relación equilibrada entre humanidad, naturaleza y universo, frente a la forma de pensamiento occidental basado en lo antropocéntrico, es decir, donde el individuo, lo privado y la economía de mercado rigen el desarrollo de la vida, reduciendo el bienestar humano al consumo material. Esta visión viene del sumak kawsay kichwa, el suma qamaña aimara y el sumak kawsay quechua y se ha traducido al español como buen vivir y que en definitiva es el bienestar comunitario. En la región maya se le ha denominado lekil kuxlejal a una concepción similar de aspiración vital en colectivo.

El sistema económico capitalista impuesto a los pueblos latinoamericanos ha minimizado sus capacidades porque estos pueblos han generado desde hace cientos de años formas propias de conceptualización de la economía y la manera de ver el desarrollo de la vida en general, pero Occidente, como expresa el dirigente hondureño Lorenzo Tinglass, “a la riqueza de los pueblos indígenas le llamaron pobreza para poder explotarlos”.

El Buen Vivir cuestiona las bases conceptuales del desarrollo como la creencia en un proceso lineal universal o la necesidad inevitable de destruir la naturaleza. Se incorporan saberes tradicionales que estaban subordinados, se cuestionan los trasplantes culturales, y se abren las puertas a nuevas ideas sobre las relaciones entre sociedad y naturaleza, o sobre la pobreza y el bienestar. La propuesta del Buen Vivir es un campo de ideas en construcción y no es un simple regreso a las ideas de un pasado lejano, sino la construcción de otro futuro posible y necesario.

El buen vivir ofrece una orientación para construir colectivamente estilos distintos y alternos al progreso material. En ese sendero es clave la ruptura con la ideología del desarrollo como progreso. El buen vivir apuntar a “desacoplar” la calidad de vida del crecimiento económico y de la destrucción del ambiente. Por estas razones, es un concepto que se cimienta en un entramado de relacionalidades, tanto entre humanos como con el ambiente, en vez de una dualidad que separa a la sociedad de su entorno y a las personas entre sí. (Gudynas y Acosta, 2011)

Como apuntaban algunos autores, el impulso del Buen Vivir por parte del Estado-nación (Bolivia y Ecuador) está lleno de contradicciones, ya que no se abandona el modelo exportador e incide en el neo-extractivismo, propicia la violación de los Derechos de la Pachamama y de los pueblos indígenas – y los derechos democráticos ciudadanos de participación informada en la toma de decisiones. El Buen Vivir no es en absoluto una política pública que se encamine hacia ese horizonte alternativo, apunta Gustavo Soto, ya que está fundado en la reciprocidad más que en el mercado, en la identidad cultural más que en la homogeneización, en la decisión asamblearia más que en el mecanismo electoral, en su autonomía de facto y en su relación con el “territorio” que no es la “tierra” -factor de producción- sino justamente una totalidad del sistema de relaciones. “Se trata de un necesario cambio de paradigma”.

Bienes Comunes
laberintoLa última propuesta de salida a la crisis sistémica que aquí señalamos, menos conocida pero que está estudiándose y difundiéndose con fuerza en los últimos años, es la de los commons, bienes comunes o procomún (en español).

En su momento Karl Marx estudió la acumulación originaria y explicaba que el capitalismo se basó en el despojo (cercamiento y privatización) de las tierras comunales de la Gran Bretaña desde el siglo XV, y a lo largo de los siguientes siglos el sistema ha ido apropiándose de cada vez más commons, que pertenecen a la humanidad, para hacer negocio con ellos.

La premio Nobel de Economía de 2009 Elinor Ostrom puso en los años ’90 de nuevo sobre la mesa este tema con su trabajo sobre los bienes comunes, «su análisis de la gobernanza económica, especialmente de los recursos compartidos» (o commons). Frente a La tragedia de los bienes comunes, de Garrett Hardin, en el que argumentaba que los individuos miran siempre por sus propios beneficios por lo que un recurso finito será mejor gestionado de manera privada. Esta visión que dice que los individuos son incapaces de gestionar de forma eficiente los recursos comunes ha sido aceptada durante décadas como axioma de la economía y sin embargo los estudios de Ostrom demostraron que los individuos usan colectivamente normas sociales e instituciones formales e informales, para gestionar recursos comunes con mejores resultados que si lo hicieran por separado. La politóloga hizo un gran aporte para romper con esto y sugirió que en condiciones de escasez las estructuras colaborativas pueden ser más eficientes que el individualismo propietario. Sus conclusiones, basadas en estudios sobre recursos como pesquerías y agua, son especialmente pertinentes para entornos de nuevas tecnologías, explicando Internet o el software libre, y fueron concretas para el caso de la investigación científica y las publicaciones académicas.

Ostrom identificó una serie de principios para «garantizar» el éxito en la gestión de bienes y recursos comunes: los límites del grupo están claramente definidos; las normas de uso de los bienes colectivos se ajustan a las necesidades y condiciones locales; la mayoría de individuos afectados por las normas de uso pueden participar en su modificación; el derecho de los miembros de la comunidad para diseñar sus propias normas debe ser respetado por las autoridades externas; la comunidad crea y controla un sistema de supervisión de la conducta de sus miembros; existe un sistema de sanciones; los miembros de la comunidad tienen acceso a mecanismos de resolución de conflicto a bajo coste.

Así los procomunes encierran en su esencia un bien común, una comunidad asociada a él y un modo de gobernanza. Tres elementos que son insustituibles e inalienables. Lo procomún sería entonces la forma de producir y gestionar en comunidad bienes tangibles e intangibles, cuyo dueño no es único sino que nos pertenecen a todos y a nadie a la vez. Aquellos bienes y modelos que heredamos o creamos libremente y queremos que permanezcan así para las posteriores generaciones. Espacios en los que todas las partes implicadas deberían tener acceso, participación y compromiso para asegurar su existencia. Ninguno de estos tres elementos son únicos y hay tantas posibilidades dentro de cada uno de ellos como formas de combinarlos. Todo procomún va indisolublemente acompañando por un modelo de gestión colectiva y colaborativa humana y con el medio, son procesos de vida social y cultura política que necesitan ser ejercidos en comunidad. Construcciones horizontales que permiten aprender en la práctica conjuntamente. Los procomunes son creados y recreados a base de experimentación, sostenibilidad y compromiso cooperativo. A base de crear mundos comunes y posibles.

Evidentemente el tema de los bienes comunes no es algo nuevo, pero con la amenaza de que el sistema-mundo va a por todo lo que pueda comercializar y sacar beneficios (agua, aire, bosques, arte, cultura, conocimiento, genoma, etc.) el peligro es grande y recuperar ideas que ya han estado (y aún están) presentes en muchas partes del mundo reactualizándolas a las circunstancias de hoy en día se hace necesario. “La mega crisis mundial está empujando al capitalismo a una irreversible mutación. Y el poscapitalismo es sorprendentemente parecido a aquel precapitalismo de la América indígena”, escribe Bernardo Gutiérrez antes de hacer recuento de algunos términos y prácticas colaborativas de los pueblos indígenas americanos, como el tequio, el potlatch, la guelaquetza, la minga, la maloka, etc. Se trataría entonces de aprender de otros procesos que ya existieron y existen, reacomodarlos a las nuevas situaciones o remezclarlos, pero siempre siguiendo la misma filosofía de respeto y riqueza común.

“En la tradición formulada por Hegel, la sociedad económica de los individuos socializados como propietarios privados impone su racionalidad mercantil sobre la racionalidad comunitaria de la sociedad natural”, nos comparte Gustavo Esteva (2009), “y con ella se establece también la premisa política que Hegel formuló en 1820: esos individuos no pueden gobernarse a sí mismos; alguien tiene que gobernarlos. Esta premisa ha gobernado la teoría y la práctica política de los últimos 200 años”. Ya está siendo hora de salir de esa concepción de minoría de edad de la humanidad para entrar en espacios de co-labor, co-creación y co-responsabilidad de nuestras propias vidas.

Conclusiones de salida

Como hemos remitido en este texto, el desarrollo neo-extractivista, clave en el proceso capitalista en el sistema-mundo actual, está llevándonos una y otra vez a un callejón sin salida. Las propuestas aquí presentadas son algunas de muchas otras que quieren hacer un boquete en la pared del laberinto capitalista para salirse de él completamente, romper con dinámicas destructivas y sus lógicas basadas en cantos de cisne de reformas posibles, en las que mucho tiene que ver el mantenimiento de la estructura de Estado-nación, que tanto ha servido para perpetuar el sistema. Estas propuestas van a la raíz del problema y plantean cambiar esa lógica, esa filosofía sobre la que se sustenta la destrucción y el despojo.

Ya decía Andrés Aubry en 2006 que “estos tiempos terribles generalizados dibujan una crisis, donde nada funciona porque ya nada puede funcionar como antes; pero ya se divisa un después pero ese después no va a llegar solo, caído del cielo”. Asistimos, apuntó Esteva en su carta, al desmoronamiento rápido de varias certidumbres como el desarrollo, el progreso, las profesiones, el Estado, la política, la estabilidad financiera, la economía capitalista y la economía en general. Y ¿qué decir de la seguridad, tanto la física y personal, como la “epistémica”, es decir la del conocimiento? Esto engendra una situación extremadamente peligrosa, pero también oportunidades insospechadas.

Por su parte Raúl Zibechi cree que los movimientos tradicionales de la izquierda, lo mismo que los nuevos movimientos sociales, parecen paralizados “porque el mundo en el que nacieron y crecieron está desapareciendo rápidamente”. Y subraya que “no se trata de cambiar el mundo, como si fuera algo externo a nosotros, sino de cambiarnos con el mundo.” Finalmente, también insiste en la idea al sostener que “ni el capitalismo ni el sistema-mundo caerán solos”, que “necesitamos desmantelarlos” y que “si lo conseguimos caeremos con ellos”. “Sería vanidoso –concluye Zibechi- pretender que podemos salvarnos por el solo hecho de creernos revolucionarios”.

Descargar Publicación desde Materiales

 

@SurSiendo